La muerte del performer
Un poema en escena. Recuerdo haber estado en los primeros años de facultad y ya escuchar la propuesta en clase y entre colegas. Hay muchas aristas desde la cual uno se propone abarcar la esencia de un poema a través de la escena: la voz, el cuerpo, la idea de luces y sensaciones. Paulo César Polo Chávez, en Una bofetada de rosas en la garganta, experimenta esta idea desde la suma honestidad y, como buen poeta, desde la libre interpretación y apropiación del espectador.
Apenas inicia la conferencia, nos queda claro que el propósito del autor no es contarnos una historia o sentimiento de manera lineal, sino transportarnos por distintas sensaciones, preguntas y ansiedades de un personaje llamado Leandro, quien podemos interpretar como alterego del actor a la vez, quizás, de ser profundamente querido. El conferencista (y Leandro) dan vueltas por el escenario, le hacen preguntas sin respuesta al público, expresan sus añoranzas y ansiedades a través de poéticas metáforas, y cuando parece que finalmente han encontrado un punto de concentración: paran y le piden al técnico que rebobine la pista.
El ejercicio que nos propone Polo Chávez se trata, claramente, más de nuestro viaje subjetivo a través del texto que el de dar un mensaje en particular. Mientras lo veía moverse y hablar, a veces me quedaba solamente con sus palabras. A veces solo con las luces o con sus desplazamientos erráticos. Mi mente enlazaba en su mascarilla o su voz melancólica recuerdos de la infancia, pandémicos, románticos. La voz de Polo Chávez goza de una sequedad particular que hace sentir cada palabra suya como humana a la vez que lejana, desconocida. Quizás también por esto es que él mismo describe su paso por el texto como una experiencia neurodivergente.
Veo en escena, de manera muy cercana gracias al espacio íntimo y acolchado de la Sala Kracc, los delirios poéticos de un ataque de ansiedad, de un meltdown y de una revelación quasidivina. Es quizás, una expresión más moderna, muy cuajada a nuestros tiempos, de lo que en otras épocas habríamos catalogado sin miedo de teatro impresionista. Solo ese mérito me hace preguntarme, en tiempos donde el contacto artista-espectador se busca tanto, si no podríamos beneficiarnos de regresar también al impresionismo. Agradezco a Polo Chávez, por eso mismo, por el atrevimiento de su puesta, y espero pueda continuar llenándola de matices y extremos físicos que hagan de nuestra viaje una experiencia selectiva y única para cada persona.
José Miguel Herrera
25 de diciembre de 2024
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