sábado, 8 de octubre de 2011

Crítica: PEDRO Y EL CAPITÁN

Conmovedora lucha psicológica

Pedro y el capitán, obra de teatro escrita en 1979 por el escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti, nos remite a una época muy cercana a nuestra realidad: los interrogatorios entre las fuerzas del orden y los detenidos por apoyar causas izquierdistas durante la dictadura militar uruguaya. La misión del capitán en cuestión es la de averiguar datos y acciones de los implicados en las manifestaciones contra el régimen; mientras que la de Pedro, ocultar y proteger a sus colaboradores, a pesar de las terribles amenazas y castigos que sufre. La violenta etapa de la historia reciente de Uruguay es muy reconocible por nosotros, ante las reiteradas denuncias de abusos cometidos contra los presos políticos. Pero, más allá de las motivaciones de ambos personajes, erradas o no, la pieza nos envuelve en una dilatada y emocionante lucha psicológica.

Dividida en cuatro cuadros, Pedro y el capitán nos muestra un vibrante diálogo entre el mencionado capitán, representante de las fuerzas armadas; y Pedro, víctima de la persecución a los activistas de las ideologías de izquierda durante la dictadura militar de su país. Los brutales abusos físicos cometidos contra el preso no son mostrados en el escenario, pero sí sus consecuencias. En el primer cuadro, Pedro no pronuncia una palabra, siempre encapuchado con un sucio costal, negándose a delatar a sus socios ante las insistentes preguntas y amenazas del capitán. El mismo resultado obtiene el capitán en los siguientes interrogatorios, pero ahora él es quien comienza a relatar anécdotas familiares, las figuras de autoridad parecen modificarse, hasta producirse el quiebre emocional del capitán en el último acto.

La puesta en escena de Pedro y el Capitán, dirigida por Jimena Del Sante, acierta al elegir su espacio: el sótano del Centro Cultural Juan Parra del Riego es lo suficientemente oscuro, húmedo y claustrofóbico como para semejar un intimidante calabozo subterráneo. El capitán, interpretado por José Miguel Arbulú, inicia el interrogatorio con mucha energía y llega a ser realmente perturbador. Sin embargo, algunos detalles como su particular orden y su obsesión por la limpieza no son coherentes del todo cuando, por ejemplo, manipula el costal ensangrentado y sucio de Pedro, colocándolo junto al café sobre su mesa. Acaso lo sobresaliente del montaje sea la actuación de Ray Álvarez como Pedro, quien hace creíble a este torturado, que nunca revela su secreto y quiebra sicológicamente a su torturador. Algunas escenas, como la onírica, en la que Pedro se libera metafóricamente de sus ataduras, son arriesgadas pero ajustadas a la propuesta de la directora. Las luces y los sonidos apoyan la recreación del ambiente. Pedro y el capitán es una pieza bien ejecutada, sólida y conmovedora, que retrata con acierto la lucha ideológica entre dos hombres no muy diferentes entre sí.

Sergio Velarde
08 de octubre de 2011