La aceptación del payaso
Quizá son pocas las veces en que uno decide, por voluntad
propia, cuestionar su vida: ¿Quién soy? ¿Hacia dónde estoy yendo? ¿Qué quiero
de la vida? Sea como sea, estoy seguro de que no tendremos respuestas absolutas
ni definitivas a esas preguntas, pero lo que sí obtendremos serán las
sensaciones que nuestras propias respuestas nos dejarán: tranquilidad, alegría,
preocupación… o tal vez arrepentimiento. Habiendo dicho esto, ¿se animarían a
hacer la prueba?
Bueno, el pasado viernes 12 de agosto, en la Casa Paya de
Barranco, alguien sí se atrevió: un payaso, y a la fuerza nos hizo a todos
hacerlo con él. Este payaso llamado 23, interpretado por César García (Los
Fabulatas, Casi Don Quijote) y dirigido por Paloma Reyes de Sá, hizo que sea
posible encontrar en su vida de intentos (sí, de intentos, porque intentó
enamorar, intentó trabajar, intentó ser alguien), una realidad que nos toca a todos, ¿o es que acaso hay alguno de nosotros que no
intente ser alguien en la vida?
Es así que la gran riqueza de este unipersonal hecho por un
payaso no está en la constante interacción con el público (ni los que bajaron
al escenario ni el espectador que es tomado como “punto” durante toda la
función), ni en los chistes, ni en la “joda”, que nos hicieron casi reventar el
pecho de tanta risa. No, eso no es lo mejor porque eso es lo que todos
esperamos de un payaso. Lo mejor de Mi nombre es 23 no reside en lo que este
payaso nos dijo con risas sino en lo que nos dijo con lágrimas, y es que nadie
espera que un payaso te enfrente a tus propias decisiones y a la reflexión
sobre éstas.
Para mí, el momento clave de la obra es cuando 23 se dice a
sí mismo “soy un payaso” y lo hace despectivamente, llorando, sintiendo que no
tiene ni futuro ni espacio en el mundo de hoy, pero después se da cuenta de que
esa es su naturaleza y no hay nada de malo ni equivocado en ella. 23 se conoce,
se asume y se acepta, y sabe que si algo podrá lograr en su vida, debe de ser
partiendo de su verdad: él es un payaso y ese es su camino. Esa transformación
me parece valiosísima.
Cuando terminó la función no pude dejar de preguntarme cuál
es el lugar de la vocación hoy en día cuando nuestras decisiones de vida están
más ligadas al éxito económico. Si alguien siente que su vocación es ser
payaso, ¿debajo de cuánto maquillaje de seriedad lo ocultaría para ser
productivo y exitoso en otra cosa? Esta obra me hizo ver que no importa si mi
nombre es 23 o Daniel o María o José. Lo que importa es encontrar nuestro camino
y seguirlo.
Tuve la suerte de ver esta obra en su último día pero viene
reposición, así que no se lo pierdan.
Daniel Fernández
17 de agosto de 2016
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