sábado, 8 de marzo de 2008

Crítica: GUERRAS PRIVADAS

Directores versus Autores

¿Puede un texto magistral ser desaprovechado por un director sin recursos? ¿Acaso puede la dirección de un teatrista experimentado convertir un pastiche de guión en una obra maestra? Todo es posible en esta guerra privada entre el autor y el director (encarnizada cuando autor y director son la misma persona), que puede también traer consecuencias inesperadas: desde gratísimas sorpresas hasta sonoros despropósitos. Guerras privadas del dramaturgo norteamericano James McLure, estrenada en el ICPNA de Miraflores, pasa lamentablemente a ocupar su lugar en este último grupo. Ambientada en una Norteamérica azotada por la guerra, la historia de tres ex combatientes americanos confinados en un hospital psiquiátrico, tenía la suficiente fuerza y gracia para salir airosa en su pase al escenario, pero la torpe muñeca del director aniquiló cualquier esperanza de lograrlo.

Juan José Vento, con amplia experiencia en producción televisiva, parece olvidar que el medio teatral se resuelve de manera completamente diferente, y que no basta seguir las acotaciones de un guión para sacar adelante un montaje de teatro. Desaprovecha, durante prácticamente toda la obra, el enorme espacio que ofrece el ICPNA de Miraflores, reduciendo el campo de acción a una mesa y un par de sillas iluminadas por un cenital. Asimismo, sólo en escasos momentos (como en las secuencias oníricas) se hace uso del variado juego de luces que ofrece la sala. Si el director quería realizar un montaje intimista, debió elegir decididamente otra sala para estrenar la obra. Además, los numerosos cambios de escena, que consisten en largos apagones sin música de fondo que oculten los tropiezos de los actores al movilizarse en la oscuridad, sólo le restan innecesariamente energía y ritmo a la puesta.

Fernando Petong convence como el educado Natwick, tanto en sus estrategias para ser más amigable con sus compañeros como en sus infructuosos intentos de escribirle a su madre. Pero es Mijail Garvich (productor del montaje) quien, con gran solvencia y carisma, cobra gran protagonismo con su personaje Rufo, un joven ex soldado que busca reparar meticulosamente la radio de un compañero caído. El explosivo Silvio es interpretado con mucha entrega y fuerza por Patricio Villavicencio, quien explora niveles y ritmos diferentes que enriquezcan su personaje, tan agresivo como sensible, aunque debe cuidar más su dicción y volumen de voz.

Una mención aparte merece la presencia del primer actor Reynaldo Arenas en la obra. Promocionado erróneamente como el protagonista de “Guerras privadas”, su participación no puede ser más irrelevante. Lo que es peor, convierte a su psiquiatra en un personaje tan prescindible, que cualquier actor aficionado lo podría interpretar. ¿Es justo acaso exigirle a un primer actor como Arenas, con toda su larga trayectoria en teatro, cine y televisión, que “cumpla” con el encargo de interpretar con algo de brío a un personaje secundario? Lamentablemente, sí. El hecho de tener experiencia y tiempo en el medio no puede ser justificación para bajar la guardia. Muy por el contrario, es un reto y una responsabilidad para el actor, con tanta experiencia a cuestas, el no repetirse e innovar, y siempre sorprender al público. Cosa que en este caso, y en los últimos como en Trances, Arenas no ofrece nada nuevo y termina decepcionando.

Si Guerras privadas se deja ver en última instancia, es por el interesante texto que aflora adecuadamente en determinados momentos, gracias al trabajo coral de los tres actores principales, y evidentemente, no por la dirección que por poco arruina un interesante proyecto que debió caer en manos más experimentadas. Con estas guerras privadas entre autor y director, (a veces) no sale ganando nadie.

Sergio Velarde

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