martes, 2 de abril de 2019

Crítica: SANTIAGO


Dos décadas después

El Gran Teatro Nacional apuesta por una de las obras más importantes del teatro peruano y repertorio del grupo Yuyachkani, Santiago, presentándola en el Día Mundial del Teatro.

Casi veinte años después de su estreno, este montaje inicia en la penumbra dentro de una iglesia de los andes; este espacio religioso monstruosamente es apoderado por una atmósfera donde el viento es cómplice del silencio para recrear escénicamente la salida en procesión al Santiago.

El montaje inicia con dos incomodidades: es dicho en quechua y lo otro es que lo dicho es a volumen muy bajo, no escuchas, “no entiendes”, sabiendo que el cuerpo/gestus habla antes que la palabra; con cierto tino, uno puede “entender” lo que ocurre.

Las acciones de arreglar el amplio escenario del teatro que ahora funge de iglesia son repetitivas: arreglar/mover/limpiar/trasladar las bancas por los recónditos de la iglesia están presentes desde el inicio hasta casi el final de la propuesta; y la otra es el de vestir a los santos en tiempo casi literal, no contribuyen al ritmo de la creación colectiva.

Roberta Carreri, en Huellas en la nieve, nos plantea la importancia de adaptar nuestro entrenamiento con el paso de los años y, por ende, transformar y reactualizar mis acciones en escena y mi espectáculo.

El tiempo es implacable para todos, en el 2000 había otra energía en el trabajo, si pretendemos hacer lo que hace 20 años comunicábamos con el cuerpo, en el 2019 debemos adaptarnos a los cambios; nada funciona como hace 20 años, ¿por qué debemos repetir lo mismo de hace 20 años?

Amiel Cayo, con gran destreza escénica, no se deja dominar por el amplio espacio del teatro: su integridad como ser actoral lo inunda todo, es el que dinamiza el espacio para salir de la energía monótona que están los otros dos actantes, se sube al lomo del otro Santiago, que es el teatro, para domarlo y deleitarnos con su ya conocido trabajo.

Imágenes visuales que funcionaban maravillosamente en la casa de los Yuyas, pero en este nuevo espacio algo no encajaba. Muestra de ello eran las enormes pinturas colgadas cerca a la parrilla de luces, que hacían aún mucho más infinitas las alturas. También la entrada del caballo y algunas acciones no eran para ese teatro. Faltó la transposición plástica/iconográfica de lo que funcionaba en su casa, hacia el monstruo llamado Gran Teatro Nacional.

Recuerdo la procesión de Santiago en la casa de Magdalena, majestuoso, con su lluvia de pétalos de flores, la pelea de lo natural vs lo sobrenatural, en un espacio semioscuro como son las iglesias de los andes alumbradas por velas y cirios y el momento cumbre de la entrada de la procesión -con la banda y su ritualidad tan característica en la estética de los Yuyas- al Santiago (antes Santiago matamoros). Eso se hizo en esta función, pero sin la magia y grandilocuencia escénica de antaño, el espacio les jugó en contra.

Dra. Fer Flores
2 de abril de 2019

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