“No soy un romántico del teatro”
Uno de los actores peruanos más versátiles
en plena actividad es, sin duda, Miguel Iza. Ganador de la mención del jurado
de Oficio Crítico 2019 como el mejor actor protagónico por su notable
interpretación de Anton Chéjov en Tu mano en la mía, se formó primero en el
Club de Teatro de Lima y posteriormente, en la Escuela Nacional Superior de
Arte Dramático (ENSAD), regalándonos notables actuaciones a lo largo de los
años, en teatro, cine y televisión. “Mi mamá siempre me llevaba al teatro, por
su culpa es toda esta vaina”, comenta. “A ella le gustaba mucho, actuaba en el
colegio, pero nunca se dedicó; paraba en la Escuela, veía todo lo que se hacía
allá, incluso conocía a Alfredo Bouroncle”.
Inicios teatrales
Miguel y sus cuatro hermanos siempre
acudían al teatro, pero él se consideraba como el más “afanoso” por verlo. “Pero
luego llegó la crisis y todo se fue al diablo”, recuerda sobre aquellas
conflictivas épocas de finales de los setentas e inicios de los ochentas. “Pero
incluso, cuando ya había comenzado la guerra interna, todavía seguía yendo
igual; había bastante teatro comercial y mucho teatro de grupo: comenzaron a
aparecer grupos como Yuyachkani, Cuatrotablas y Raíces; la vuelta a la
democracia hizo que podamos ver más, porque muchos de ellos trabajaban en la
clandestinidad, hacían teatro callejero”. Cuando cumplió 14 años, su hermano
que estudiaba en Bellas Artes le pasó la voz de una obra de teatro que se
presentaba ahí, a cargo del grupo Yuyachkani, Los hijos de Sandino (1981). “Fue
la primera obra que vi del grupo, sobre el ascenso al poder del sandinismo,
todo bien político y bien directo, por primera vez veía teatro de grupo, todos
hacían de todo, todos tenían el mismo vestuario, los mismos elementos, había muñecones,
música en vivo, todos cantaban y bailaban como una fiesta”. Para el Miguel de
14 años, que nunca había visto una puesta de teatro semejante, fue toda una
revelación. “Ahí me dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’”.
Como ya se mencionó anteriormente, Miguel
tuvo como primera casa teatral a la institución regentada durante décadas por
el recordado Reynaldo D’Amore. “Tuve muy pocas clases con él, pero recuerdo que
era un tipazo”, rememora sobre su estadía en el Club de Teatro. “En una época
en la que mi familia estaba mal económicamente, él me becó. Pero más trabajé
con Gregor Díaz y Arturo Valero”. En 1984, conoció a un director de teatro que
quería hacer una obra de teatro con jóvenes y Miguel estaba desesperado por
actuar. “Era una obra de Gregor Díaz, además, y luego él mismo que dijo que no
la haga, porque la iba a hacer Alberto Isola y que yo era muy chico para hacer
esas cosas”. La mencionada obra quedó suspendida, pero ante la inminente
participación en un festival de teatro, se hizo otra en la que estaba incluida
una actriz de la ENSAD, de la que se hizo amigo. “Y fue así que entré a la Escuela
y además con el apoyo de mi papá”. Y es que si bien ya no habían cerrado las inscripciones
en la ENSAD, su padre, que siempre mostró reticencia a que Miguel estudiara
teatro (en aquel entonces era estudiante de Sistemas), consiguió la
inscripción, haciéndose amigo de la secretaria. “Mi papá tiene esas cosas, se
hace amigo de todo el mundo; por su culpa también estoy en esto”. Luego de
cuatro exámenes eliminatorios, Miguel entró a las aulas de la Escuela.
Uno de los profesores que marcar la vida
artística de Miguel fue Rafael Hernández, mejor actor Oficio Crítico 2014 por
Noches de luna. “¡Juan Rafael Torres Hernández!”, exclama solemne. “El tío era
impresionante, se fumaba tres cajetillas de cigarros al día; en esa época se
fumaba en clase”. La forma de enseñar de Hernández es la que aplica Miguel en
la actualidad. “Todo tiene que ver con la acción, con el conocimiento de la
historia que estás contando, con involucrarte sensiblemente con la historia que
estás contando, pero no desde la emoción, sino desde la conciencia de que ese
momento es importante en la historia de ese persona, es importante para el
lugar en donde vive y para las personas con las que vive”. Se trata pues, de un
compromiso con el hecho escénico desde la propia visión del mundo de actor. “Él
insistía mucho en eso: ¿Dónde estás? ¿Qué estás diciendo? ¿A qué estás
respondiendo? ¿Por qué dices ese texto en ese momento de la historia?”
Experiencias en teatro, televisión y cine
Con el maestro Hernández, Miguel estuvo en
la puesta de Santa Juana de América de Andrés Lizarraga, que narraba la epopeya
de Juana Azurduy, mujer emblemática de la revolución americana, en la que se
exhibía las contradicciones e intereses de los grupos sociales envueltos en la
perdurable lucha por la tierra. “Una historia terrible, como la de Madre Coraje,
se le mueren los hijos, el marido; la presentamos como muestra de estudiantes en
La Cabaña”. Posteriormente, en 1985, Miguel actúa en su primera obra
profesional, Enemigo de clase de Nigel Williams, en torno a la falibilidad de
los medios educacionales en tiempos modernos; y debuta en el cine con la
película La ciudad y los perros, recordada adaptación cinematográfica de
la novela de Mario Vargas Llosa, en donde interpretó a Arróspide. Al año
siguiente, actuó en Simón, con la dirección de Gianfranco Brero. “En 1987, me retiré
y me dediqué a trabajar en Sistemas; y yo, feliz”, asegura Miguel. “Pero
después, en 1991 me llamó Toño Vega, muy amigo mío, que también era de la
Escuela; yo era recontra rojo, y juraba que no iba a hacer televisión y menos cine,
pero Toño me arrastró al casting, molesto”. Es así que regresó a la actuación. En
televisión en Mala mujer (1991) y de ahí en las muy populares teleseries
noventeras Tatán (1994), Los de arriba y los de abajo (1994–95), Los
unos y los otros (1995) y Tribus de la calle (1996). “Y en teatro,
hice Tetralenon de Pacificilina (1991), con el finado José Enrique Mavila y
Paul Martin, ambos escribieron y dirigieron la obra”.
“Pienso que un buen actor de teatro de
tener, sobre todo, disciplina”, asegura Miguel. “Disciplina, pasión y responsabilidad”.
Desprecia el talento, ya que lo considera un estorbo. “Te hace creer que ya lo sabes
todo, es una c…”. Y en cuanto a las cualidades de un director de teatro, él
afirma que un buen director debe ser papá, psicólogo y amigo. “Sobre todo esas
tres cosas, puede no saber ni m… de teatro, pero con esas tres cosas puede
hacer lo que sea”. No niega que un director tiene que ser un artista, pero
asegura que con esos tres requisitos y un mínimo de criterio, se puede hacer un
buen espectáculo. Duda sobre si un buen director también debería haber sido
actor, aunque imagina que debería haber ejercido la actuación, por lo menos,
por un tiempo, como en los casos de Jorge Villanueva, Roberto Ángeles o Miguel
Rubio, directores de notables obras teatrales y que tuvieron una escasa
experiencia interpretativa. “Acaso la dirección podría ser el camino atrofiado
de un mal actor; un mal actor en el sentido en que no se va a dedicar a eso”. Y
es que Miguel piensa que actuar es un oficio agotador y duro. “La gente no
aguanta muchas privaciones, muchas exigencias, hay mucha gente que comienza,
pero lo deja, porque se le acaba la voluntad rápidamente, nadie ha venido al
mundo para ser mártir”.
Miguel ha participado en numerosas obras de
teatro, pero recuerda con orgullo algunas en especial. “Lorenzaccio (1992), que
dirigió Roberto Ángeles, fue mi primera obra de suspenso, escrita por Alfred de
Musset”. Se trata de un texto que aborda el mundo fracturado de la Florencia
del siglo XVI, a través de un fuerte drama personal en medio de un convulsionado
contexto histórico: el sacrificio de un hombre que se hace amante del Duque,
que es además su primo, para matarlo y así darle el poder a los a los
republicanos. “La hicimos el 92, el año en el que cayó Abimael; la obra era recontraterruca,
pegada al pensamiento revolucionario francés y tuvimos que quitar muchos textos
dos semanas antes del estreno; con todo, la obra fue espectacular”. Por otro
lado, en Caricias (2009), Miguel tuvo que actuar y dirigir a la vez, lo que
considera una empresa muy difícil de llevar a buen puerto. “Katia Salazar y
Natalia Cárdenas (actrices del taller de Ángeles) me llamaron, pero yo no
quería dirigir”, recuerda. “Sin embargo, la obra era Caricias (de Sergi
Belbel), que yo quería hacer hace tiempo”. Miguel se dio cuenta también que había
un papel que le gustaba mucho. “Entonces le dije a Yashim Bahamonde (guionista
de televisión), que era muy amigo mío, que sea mi director asistente y así yo
podría actuar”. Bahamonde aceptó, pero al mes tuvo que abandonar el proyecto.
“Decidí jugármela y le pedí a los otros actores, entre quienes estaban Carlos
Cano, Liliana Trujillo y Sonia Seminario, actores de peso, que me ayudaran; a la
hora de montar, yo estaba en el escenario y no podía ver; en temporada tampoco
podía salir a ver la obra, solo escuchaba y dirigía de oído, fue una tortura”.
Situación similar le pasó recientemente en
Tu mano en la mía, notable texto de la investigadora estadounidense Carol
Rocamora, especialista en Antón Chéjov, y dirigida por el valenciano Santiago
Sánchez. “El director vino, dirigió y tuvo que irse”, asegura Miguel. “Me
pidió que me hiciera cargo del montaje y bueno, estaba en escena y registrando
lo que pasaba, actuando y también pensando en qué corregir; llegó un momento en
que le dije a Paloma (Rojas, actriz del montaje) que esto era una tortura”.
Felizmente para Miguel, el director regresó, vio la función y entregó notas a
los actores para continuar. “Es la obra de la que más me siento orgulloso
porque fue creciendo de función a función y, de hecho, la última fue la más paja
de todas”. Miguel reconoce que aborda sus personajes de una manera muy poco
teórica. “Creo que me pasó lo mismo con Montesinos (para la cinta Caiga quien
caiga), porque es un personaje que está en el imaginario de todos”. Y es que
Chéjov es un dramaturgo muy cercano al mundo del teatro, del que tenemos ya
bastante información acerca de su vida y obra. “Me gusta mucho trabajar en base
al imaginario, en base a imágenes, fotografías, un contacto muy cercano con
este señor que veo en la foto, con esa sonrisa de p…, que se está burlando del
fotógrafo y de las generaciones que lo van a ver; todo ha sido un viaje muy
positivo”.
Problemáticas urgentes
Dados los recientes y bochornosos acontecimientos
que implican la falta de respeto y el abuso de poder entre alumnos y maestros
dentro del quehacer teatral, Miguel, como director y profesor, opina que el
tema es sumamente delicado. “Y no ocurre solamente en el medio teatral, ocurre
en todos los medios. Y los casos más graves, son, evidentemente en el sector
educativo, donde se trabaja con adolescentes”. Para Miguel, es importante
evitar el delito, no por el delincuente, sino por la víctima. “Si alguien
comete un delito, obviamente tiene que ser penado. Pero lo importante es evitar
que haya víctimas. Es muy p… esperar que
la gente sepa distinguir los límites si no nos hemos preocupado por educar para
que no se crucen; es un problema social y de Estado, y al final, todo apunta a
lo mismo: no tenemos Estado, estamos descabezados, existen gobiernos de turno,
pero no un Estado”. El teatro se convierte, entonces, en la herramienta más
importante para crear conciencia. “No hay otra herramienta más fuerte y más eficiente
que el teatro para desarrollar personas sensibles, emocionalmente desarrolladas,
con criterio y valores. Y el teatro debe
ser parte del currículo educativo, en todas sus etapas. Y esa es labor del
estado”.
Otra problemática muy actual es la baja
afluencia de público a los espectáculos teatrales en general. “No hay formación
de públicos”, afirma Miguel convencido. “Las compañías, directores, dramaturgos
y productores nos hemos colgado de este famoso ‘boom teatral’ que nunca ha
existido; es la mayor mentira y estupidez que nos hemos creído”. Para Miguel,
si bien algunas salas comerciales se han encargado de mantener las temporadas
teatrales de manera continua por los últimos quince años, el verdadero público
no se ha formado. “No hay gremios en nuestro medio. No hay gremio de actores,
ni de directores, ni de productores; así es imposible avanzar. Tenemos la misma
cantidad de público que hace quince años. Y la oferta ha crecido muchísimo.
¡Genial! Pero son los mismos mártires del teatro que van de un lado a otro,
desesperados por verlo todo, corriendo de una sala a otra”. Le resulta
inexplicable, por ejemplo, que exista una escuela nacional de teatro y que no
haya elenco nacional. “Si la ENSAD existe, ¿por qué no hay un Teatro Nacional?
¿Qué sentido tiene? ¿Nadie se ha puesto a pensar en eso? ¡Es absurdo! Es tan
obvio que el Estado no va hacer nada y las productoras privadas parecen querer trabajar
por su cuenta”.
Las condiciones de los artistas
independientes obviamente no son las mejores en nuestro medio; debido a los
altos costos de vida, la mayoría debe dedicarse a varios oficios y actividades.
“No soy un romántico del teatro", explica Miguel. "Puedo pensar como empresario:
para hacer mercado, tienes que tener una competencia; si no hay Pepsi, no hay
Coca Cola; hay que generar un mercado, tener competidores igual de fuertes que
tú, es lógica pura mercantilista, comercial”. Nos cuenta que, lamentablemente, Tu mano en la mía sufrió un revés en las últimas semanas en la afluencia de
espectadores. “Yo me iba a vender entradas, con mis banners, mis volantes, por
ahí dos entradas, tres entradas, ha sido una cachetada a la vanidad: si tú te crees
que eres la c…, que todos te van a ir a ver… ¡es mentira! Si quieres mercado,
haz un mercado, pórtate como empresario; cada vez que una obra no tiene éxito
es una oportunidad perdida”. Y el panorama no luce prometedor, ya que desde
hace dos años, el problema de las salas a medio llenar se está agravando.
Para Miguel, se está partiendo de una
falacia para enfrentar el mencionado problema. “Estamos partiendo de una
posición errada con respecto al público de teatro: ¡No hay público!”, asegura.
“No puedes pensar en qué es lo que quiere el público, si este no existe; hay
que formarlo, crearlo”. Miguel también tiene una opinión formada respecto a la
calidad de los espectáculos escénicos. “No nos rasguemos las vestiduras:
hacemos un teatro de m…, amateur, muy poco profesional”, sentencia. “Nuestro
teatro es muy malo; la gente va al teatro y se espanta; nosotros (los
teatristas) vamos, aplaudimos y felicitamos, porque es un gran esfuerzo subirse
al escenario, pero ¡es una m… el teatro que hacemos!” La razón que esgrime
Miguel para esta afirmación es clara: el trabajo no es profesional, porque no
está bien pagado. “Para empezar, si te pagaran bien por tu trabajo, podrías
dedicarte solo a eso; pero si el actor no gana bien, ¿cómo podría hacerlo? Como
no quieren pagar sueldos, nadie te garantiza una estabilidad, y tienes que
hacer de todo, tener veinticinco trabajos a la vez y así no puedes dedicarte bien
a ninguno, entonces todo lo que haces es a medias. ¿Así cómo diablos quieres
tener un mercado?” Miguel sí reconoce que el teatro que se hace en la
actualidad es lo mejor que se puede hacer. “En muchos casos salen cosas muy
lindas, porque talento hay, y mucho. Pero el talento no hace mercado pues, lo
hacen el trabajo, la constancia, el profesionalismo, y si no partimos de ese
punto estamos bien c… si creemos que somos la c… y nos tienen que ir a ver, ¡es
absurdo!”
En este 2020, Miguel estará dedicado a
varios proyectos, todos personales, entre ellos sus talleres y su Colectivo Del
Bardo, formado con su hijo, Franco y los alumnos egresados. “Nuestro principal
proyecto se llama Reescribiendo a Shakespeare. Franco escribe obras inspiradas
en los clásicos de el bardo (uno de los tantos apodos de Shakespeare),
adaptadas a la realidad peruana, y las montamos como trabajos finales en los
Programas de Formación Actoral". Ahora se está armando un proyecto con sus tres primeras
obras: Aún Romeo y Julieta, ¿Quién es Otelo? y Sueño de una noche de elecciones. "Es una trilogía adaptada al Perú contemporáneo”, explica. “La primera
está ambientada en los 80s, donde Romeo es hijo de un militar y Julieta es la
hija de un cabecilla senderista; la segunda, ambientada en la época de los
vladivideos y se llama así, porque todos se portan como Yago; y la
última ocurre durante la segunda vuelta entre Keiko y PPK, los dioses son los Odebrechts,
los nobles son los políticos y empresarios, y el pueblo… bueno, el pueblo siempre
es el pueblo. Una trilogía sobre el Perú contemporáneo, a puertas del
bicentenario”, concluye.
Sergio Velarde
27 de enero de 2020
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