El espectador decide a dónde va
Una mujer trabaja con una máquina de coser. Coge retazos de
tela, los mete bajo la aguja de la máquina y cose, sin
parar, mecánicamente, casi sin pensar o quizá lo único que realmente hace es
pensar y recordar.
Lo narrado es lo que vimos en Ilusa, una breve propuesta escrita
y dirigida por Alfonso Santistevan (Vladimir, La puerta del cielo) en el marco
de la Residencia para la Investigación y Creación Escénica (RICE), espacio
experimental de creación multidisciplinaria ofrecido por el colectivo
Imaginario Colectivo a tres directores teatrales (junto a Santistevan, este año
también estuvieron Rodrigo Chávez y Paloma Carpio), para que durante un mes y
en un espacio determinado, experimenten y creen lo que sea que el lugar les
inspire.
Pero si bien mencioné que lo que vimos fue a esta mujer
cosiendo, es en lo que ocurrió con el público, donde tenemos que detenernos. Y
es que si bien la obra fue protagonizada por Marivel Ariza, creo que sería adecuado
decir que fuimos los espectadores los verdaderos protagonistas.
Santistevan empezó la función repartiendo textos, a quien
quisiera, para que sean leídos en el orden y momento que los voluntarios
desearan y estos textos fueron, junto a uno de la actriz, los únicos que hubo. A
medida que los espectadores con texto leían, nos enterábamos de los recuerdos
de alguien, una nieta o un nieto, y mientras esperábamos a que algo ocurra en
escena, la mujer seguía cosiendo. Los recuerdos hablaban de un abuelo que no
cumplió con el hogar, un abuelo que decepcionó a su mujer y a su familia, pero en
escena, la mujer solo seguía cosiendo.
Y así seguimos esperando que algo ocurra, imaginando qué
podría pasar mientras escuchábamos el sonido de la máquina, cosiendo sin parar,
y a la mujer que la manejaba incólume a nuestra necesidad de acción. Fue ahí
cuando la obra se trasladó de la escena al público y fuimos nosotros quienes
armamos la historia, quienes le dimos sentido al texto. Fuimos los espectadores
quienes nos volvimos el nieto o la nieta que intentó no decepcionar a la
abuela, como sí lo hizo el abuelo, y nos dedicamos a trabajar sin descanso para
no equivocarnos queriendo vivir, tal y como lo hacía esa mujer, atada a su
máquina y cosiendo sin parar, pero sin dejar de recordar.
No es común presenciar una obra en donde la acción dramática
resida casi en la ausencia de esta y en donde las emociones que surgen en el
espectador dependan más de su necesidad de que algo ocurra que de que sean el
actor o el director los que los convenzan de sentir algo específico, porque si
esta propuesta resultó en comedia o drama para alguien, lo fue por su propia
decisión y según hacia dónde cada uno quiso que lo lleve la historia.
Definitivamente, Santistevan entendió el espíritu de la RICE
y nos hizo entrar en su pequeña trampa dramática. Los testigos lo agradecemos.
Daniel Fernández
2 de agosto de 2016
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