miércoles, 22 de enero de 2020

Crítica: LIGIA Y LA CIUDAD GRIS


Ciudad de los sueños rotos

Ligia y la Ciudad Gris es un unipersonal a cargo de Gabriela Chero Franco, bajo la dirección de Eduardo Ramos. La obra ha transitado otros escenarios, pero es la primera vez que se presenta en una corta temporada en los auditorios del Centro Cultural Británico. La acción dramática gira en torno a una niña llamada Ligia atrapada en una ciudad muy hostil y con graves problemas ambientales, como la lluvia ácida, pero que aspira a conocer y vivir nuevas experiencias fuera. El conflicto sucede cuando esta voluntad choca con la del Coronel, el mandatario todo poderoso de Ciudad Gris que manda sobre la vida de todos. A pesar de las advertencias de su madre, muy obediente al Coronel, la muchacha no teme a nada y a pesar de ser tocada por la temida lluvia ácida, igual emprende la búsqueda de su libertad y la lucha por sus sueños, claro que atravesando una serie de experiencias y aventuras en ese camino.

El auditorio de la sede Surco del Británico estuvo casi totalmente llena de madres con sus hijos. Desde un primer momento, Gabriela logró conectarse con los infantes y a medida que narraba y personificaba la historia de Ligia, consiguió llamar la atención y concentración de todo el público. Esto fue algo muy evidente, porque por momentos parecía que los niños no se inmutaban ante las serie de aventuras de Ligia por su libertad; de igual manera, fue sorprendente que no interrumpieran su monólogo e incursionaran en el escenario, como es muy común en los espectáculos infantiles.

El vestuario de Gabriela fue bastante sucinto, sus materiales eran convencionales, pero los colores atractivos. Además, llevaba consigo una maleta, la cual era muy intrigante, pues su contenido era desconocido. Interesante el hecho que nunca la abriera y así dejó una sensación de curiosidad muy fuerte. Por otro lado, no hubo más decoración de materiales en el escenario, pero sí la visualización de imágenes de los sueños de Ligia, aunque no se logran apreciar del todo por el reflejo de la luz. La iluminación fue buena, pues era de una tonalidad roja amarillenta haciendo alegoría a la alegría. Sin embargo, un elemento realmente potente del montaje fue la música. No sé si será original (si lo es sería genial), pero los ritmos que acompañaron las diferentes aventuras de la niña fueron precisos y atractivos; era como una mezcla de jazz y un concierto de ópera de Tchaikovsky, pero con un ritmo divertido y por momentos, muy simpático.

Los eventos que suceden a Ligia fueron muy rápidos e implicaron un dominio escénico por parte de la actriz, que es este caso sí llegó a estar a la altura del personaje, pues los movimientos eran claros, así como las intenciones. Hacia el final del montaje, el giro que tomó la historia fue grande e inspirador: el mensaje sobre la importancia de luchar por tus sueños caló en los niños, ya que fue lo que más preguntaban luego del espectáculo. Fue muy positivo que tanto la actriz como el director salieran al escenario luego de terminado este, para darse un tiempo en conversar con el público, sobre todo, con los niños. Es muy importante ir educándolos acerca de las convenciones del teatro.

Enrique Pacheco
22 de enero de 2020

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