miércoles, 22 de enero de 2020

Crítica: BUENOS VECINOS


Efectivo pero desaprovechado entretenimiento

Es perfectamente válido el hecho de presentar y reestrenar a los pocos meses la misma obra, y además, con diferentes elenco y director. Finalmente, el público atento ya estaría sobre aviso y sabría que se trata de la misma historia, pero interpretada por otros actores y quizás, desde una nueva perspectiva del director de turno. Eso, cuando la obra lleva el mismo título. Sin embargo, cuando se trata del mismo montaje pero con el título cambiado, definitivamente es otro el panorama, desde el punto de vista del desprevenido espectador. Sucedió  hace poco, con la adaptación al teatro de la cinta Perfetti Sconosciuti (2016) de Paolo Genovese, a cargo de Osvaldo Cattone en el Teatro Marsano, titulada Celular, en enero del 2018 y que posteriormente estuviera en temporada en octubre del año pasado (con una reposición en estos momentos) en el Teatro Pirandello, de la mano de Los Productores, con el nombre de Perfectos desconocidos. Curiosamente, es en el mismo Marsano donde viene ocurriendo una situación similar: Invencible, aclamada obra del inglés Torben Betts, se estrenó discretamente en marzo del 2019 en el Teatro de Lucía bajo la dirección de Rodrigo Falla Brousset y ahora, ni siquiera pasado el año, ya está de nuevo en cartelera miraflorina dirigida y adaptada por Cattone, pero bajo el nuevo título de Buenos vecinos.

Dejando de lado la muy cercana proximidad de ambos estrenos y la inevitable comparación entre ambos montajes, la puesta en escena de Buenos vecinos, en la que dos parejas que residen en un mismo edificio (y ambas diametralmente opuestas en todo sentido) inician una tensa relación, no defrauda. En realidad, con Cattone aquello nunca sucede, aun en sus trabajos más cumplidores. Pero es su muy particular (y radical) versión la que llama la atención, pues si en el original de Betts la pareja acomodada era la que se ve forzada a mudarse a un barrio marginal, aquí sucede al revés: son Gema (Andrea Luna) y Valentín (Pietro Sibille) los que llegan de un modesto distrito a vivir en el mismo edificio que Emily (Martha Figueroa) y Renato (Bruno Odar). La cena de bienvenida que les ofrecen estos últimos es el disparador de un simpático choque no solo de clases socioeconómicas distintas, sino también de carácter generacional. Sin embargo, resulta inevitable advertir que se ha preferido banalizar esta confrontación entre estratos social y culturalmente distintos del texto original por un humor más ligero, aunque efectivo. La sátira social que podría haberse explorado más, especialmente en la concepción original de los personajes, pierde terreno frente a la confusión originada por el infeliz destino de un gato llamado “Napoleón” (en la original es “Invencible”) y una infidelidad que se ve venir desde muy temprano.

Pero si Buenos vecinos funciona como comedia es por la calidad interpretativa del cuarteto protagonista: nos olvidamos muy pronto de la evidente diferencia de edades entre Figueroa y Odar para entrar en la convención y creerles en escena como ese estirado e inofensivo par de abuelitos acomodados; Sibille sepulta de una vez por todas a su eterno “Misterio” como el más acérrimo fanático de Alianza Lima; y Luna resulta encantadora dentro de la vulgaridad de su personaje, a pesar de tener un excesivo buen gusto para peinarse y vestirse. Los valores de producción, como de costumbre en el Marsano, impecables. Lejos de ser una de las mejores comedias de Cattone (incluso otras menores como En la cama del 2008 profundizaron mejor la brecha generacional), Buenos vecinos es sin duda, un eficiente entretenimiento, pero que luce algo apresurado y sin profundizar en la aguda crítica del texto de Betts, siendo este último detalle el que hace finalmente pertinente el nuevo nombre del espectáculo, debido al escaso rezago del material original.

Sergio Velarde
22 de enero de 2020

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