jueves, 2 de abril de 2015

Crítica: MICROTEATRO AL TOQUE

Irregular antología de locura  

Rastreando los orígenes del tan mentado Microteatro, aterrizamos en la Madre Patria. En noviembre de 2009, un nutrido grupo de directores, autores y actores al mando del director y dramaturgo Miguel Alcantud, se apoderó de un antiguo prostíbulo de Madrid. Se alojó, en cada una de las 13 habitaciones con las que contaba el recinto, un grupo teatral independiente, con la consigna de presentar una obra de menos de 10 minutos para un público de menos de 10 espectadores sobre un tema en común: la prostitución. Dichas micro-obras se representaban tantas veces como el público deseara. El inesperado éxito que tuvo el proyecto generó toda una nueva moda, que llegó irremediablemente al Perú. En todo caso, el Microteatro es un interesante ejercicio teatral, ya que cada breve puesta en escena debe contar con una historia y personajes medianamente desarrollados para no acabar como simples y olvidables “sketches”.

Con diferentes temas por explorar (como se siguió en España, con miniespectáculos Por Dinero, Por amor, Por la familia, Por celos, Por ellas) y producidas por la Comunidad Artística Nacional SAIP, nos llegó a la Casa Waira una temporada de Microteatro Al Toque de Locura, con cuatro piezas cortas que exploraron, con diferente planteamiento y fortuna, los laberintos psicológicos del ser humano. Como toda antología, las escenas no necesariamente cumplen las expectativas. Con la autoría y dirección de Martín Abrisqueta, las piezas Obsesión ilegal y Al alumno con cariño se centraron en las intrincadas relaciones entre abogados y jueces, y sus respectivas vidas privadas. La primera, con dos letrados secuestrados (correctos Lilian Nieto y Enrique Avilés) y sus intentos de escapar; y la segunda, con una inverosímil conversación en una banca de parque (Santiago Moreno y Nicolás León, este último en un registro histriónico, por llamarlo de alguna manera, anacrónico). Ambas secuencias se ven opacadas por las dos restantes, no especialmente por su calidad, pero sí porque aportan algunos aspectos interesantes.

Otro propulsor del Microteatro, de nacionalidad venezolana, es el director y dramaturgo Ibrahim Guerra, quien se encargó de la dirección de las últimas piezas de este Microteatro al toque de Locura. En Psicosis Jauja de Julie De Grande, una psiquiatra muy autosuficiente y su despreocupada paciente intercambian de personalidad a lo largo de su hilarante diálogo, interpretadas respectivamente por las divertidas Jacqui Chuquillanqui y Patricia Moncada. Y en Psicosis (del propio Guerra), invadimos la habitación que alquila Marion (Ena Luna) en el motel de Norman (Jürgen Gómez). Esta pieza resulta acaso, la más interesante. El suspenso es nulo, pues el público sabe cómo terminará la historia, pero la química entre los actores es lo suficientemente interesante como para seguir con interés la acción. En conclusión, con algunos (y serios) altibajos, este Microteatro al toque debe afinar varios aspectos para sus siguientes temporadas, para no convertirse en un mero entretenimiento para el olvido.

Sergio Velarde
02 de abril de 2015

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