Teatro del Sol regresa a la escena limeña
En el año 1979 Teatro del Sol se fundó por iniciativa de los actores y directores Alberto Montalva y Luis Felipe Ormeño, quienes buscaban nuevas formas y contenidos en la expresión teatral, creando una escuela de formación actoral que privilegiaba el entrenamiento físico y el cuerpo del actor como unidad expresiva. Su primera obra fue El beso de la mujer araña de Manuel Puig, con la cual hicieron una gira de veinte meses por países latinoamericanos y de Europa, y la última fue Los ladrones de Darío Fo en 1996. Luego de 15 años, Teatro del Sol regresa de manera discreta con la reposición de su obra Mitos de fuego, escrita por Ormeño en 1994 y dirigida ahora por Arturo Piedra Valdez, aprovechando las celebraciones por el centenario del nacimiento de José María Arguedas, importante antropólogo y novelista peruano, durante una breve temporada en el Auditorio del ICPNA de Lima.
Sobre la puesta en escena habría que indicar que no sigue los patrones clásicos de una obra tradicional. Presentada a manera de viñetas independientes, Mitos de fuego se regodea en la explotación de nuestras raíces más profundas frente a la imposición cultural europea, teniendo como nexo a la figura de Arguedas (Joan Lamas), quien narra alguna de sus anécdotas ya conocidas (como su estrecha relación con los indígenas, al ser recluido de niño en la cocina por la situación familiar que vivió) y que privilegia siempre la riqueza de nuestro folklor y lo castrante que fue la conquista española. En estas épocas electorales, resulta inevitable distinguir a favor de qué corriente ideológica se inclina el grupo. Pero más allá del contexto actual, Mitos de fuego busca desesperadamente crear conciencia sobre los daños que ocasiona la intolerancia y la represión de los más fuertes hacia los más débiles. Y por supuesto, la inevitable revolución que se genera después.
La puesta en escena mantiene un ritmo acelerado y galopante, acaso también luce algo desordenada, luego de una introducción con el proyector multimedia muy dilatada, en la que se pudo haber aprovechado para graficar o reseñar mayor información sobre el personaje central (sobre todo para aquellos espectadores, entre ellos muchos turistas que asistieron a la función, que no conocen a Arguedas). Destacable el uso del quechua en una de las primeras secuencias, con oportuna traducción, para introducirnos en el concepto del montaje. En medio de coloridos vestuarios y danzantes de tijeras, algunas secuencias resultan particularmente efectivas como la represión sexual de los conquistadores hacia las mujeres indígenas, con el sonido en volumen máximo. Mitos de fuego necesita todavía algunos ajustes para la siguiente temporada que se aproxima, pero nos trae de vuelta a un interesante grupo como Teatro del Sol, que los más jóvenes no habíamos tenido la oportunidad de conocer en escena, y que ofrece una acusadora mirada hacia el pasado, plasmada en el encuentro y el desencuentro de dos mundos antagónicos entre sí.
Sergio Velarde
21 de mayo de 2011
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