En la búsqueda de identidad
En la puesta en escena de Todos mis miedos, estrenada en el Auditorio
ICPNA de Miraflores y escrita por los argentinos Nahuel Cano y Esteban Bieda, el
protagonista (un escritor) se ve inmerso en una complicada relación sentimental
con una joven admiradora, bajo la atenta mirada de uno de sus personajes de
ficción. Curiosamente en el mismo espacio se presentó, en el marco del XIII
Festival de Teatro Peruano Norteamericano, la obra El rostro, escrita por el
joven dramaturgo peruano Ricardo Olivares, en la que el protagonista (ahora un
arqueólogo) se debate también entre una enfermiza y trágica obsesión amorosa y una
inquietante presencia que esconde su rostro, proveniente de los confusos
recuerdos de su pasado. Más allá de estas someras coincidencias, que incluyen además
la disposición cuadrangular del espacio escénico, ambos montajes exploraban a
su particular manera la psicología de cada uno de sus personajes principales,
pero acaso acertando más (a nivel dramatúrgico y actoral) en la segunda puesta
mencionada.
Luego de leer la muy pertinente crónica de Pepe Santana en Advenedizo Digital, poco queda por agregar. Premiada en el Concurso Nacional Nueva
Dramaturgia Peruana 2014, El rostro está estructurada en desorden temporal: después
de observar a una mujer con una máscara blanca desplazándose aleatoriamente en el
escenario lleno de arena (mientras los espectadores esperábamos la tercera
llamada), el montaje inicia con un momento climático, en el que el arqueólogo Ramón,
presa de un ataque de pánico, apunta amenazadoramente con un arma a su psicoanalista.
Poco a poco, la trama se va desenredando, acertadamente dirigida por Yanira
Dávila y Alejandro Guzmán, quienes resuelven la puesta con sencillez y
efectividad, valiéndose de escasos elementos y el diseño de luces. Y es que
Ramón, que regresó a Perú para escribir sus memorias, tiene serios asuntos de
identidad sin resolver con su pasado, que involucran principalmente a su
misteriosa madre.
A destacar la sentida y precisa interpretación de Carlos
Acosta en el rol protagónico: se trata de un interesante director (responsable
de dramas contemporáneos como Un verso pasajero o de clásicas comedias como Los dos hidalgos de Verona) que demuestra en
este montaje una gran versatilidad, interpretando limpiamente a su personaje en
diferentes edades y a su propio padre cuando corresponde; bien secundado por un
sólido Eduardo Ramos como su psicoanalista y la perturbadora presencia de Alicia
Mercado, como su madre y su despreocupada amante. Ricardo Olivares consigue con
El rostro un interesante retrato psicológico de un ser humano en la búsqueda de
su verdadera identidad.
Sergio Velarde
23 de octubre de 2016
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