Teatro y MultimediaUn viaje entre el mito, la modernidad y la sensibilidad humana
El Dios de la Razón, creación del grupo Simbiontes, despliega un lenguaje escénico que habita en los márgenes de lo teatral y lo audiovisual, proponiendo un viaje inmersivo donde convergen el mito, la modernidad y la búsqueda de verdad en un mundo sometido a las estructuras del pensamiento colectivo. Inspirada en el mito de Casandra, la obra no solo cuestiona los límites de la condición humana, sino que también profundiza en la sensibilidad artística como un refugio frente a la razón impuesta.
Ganadora de los Estímulos Económicos para la Cultura 2021 otorgados por el Ministerio de Cultura del Perú, esta puesta en escena apuesta por una doble narrativa: la acción teatral, directa y tangible, se contrapone liminalmente con una proyección audiovisual que presenta a los personajes desde lo cotidiano, ampliando la percepción del espectador sobre las distintas capas de la representación.
El pasado sábado 14 de diciembre de 2024, El Dios de la Razón se presentó en Casa Darte, en la ciudad de Cusco, cerrando una maravillosa gira nacional que ha llevado la obra a diversas ciudades como Arequipa, Lima, Tacna y Puno. Esta destacada puesta en escena no solo ha resonado con el público peruano, sino que también ha sido seleccionada para participar en el prestigioso 22° Festival Iberoamericano de Teatro "Cumbre de las Américas: Mujeres que Cuentan", que se celebrará en Mar del Plata en 2025, consolidando así su impacto tanto a nivel nacional como internacional.
La propuesta, bajo la dirección de Augusto Navarro, se enriquece con las interpretaciones de Ninachaska Zelada, quien asume una doble representación al habitar dos momentos claves: su presencia en el espacio escénico y su proyección en el audiovisual, otorgando una sutil profundidad a su personaje. Acompañada en escena por Edgar Santiago y en pantalla por Oswaldo Povea y Edgar Carmelino, la obra crea un juego de espejos: el teatro dentro del teatro, donde los límites entre la realidad y la ficción se desvanecen.
Una trama de sensibilidad y lucha interna
El hilo conductor de El Dios de la Razón es la historia de Clarita, una joven actriz que, mientras ensaya una obra inspirada en el mito de Casandra de Esquilo, enfrenta una profunda crisis personal. Su lucha por controlar sus ataques de ansiedad y sus emociones desbordadas se entrelaza con la historia de Juan, un restaurador y artista con síndrome de Asperger, cuya mente ruidosa y caótica crea una barrera invisible entre él y el mundo exterior. La narrativa se sostiene en el encuentro entre estos dos personajes, donde el teatro y el arte se transforman en refugios esenciales y espacios de entendimiento mutuo.
La obra va más allá de una simple conexión entre dos almas frágiles; nos enfrenta a una reflexión más profunda sobre las distintas sensibilidades humanas, las luchas internas y cómo el arte puede ser un puente entre mundos aparentemente irreconciliables. El teatro se convierte para Clarita en el escenario donde puede canalizar sus conflictos y emociones, mientras que para Juan, la restauración es un acto de equilibrio y calma en su universo ruidoso. Ambos hallan en sus disciplinas artísticas no solo un refugio, sino también la posibilidad de enfrentar sus miedos y transformar su realidad.
Esta propuesta escénica nos recuerda que, en medio del caos y la rigidez del mundo, el arte emerge como un lugar de resistencia, donde la verdad individual y la sensibilidad encuentran un lenguaje común para sanar, cuestionar y construir nuevas formas de coexistir.
La condición femenina y la carga del mito
A través de la metáfora del mito de Casandra, El Dios de la Razón aborda también la condición femenina en un mundo dominado por estructuras masculinas. Casandra, quien posee el don de la profecía, pero está condenada a no ser creída, refleja la lucha de las voces individuales por ser escuchadas en un contexto que las desestima o descalifica. Este paralelismo no solo potencia la narrativa personal de Clarita, sino que también subraya las tensiones entre la razón y la sensibilidad, entre la norma y la excepción.
El montaje, al yuxtaponer lo audiovisual con lo escénico, materializa esta carga del mito en dos dimensiones: la primera, en la pantalla, donde Ninachaska Zelada proyecta una Clarita resignificada y atrapada en un bucle de desesperación, similar a la profetisa griega; y la segunda, en el espacio teatral, donde la misma actriz encarna con fuerza la transición entre la vulnerabilidad y la rebeldía. Aquí, el mito se desdobla, mostrando cómo las mujeres contemporáneas, al igual que Casandra, se debaten entre el peso de sus verdades y la indiferencia de un entorno sordo. Esta interpretación multiforme potencia la lectura crítica de la obra, convirtiendo cada gesto y silencio en un grito contenido de lucha y afirmación.
En El Dios de la Razón, la escena no solo es el territorio donde el mito se actualiza, sino también donde la condición femenina se reivindica con una potencia arrolladora, recordándonos que la voz de Casandra, aunque ignorada, sigue resonando.
Una experiencia para reflexionar
El Dios de la Razón nos invita a adentrarnos en el mundo del autismo adulto, pero también a cuestionar nuestra propia percepción de la razón y la verdad. No se trata de pensar, sino de sentir; no se trata de razonar, sino de experimentar.
Al final, esta obra trasciende su narrativa para convertirse en un espejo de nuestras propias contradicciones. Nos invita a ver más allá de la apariencia, a reconocer la sensibilidad distinta en los otros y a reflexionar sobre cómo nos gobernamos —como sociedad y como individuos— bajo el yugo de un dios que no siempre nos ofrece respuestas, pero que nos impulsa a buscar.
En un mundo lleno de ruido, El Dios de la Razón es un llamado al silencio reflexivo, al arte como resistencia, y a la empatía como acto revolucionario.
Miguel Gutti Brugman
Cusco, 17 de diciembre de 2024