No olvides que preguntar es peligroso
Un cuadrado blanco a modo de escenario delimita el espacio que será utilizado. Dos sillas blancas están dentro del cuadrado blanco y tienen un revólver debajo de cada una de ellas. Hay dos actores frente a nosotros, uno calentando la voz y el otro con los ojos vendados, esperando el momento de empezar (¿o es que ya empezaron?). De pronto, un hombre se levanta de entre el público, lanza una señal y ahora tenemos rock en la sala. Una canción rock suena fuerte mientras que en escena, el actor que calentaba nos observa, reconoce su espacio y algo empieza a entender, pero ni su compañero ni nosotros lo hacemos.
Un cuadrado blanco a modo de escenario delimita el espacio que será utilizado. Dos sillas blancas están dentro del cuadrado blanco y tienen un revólver debajo de cada una de ellas. Hay dos actores frente a nosotros, uno calentando la voz y el otro con los ojos vendados, esperando el momento de empezar (¿o es que ya empezaron?). De pronto, un hombre se levanta de entre el público, lanza una señal y ahora tenemos rock en la sala. Una canción rock suena fuerte mientras que en escena, el actor que calentaba nos observa, reconoce su espacio y algo empieza a entender, pero ni su compañero ni nosotros lo hacemos.
Así se inicia El
Montaplatos, obra de Harold Pinter y dirigida por Joaquín Vargas, el mismo
director que con Piaf nos mostró, paso a paso y por tres horas, la vida de la
cantante en un montaje detallista para poder conocerla y entenderla, esta vez,
y por menos de cincuenta minutos, ahora nos pone frente a un montaje en donde
nada está claro y lo certero es lo último que se nos ofrece. Estamos en una
trampa, los actores y nosotros.
Es así que El Montaplatos resulta una prueba para el
espectador, quien sin lugar a dudas estará intentando entender lo que está
pasando: ¿Qué hacen Ben (Juanjo Espinoza) y Gus (Fernando Luque) en esa especie
de sótano y a quién esperan?, ¿por qué les empiezan a mandar mensajes a través
de un montaplatos?, ¿quiénes son los que les mandan los mensajes?, ¿por qué les
pide comida griega y paella?, ¿por qué los hombres deciden solucionar los
pedidos enviando las pocas cosas que Gus tiene en su maletín?, ¿por qué los
extraños se queda con las papas fritas de Gus? Muchas preguntas surgen en el
público, pero también en Gus, quien a diferencia de Ben, no lidiará con lo
desconocido por medio del silencio. No, Gus no se calla, pregunta y el querer
saber casi siempre incomoda, especialmente al poder y al sistema.
Por eso, quizás la línea más reveladora de la obra es una
que le corresponde a Ben: “No pienses y haz tu trabajo”. Es probable que esa
sola línea nos sea suficiente para reconocer en Ben a una sociedad cada vez más
preocupada en hacer que la gente se dedique a producir y no a pensar (haciendo
posible que surjan líderes políticos que, por ejemplo, al despreciar la cultura
llegan al colmo de esconder murales artísticos tras pintura amarilla), una
sociedad en donde los pasatiempos ya no tienen un límite claro entre su
objetivo de brindar relax y el peligro de hacer que se deje de pensar.
Viendo el color blanco que resalta en escena, pienso en Gus
como la oveja que un día abandonó el rebaño y aunque no sepa bien por qué lo
hizo, sí sabe que hay algo que ya no es igual. No se la pierdan.
Daniel Fernández
6 de agosto de 2016
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