miércoles, 30 de mayo de 2018

Colaboración regional: LA IMAGEN DE DIOS


El reto de los unipersonales

El proceso de preparación de una obra teatral conlleva un trabajo conjunto y arduo de actores, directores y técnicos. Los personajes nacen en la medida en que este trabajo conjunto se desarrolle de forma armónica y ordenada. Suele ocurrir que cuando la química entre los actores fluye de forma natural, gran parte del éxito de la obra puede estar asegurado. Sin embargo, en el caso de los unipersonales, esta química debe surgir entre el actor o actriz y el público, un reto difícil de lograr.

Para un unipersonal, el proceso de exploración e introspección del texto suele ser mucho más largo y complejo que para una obra con varios actores. Es necesario desmitificar el hecho de que trabajar con uno mismo es más fácil que con los demás; es cierto que en los unipersonales se suele tener más libertad creativa y de exploración, pero requieren mayor disciplina y concentración, tanto en el proceso como en la puesta. La labor del director también suele ser muy importante, debido a que su visión se ve con mucha más claridad en un trabajo unipersonal y eso implica una labor compartida y estrecha entre dirección y actuación. El actor, por su parte, requiere una dosis de humildad, por llamarlo de alguna manera, pues será él quien se enfrente al público solo, siendo la cara visible de un trabajo en conjunto.

Los sábados 5 y 26 de mayo, el actor huancaíno Adrian Do Chavez puso en escena, en el centro cultural Casa Activa, su trabajo unipersonal titulado “La imagen de Dios”. La obra, cuya dramaturgia pertenece al mismo actor y que está bajo la dirección de André Flores, cuenta la historia de un ángel que al perder sus alas baja al mundo para descubrir por sí mismo la vida del hombre, encarnándose en personajes muy distintos y con historias complejas y en algunos casos desgarradoras.

Es importante comentar que como texto dramático, “La imagen de Dios” está bien logrado: tiene una línea dramática sólida en la que cada personaje puede desarrollarse con comodidad; sin embargo, podría ser aún más profunda y con mayores giros dramáticos que permitan mayor conexión entre las historias.

En cuanto a la dirección, se nota el deseo por llevar al espectador un trabajo íntimo y de identificación con las historias; no obstante, los vacíos ocasionados por los cambios de vestuario entre personaje y personaje es el desacierto más notable en la puesta, ya que origina distracción del espectador y pérdida, por momentos, del hilo conductor de la trama. El uso de los elementos es un punto por destacar por su sencillez y claridad: cada elemento aporta a las historias.

En cuanto a la actuación de Adrian Do, resaltan los personajes del joven de barrio y la prostituta transexual. En el caso del primero, destaca la facilidad de lenguaje y la construcción del personaje, mientras que en el caso del segundo, cuenta con un manejo corporal muy limpio y sencillo, además de una intensidad dramática muy particular. Lograr romper la cuarta pared de forma adecuada y no forzada es muy complicado, debido a que es necesario contar con un “código” en la puesta, de tal forma que el público se identifique con la historia y no solo se vea “obligado” a participar. Esto se logró en gran parte de la puesta, pero es necesario un mayor trabajo de exploración para que fluya con mayor naturalidad.

Es importante que el teatro peruano tome y asuma riesgos, esto ayudará a su crecimiento y los trabajos unipersonales constituyen, en sí mismos, un reto para el actor, el director y el público que está ávido de nuevas formas de contar una historia.

Katiuska Granda
Piura, 30 de mayo de 2018

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