A casi un mes de terminada la temporada de ¿Qué tiene
Miguel?, pieza ganadora del segundo puesto en la tercera edición del Concurso
Nacional de Dramaturgia del Ministerio de Cultura, escrita por César Vera y dirigida
por Fito Bustamante, vale la pena complementar las lúcidas apreciaciones de
algunos colegas en redes. Como por ejemplo la de Diego Zubiaga, quien reconoce
que "se trata de una propuesta arriesgada, ya que no estamos frente a una obra convencional para nada"; o la de Piero Miovich, quien afirma que "aunque tiene muchas debilidades, esta obra es importante para el teatro nacional". Si bien
es cierto existe el consenso que no se trata de una puesta en escena infalible
(¿cuál lo es?), sí que tiene ciertos curiosos detalles que la convierten por lo
menos, en un espectáculo interesante y recomendable, acaso por la manera descabellada
e hilarante de mostrarnos una realidad peruana tan nociva como recurrente: el
racismo.
A estas alturas, la trama ya es conocida: el joven Miguel Rimachi
(a quien pueden “ubicar” en redes, producto de una atípica campaña de
promoción virtual), interpretado por el propio Vera, comunica a su disfuncional
familia que se ha convertido en un “cholo”; otras lecturas sugieren que siempre
lo ha sido y recién lo descubre, o que aspira a serlo a partir de ese momento.
Sea como fuere, la familia de Miguel colapsa ante semejante revelación, en una
notable analogía con las salidas del “clóset” de la homosexualidad. No es
casual que la única aceptación que reciba por parte de la familia venga del
padre travesti. El escándalo que sienten la madre y la abuela refleja de manera
precisa nuestra ridícula idiosincrasia y el miedo al qué dirán; como también lo
es el comportamiento de la joven empleada, impertinente y desfachatada,
barriendo y limpiando mientras se percata de todo el drama.
Existe un consenso sobre el cambio de registro que tiene el
segundo acto de ¿Qué tiene Miguel?, así como acaso lo tuvo, salvando las
distancias, La dieta eterna (2015). El autodescubrimiento de la “choledad” de Miguel,
disparador de la tragedia y vergüenza familiar, es cambiado por una especie de
reencarnación de índole religiosa en el muchacho, con todo y aparición del
sacerdote de rigor. La situación se invierte: la familia ahora se convierte en
el centro de atención y veneración de la comunidad, evidentemente para su
propio beneficio, especialmente el de la madre. No le falta razón a Zubiaga
cuando afirma que esta parte de la obra signifique “un retrato de la hipocresía
y doble moral de nuestra sociedad”. Cierra la puesta el inesperado descubrimiento
de la pareja embarazada de Miguel, que agrega otra problemática muy actual a la
mezcla.
Si bien Miovich afirma que ¿Qué tiene Miguel? “no es
armónica, es exagerada y desenfadada, no atiende a la verosimilitud, y utiliza
lo fantástico de modo estrafalario”, sí es cierto que Vera y Bustamante consiguen
una puesta en escena que se deja ver, con algunos momentos memorables y ciertos
personajes bien bosquejados, aprovechando ajustadamente con proyecciones el ecran
del Centro Cultural Ricardo Palma. Destacar en el elenco a la siempre efectiva
Trilce Cavero, a la divertida Carolay Rodríguez y al bienvenido regreso a las
tablas de Raúl Durand. ¿Qué tiene Miguel? ha traído consigo una saludable
polémica, como toda obra de arte que se precie de serlo (¿cuál no lo es?).
Dejando de lado subjetividades, se trata de una propuesta honesta que busca poner
en el tapete, a su estrambótica manera, lastres como la injusticia, la doble
moral y la discriminación a todo nivel, que tanto daño le hace a nuestra
sociedad.
Sergio Velarde
21 de mayo de 2017
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