sábado, 6 de agosto de 2016

Crítica: EL MONTAPLATOS, TRAMPA PARA DOS ACTORES Y UNA AUDIENCIA

No olvides que preguntar es peligroso   

Un cuadrado blanco a modo de escenario delimita el espacio que será utilizado. Dos sillas blancas están dentro del cuadrado blanco y tienen un revólver debajo de cada una de ellas. Hay dos actores frente a nosotros, uno calentando la voz y el otro con los ojos vendados, esperando el momento de empezar (¿o es que ya empezaron?). De pronto, un hombre se levanta de entre el público, lanza una señal y ahora tenemos rock en la sala. Una canción rock suena fuerte mientras que en escena, el actor que calentaba nos observa, reconoce su espacio y algo empieza a entender, pero ni su compañero ni nosotros lo hacemos.

Así se inicia El Montaplatos, obra de Harold Pinter y dirigida por Joaquín Vargas, el mismo director que con Piaf nos mostró, paso a paso y por tres horas, la vida de la cantante en un montaje detallista para poder conocerla y entenderla, esta vez, y por menos de cincuenta minutos, ahora nos pone frente a un montaje en donde nada está claro y lo certero es lo último que se nos ofrece. Estamos en una trampa, los actores y nosotros.

Es así que El Montaplatos resulta una prueba para el espectador, quien sin lugar a dudas estará intentando entender lo que está pasando: ¿Qué hacen Ben (Juanjo Espinoza) y Gus (Fernando Luque) en esa especie de sótano y a quién esperan?, ¿por qué les empiezan a mandar mensajes a través de un montaplatos?, ¿quiénes son los que les mandan los mensajes?, ¿por qué les pide comida griega y paella?, ¿por qué los hombres deciden solucionar los pedidos enviando las pocas cosas que Gus tiene en su maletín?, ¿por qué los extraños se queda con las papas fritas de Gus? Muchas preguntas surgen en el público, pero también en Gus, quien a diferencia de Ben, no lidiará con lo desconocido por medio del silencio. No, Gus no se calla, pregunta y el querer saber casi siempre incomoda, especialmente al poder y al sistema.

Por eso, quizás la línea más reveladora de la obra es una que le corresponde a Ben: “No pienses y haz tu trabajo”. Es probable que esa sola línea nos sea suficiente para reconocer en Ben a una sociedad cada vez más preocupada en hacer que la gente se dedique a producir y no a pensar (haciendo posible que surjan líderes políticos que, por ejemplo, al despreciar la cultura llegan al colmo de esconder murales artísticos tras pintura amarilla), una sociedad en donde los pasatiempos ya no tienen un límite claro entre su objetivo de brindar relax y el peligro de hacer que se deje de pensar.

Viendo el color blanco que resalta en escena, pienso en Gus como la oveja que un día abandonó el rebaño y aunque no sepa bien por qué lo hizo, sí sabe que hay algo que ya no es igual. No se la pierdan.

Daniel Fernández
6 de agosto de 2016

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