sábado, 10 de marzo de 2018

Crítica: BAGDAD


Una relectura de “Las mil y una noches”

La célebre recopilación medieval “Las mil y una noches” ha sido llevada a los escenarios  limeños; estamos hablando de la versión libre Bagdag, con la dramaturgia y dirección de Gerardo Fernández, que se está presentando en el Teatro Esencia de Barranco. La propuesta nos traslada a un contexto actual en el que conviven la corrupción, la desigualdad, el desinterés y demás males sociales que condicionan y ponen a prueba a cada uno de los personajes.

La obra muestra dos historias en paralelo: por un lado, un gobernante – Caleb (Gerardo Fernández)- que abusa de su poder y que padece de un resentimiento profundo a las mujeres debido a una infidelidad, lo que lo lleva a matar a sus esposas al día siguiente de la noche de bodas; sin embargo, la obra comienza cuando Sherezade (Juana Edith Martínez) le está contando una historia para cautivar a Caleb y provocar en él el interés de seguir escuchando la continuación de la misma noche tras noche. Por otro lado, vemos representada la historia que se le está contando a Caleb: se nos muestra la de Aladino como una estrategia de Sherezade para aleccionar al perturbado gobernante. El salto constante de una historia a otra funcionó, pues le daba dinamismo a la puesta en escena; incluso en las escenas donde ambas historias estaban ocurriendo a la vez, fue interesante el hecho de que Sherezade y Caleb estén viendo la acción de los personajes de la historia de Aladino, un juego de perspectivas atinado para la propuesta. Por otro lado, la estructura del teatro ayudó a la diversificación de las escenas, pues explotaron todos los niveles que el escenario contenía, a pesar de ser un espacio reducido. Sin embargo, en cuanto al desempeño de los actores, noté durante toda la obra un desborde de energía en todo el elenco, sin excepción: al tratarse de un espacio pequeño, tendría que haber habido una noción de la calidad de energía física y vocal necesaria para llenar el espacio, mas no para saturarlo. Durante toda la obra vi demasiada tensión en los actores, lo que provocaba inverosimilitud en la interpretación, debido a que no existían matices en la construcción de la mayoría de personajes: se “actuaban” las emociones fuertes, y recurrían siempre a los gritos, lo que provocaba una saturación al espectador.

La propuesta pudo haber funcionado mejor calibrando sobre todo la energía actoral. La historia puede estar llena de personajes apasionados, donde las injusticias y males sociales en este caso vendrían a ser el obstáculo de los involucrados en cada historia; sin embargo, no se puede “actuar” lo apasionado, no se puede “actuar” la maldad o el ser una víctima. Todas estas características tienen que venir por consecuencia de un carácter y un punto de vista de cada uno de los personajes, algo que no vi del todo definido en esta puesta en escena. A pesar de que durante la obra se hacen referencias a la actualidad mencionando elementos contemporáneos como fotografías, pistolas o demás, no fue suficiente pues solo se menciona unas cuantas veces durante toda la obra y creaba confusión. Sin embargo, el hecho de haber tejido dos historias que se retroalimentaban en una puesta en escena fue una decisión atinada, pues así se hace más potente la reflexión sobre las injusticias que en ambos casos se muestra. Una vez más vemos cómo una historia tan antigua puede continuar vigente gracias a relecturas desde las artes escénicas, donde ahora podemos ver a una Sherezade o Idrish comparadas con la imagen de una líder feminista actual o a Caleb como una imagen de ciertos presidentes que profesan  resentimientos a otros países o que, incluso, pueden apoyar la guerra por ideales ciegos.

Stefany Olivos
10 de marzo de 2018

1 comentario:

Emily dijo...

Gracias por los comentarios invalorables. El aprendizaje debe ser una constante y cada nueva experiencia un reto. Un abrazo.