Marat - Sade (o “Persecución y asesinato de Jean Paul Marat representado por el grupo teatral de la casa de la salud de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade”) del dramaturgo, pintor y escritor alemán Peter Weiss (1916-1982), es una obra disfuncional, contradictoria, tramposa y maldita.
Marat – Sade es disfuncional, pues nos presenta un duelo entre dos caracteres contrapuestos encerrados en un sanatorio en tiempos de la Revolución Francesa: Marat, personaje histórico asociado a la izquierda más radical y fuerte influencia en el cambio político y social que se gestó; y Sade, libertino y caprichoso aristócrata y escritor francés acusado por su aberrante exaltación del erotismo. Aquí se refleja la locura de una sociedad en constante cambio, pero que no se aleja mucho de la de nuestro tiempo, armada en base a agrupaciones opuestas y llena de contradicciones e injusticias sociales.
Marat – Sade es contradictoria (base clave de toda la obra de Weiss), pues es un claro ejemplo de teatro dentro del teatro, con influencias de Brecht y Artaud (mientras el primero pensaba que los problemas estaban en la sociedad, el segundo los creía en el subconsciente). La historia está plagada netamente de contradicciones: se enfrenta al revolucionario con el individualista, al político con el artista; la lucidez que exudan estos orates, quienes deben cumplir con una función de teatro orquestada por Sade, está en contrapunto con la contenida exaltación de las fuerzas del orden, representadas por Coulmier, regente del sanatorio que busca que sus pacientes se expresen a través del arte.
Marat – Sade es tramposa, pues supone para el actor que intente acercarse a este texto un doble trabajo y no a la inversa: un orate no tiene ni objetivos ni estrategias claras y no necesita de la razón para obrar como le antoje. Sin embargo, interpretar a un loco se convierte en la tarea más difícil para un actor. Debe encontrar un grado de claridad en sus acciones físicas y emocionales dentro de su innata locura, para sostener la acción dramática y volverla verosímil. Y en Marat – Sade existe toda una gama de locura presente en sus personajes: desde la catatónica y virtual asesina Charlotte Corday, hasta Simone, la sirviente de Marat.
Marat – Sade es maldita, pues su pase al escenario sólo será verdaderamente efectivo cuando existan las condiciones necesarias para sus realizadores. Tal como lo comenta el director Sergio Arrau (sin lugar a dudas, su mayor logro en cuanto a dirección artística se refiere), cuando tuvo que enfrentarse con esta obra elefantiásica en los años setenta y consiguió los resultados esperados gracias al momento anímico en el que vivía, al elenco de lujo del grupo Histrión (con pesos pesados como Carlos Velásquez, Carlos Gassols y Ernesto Ráez) y un contexto político y social adecuado, que permitió convertir a este espectáculo en uno de los aclamados por público y crítica de ese entonces. La maldición recayó sobre cualquier intento posterior, como la terrible puesta en escena de Alberto Herrera de hace algunos años en el Teatro La Cabaña.
A casi cuarenta años de las versiones definitivas en teatro y cine a cargo del maestro Peter Brook, esta versión de Marat – Sade presentada en el marco de las Temporadas Teatrales en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático, dirigida por Ismael Contreras y producida por Nagual Teatro, debe ser apreciada como lo que en realidad es: una muestra del avance parcial de un grupo de alumnos de la propia institución, su examen final expuesto al dominio público, con todas las ventajas y desventajas que esto acarrea. Mérito del director – profesor Contreras por haber adaptado y simplificado la obra a un contexto más cercano y así no volver imposible su interpretación por parte de jóvenes que no tienen la muy necesaria experiencia de vida para enfrentar personajes tan complejos y densos. Una estrategia que puede ser muy válida desde el punto de vista pedagógico, pero que reduce las virtudes y la complejidad de la obra en beneficio de un mayor ritmo y agilidad a la puesta en escena. Y que, por supuesto, pone al descubierto algunas deficiencias en la dicción, modulación y entonación de voz en parte del elenco.
Sobre el espectáculo en sí, habría que señalar que Contreras logra poner orden dentro del caos que representaría un escenario plagado de orates sin remedio, pero que los actores no logran aprovechar para irradiar esa peligrosidad y agresividad que supuestamente deberían causar en el espectador. Si bien es cierto nadie esperaba un tratamiento “documental”, algunos detalles como la exagerada precisión técnica del coro (integrado entre otros por un rastafari y una chica dark) o la ropa interior visible en las actrices, anulan cualquier intento de hacernos creer que estamos en un manicomio de verdad. Aunque claro, siempre se podrá decir que el teatro en sí es una estilización de la realidad. A pesar de estas limitaciones, esta versión condensada y light de Marat – Sade es un muy digno acercamiento a una de las obras capitales de la dramaturgia universal, tan disfuncional, contradictoria, tramposa y maldita.
Sergio Velarde
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