sábado, 19 de abril de 2025

Crítica: LA PERSONA DEPRIMIDA


La salud mental en escena

El título nos revela anticipadamente el tema: la salud mental. El escenario minimalista - apenas una mesa y una silla en medio de la oscuridad, ambos blancos - concentran nuestra atención en el personaje que ingresa, también de blanco, para contarnos sobre una persona que sufre un problema de salud mental y su relación con su terapeuta y antes, con su familia. La ausencia de más elementos nos revela su soledad y su angustia.

Un relato contado en tercera persona es difícil, pero desarrollar todo un monólogo en este formato es un gran reto. En este caso, la adaptación del relato del mismo nombre de David Foster Wallace, a cargo de Daniel Veronese, nos presenta a un personaje que cuenta la historia de otra persona que no es otra que ella misma, pero con un efecto de distanciamiento, como quien se niega a aceptar que es su propia realidad y el efecto es contundente. A modo de conferencia, el personaje anuncia: “Hoy voy a hablarles de la persona deprimida” y con lenguaje más formal que coloquial nos introduce al universo de esa persona y sus angustias. Su nombre carece totalmente de relevancia, como si hubiera perdido identidad y solo importara su condición. 

Pero ¿quién es esa persona que habla sobre la persona deprimida, cuenta el origen de sus traumas y hasta se deja poseer por las emociones de la persona deprimida mientras narra, sin pausa, su historia? Ese enigma, como recurso dramático, logra atraparnos. 

El contacto con el público es permanente, desde que el personaje ingresa por el pasillo lateral, o cuando, de pronto, pide un poco de agua y aparece un asistente (como si fuera un espectador más) con una jarra y un vaso. En Argentina, en la versión original, había una taza de café que algún espectador espontáneamente debía servir. La gestualidad de la actriz es fundamental para no perderse en los vericuetos de su narrativa y es que, en verdad, hay momentos en que cuesta no confundirse.

Pero hay más personajes: la familia, fundamental para exponer sus traumas infantiles; la terapeuta, cuya relación resulta trascendental por un hecho que es narrado desde el pasado hacia atrás para remarcar su efecto. Y también están presentes las amigas, como un grupo de apoyo terapéutico que representa la infructuosa búsqueda, por parte de la persona deprimida, de vínculos con los cuales reconectarse con el mundo.

Quizás es el papel más exigente en los 30 años de carrera de Katia Condos, que mantiene la atención del público a sus cambios de ánimo y tonos de voz en un largo texto de 50 minutos. Un par de parpadeos de luz, a los que responde el personaje, anuncian que en pocos minutos llegará el final, para no sorprender a quienes no leyeron que la obra es relativamente corta (en realidad, siendo un monólogo no es corta) y prepararnos para un final que no pretende resolver algo o dar un giro sorpresivo a la historia, sino que es simplemente el final del relato, como decir “Esto es lo que tenía que contarte”. Fin. Aplausos para Katia y para la directora Carla Valdivia.

David Cárdenas (Pepedavid)

19 de abril de 2025

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