“El teatro te abre la puerta para ponerte en el lugar del
otro”
El Grupo Histrión se caracterizó desde los años sesenta por
presentar impecables espectáculos teatrales, de la mano de los hermanos
Velásquez, Carlos, Mario “Achicoria” y José. Acaso el más ocupado del trío fue
don Carlos, quien se paseó por escenarios y sets de televisión durante mucho
tiempo. Protagonizó los grandes éxitos de Histrión como El fabricante de deudas
(1964), Marat-Sade (1968) o El alcalde de Zalamea (1982) y dirigió la mejor
temporada de Risas y salsa en los ochentas. La dupla conformada por Michel
Gómez y Eduardo Adrianzén lo rescató para algunos inolvidables papeles de apoyo
en sus miniseries de los noventas, como en Regresa, donde animaba la Peña
Fernández o en La Perricholi, como el divertido “ayayero” del virrey,
Martiarena. Como “lo que se hereda no se hurta”, su hija Angelita Velásquez logró
una destacada participación el año pasado en el montaje de La humilde dinamita,
escrito y dirigido por Marbe Marticorena, logrando el premio del jurado del
Oficio Crítico como la mejor actriz de reparto en Drama 2016.
“Me siento tan lejana, tan distante; alguna vez espero hacer
algo de ese nivel”, menciona Angelita al ser consultada sobre qué cree que heredó
de su padre, don Carlos Velásquez. “Hace poco me acordaba de una de las obras
que vi en Histrión, El alcalde de Zalamea. Mi papá tenía el papel protagónico,
por las mañanas entrenaban esgrima; más tarde, las luchas; luego, el trabajo
con el texto; coordinar el vestuario; en fin, todo el día estaba ensayando”.
Pero sí reconoce que tiene la capacidad de observar, que es en gran parte la
capacidad del actor: observar la vida y el mundo de otra manera, tal como el
personaje lo concibe. “Trato de entrenar la capacidad de ponerme en el lugar
del otro, el teatro te abre esa puerta”.
Las escuelas y maestros de actuación
Acostumbrada a ver tanto ensayos como temporadas desde muy
niña, Angelita refiere que inicialmente no quería actuar. “Lo que quería era dirigir”,
afirma. Ella se negó a hacer teatro, que era lo que toda su familia hacía y
optó por estudiar otras carreras, como Sociología. En ese entonces, a su padre
lo operaron del corazón y al mes ya estaba grabando La Perricholi, miniserie para la que lo habían esperado tras la enfermedad. “Aún delicado era
siempre acompañado por mi mamá, mi hermana y yo. Michel Gómez creyó que
estudiaba audiovisuales y me invitó a ingresar como practicante en una segunda asistencia de dirección para
su siguiente producción y aunque estudiaba sociología no rechacé la idea y
terminé involucrándome con la televisión. Allí me interesó dirigir, aún no
actuaba. Pensé que era buena idea empezar mi formación de directora, actuando”.
Es así que Angelita postula al TUC (donde no ingresa) y a la ENSAD, quedándose
en esta última. “El día que ingresé recién se lo dije a mi papá (él iba a ser
profesor en la ENSAD) y no quería que se viera involucrado en eso, que se
dudara de mi ingreso”. Angelita permaneció en la ENSAD solo un tiempo.
Posteriormente, Angelita ingresa al Club de Teatro de Lima,
en donde termina los tres años de estudios. “Conocí a grandes amigos y aprendí
muchas cosas. Es un espacio muy diferente al de la ENSAD, te da la oportunidad
de intercambiar con gente con experiencias muy diferentes, no todos van a ser
actores, hay quienes quieren probar algo que postergaron toda su vida, otros
van por terapia, otros descubren un talento oculto y aprendes a valorar esa
diversidad con más humildad”. El sistema que impartía el Club, basado en la
improvisación, significó para Angelita un gran aprendizaje. “Tuve grandes
maestros como Eugenia Ende y Sergio Arrau, estuve en una etapa privilegiada en
el Club”. Sin embargo, reconoce que vivir toda la etapa de Histrión en casa
también fue un gran aprendizaje. “Mi primera formación fue ver los ensayos
desde chica (más que las temporadas en sí) y todo el proceso de trabajo en los
camerinos, sobre el escenario, en la construcción de los personajes; la gente de
Histión sabía y hacía de todo, vestuario, escenografía, luces, todo; entendí el
trabajo del teatro como grupo. Valoro mucho a la gente que lo hace”, asegura.
En la ENSAD y en el Club, Angelita tuvo como profesor al
reconocido dramaturgo y director, chileno de nacimiento pero peruano de
corazón, Sergio Arrau, a quien llama cariñosamente “mi tío”. “Lo conozco desde
que nací, se le decía “tío” a los amigos de mi padres y hasta ahora nos
mantenemos como tío y sobrina”. La experiencia de Arrau logró, no obstante, que
sí se diera en las aulas una relación profesor-alumna. “Fue muy crítico, mucho
más duro en aquella época y muy exigente. Decía cosas que te podían hacer
remover y quisieras ya no regresar. Te desnudaba en tus actitudes y en las cosas que tenías
que corregir. Fue provechoso que me exigiera de esa manera.”
Años después, cuando Angelita regresa a la ENSAD para la Complementación
Pedagógica, tuvo entre sus maestros al gran Ernesto Ráez. “Me tocó en el curso
de Historia del Teatro. ¡Te puedes quedar escuchándolo todo el día! Mantiene el
interés y te dice tantas cosas que tú no sabes. Es maestro de vocación. Ha
podido quedarse actuando, porque era un buen actor, o dirigiendo, pero creo que
su mayor don es el de enseñar, le es tan natural”. Angelita también tuvo a Ráez
en el curso de Actuación. “También es muy duro, todavía hay palabras que me
retumban. ¡Imagínate, fue hace unos
años, ya no era una jovencita! Aún hay cosas respecto a mi desempeño
como actriz y a mis limitaciones que me dejan pensando”, reflexiona.
Buenos actores y directores
Como ya lo había mencionado Angelita, un buen actor de
teatro debe tener la capacidad de observar. “Y además debe tener resistencia a
la crítica. Encuentro poco de eso, aprovecho para hacer la denuncia (risas)”.
Angelita considera que la crítica no existe para ofender y que un actor que
realiza un trabajo, lo hace para entregarlo al público, con todo lo que ello implica.
“Es necesaria esa capacidad de resistencia y de auto-revisión para poder
avanzar”. También considera que la tolerancia a la frustración es
indispensable, pero no nombra ni a la creatividad, pues se puede entrenar; ni a la memoria, pues ambas son consecuencia de
la observación.
Por otro parte, Angelita considera que un buen director de
teatro tiene múltiples características y comparte sus propias experiencias.
“Hay directores que te dirigen sin que te des cuenta, Sergio Arrau es uno de
ellos”, asegura. “Él primero deja muy en claro que es el director, pero a veces
puede parecer que no está haciendo nada, te mira, se ríe. Pero te está llevando
por un lado sin que tú lo adviertas”. Otro director importante en la vida de
Angelita fue Daniel Dillon. “Es un director que manipula muy bien, me llevó por
caminos que nunca he recorrido. Es un gran maestro.” Angelita menciona que
Dillon la confrontó con algo que para ella es muy trascendente: el explorar cosas
nuevas como actriz. Así la vimos, totalmente transformada, en Historia de un hombre (2011) como una vieja represiva y desquiciada, que significó para
Angelita su primera nominación como mejor actriz para Oficio Crítico.
“Un director debe tener la habilidad de conocerte, de
intuirte, para saber qué necesita decir”, prosigue Angelita. “No todos los actores
necesitan que se les diga lo mismo, algunos necesitan más presión que otros. He
visto esa mano en un director, sabe hasta dónde presionarte o no, o cómo
llevarte por un lado y no por el otro, a
veces una sola palabra de boca del director tiene el poder suficiente de
hacerte despegar”. Además, manifiesta que es importante que tengan cultura, es
decir, un conocimiento del ser humano y del mundo. “Los directores tienen que
tener algo que decir, yo he visto tantos trabajos de los que me pregunto qué
pensará el director”. Y es que cuando un trabajo conmueve, es porque el
director tenía una idea clara. “Debe tener una posición frente al mundo, frente
al texto que tienes, sino ¿porqué lo haces?” Angelita considera también que no
es necesario que un director haya sido actor. “Pensaba que sí antes, pero de la
manera en que algunos actores pueden tener un talento natural, creo que existen
directores que poseen la noción innata de
la comprensión del texto, de la traducción del texto a la escena con los actores,
de cómo narrar en el escenario. Pueden tener una gran formación sin haber
actuado. Después de verlo, lo puedo comprender”.
La humilde dinamita
Tal como lo mencionó Angelita en su experiencia con Dillon,
el explorar caminos inseguros es un aliciente para aceptar involucrarse en un
proyecto de teatro. “Me gusta hacer cosas nuevas, esa es una gran motivación. El
reto puede ser trabajar con un director con el que no haya trabajado antes,
puede ser por elenco, por el texto, o por un personaje nunca has hecho. Eso me
pasó con La humilde dinamita”. Si bien Angelita había conocido a la directora y
dramaturga Marbe Marticorena en un taller hace muchos años, nunca había
trabajado formalmente con ella. “Una actriz no pudo seguir en la obra y me
llamó para reemplazarla. Ya me ha pasado varias veces (sonríe)”. Y justamente
el personaje que le tocaría interpretar a Angelita tenía una característica
novedosa para ella. “Primero fue una sorpresa que me llamara (estaba alejada
del teatro desde hace años) y después me dijo que el personaje tenía que hablar
en quechua. ¡Qué emoción y qué miedo!”, exclama.
Con un elenco que ya se conocía y entendía lo que estaba
haciendo, Angelita se suma al proyecto. “Eran pocas escenas, es verdad, pero yo
lo sentía primero inmenso, no podía ni leerlo, me moría de miedo”, recuerda. Y
es que para Angelita la creación tenía que partir del mismo idioma, no solo el
poder pronunciarlo, sino entender al
personaje desde ese lado. “Es que uno habla como es, el idioma representa toda
una manera de pensar, de ver el mundo.
No conocer el idioma era la dificultad, más que pronunciarlo”. Solo casi
llegando al estreno, Angelita por fin pudo decir su texto sin leerlo. “¿Por
qué? No es que no lo había estudiado, es que trataba de entender las cosas
desde dentro del personaje para llegar a interpretarlo a la par de fabricar
imágenes con un idioma que desconocía. Imagínate que soñaba que iba a llegar al
estreno con los textos apuntados en los
brazos para poder recordarlos”, recuerda.
Para poder interpretar su personaje en quechua, Angelita
tuvo una ayuda providencial. “Me ayudó mucho una señora del mercado, a la que
encontré hablando en quechua con otra señora. Le dije de dónde era, ella me
dijo del Cuzco. ¡Qué maravilla! ¡Ella es!”, exclamó en ese momento. “Me ayudó
justo en lo que yo quería, porque en el quechua se habla como en poesía, con
figuras. Ella me ayudó a entender eso y fue formándose el personaje”. Pero este
trágico personaje también era interesante por el intenso drama que le tocaba
vivir función tras función, al serle arrebatado su hijo. “Ya ser madre ayudó
mucho, antes quizá no hubiera podido comprender todo lo que el personaje
sentía. En él está también mi mamá que falleció hace poco. Todo era parte de la
memoria emotiva que sin querer viene a uno”. En La humilde dinamita, es el
pueblo golpeado que pierde injustamente a las personas que más ama el real
protagonista. “Era lo más importante que decir en esta obra. Eso existe, esa
denuncia era importante y el personaje se formó así”. Una periodista amiga de
Angelita le hizo ver el caso de una señora que había perdido a su hijo y que
había caminado sin pensamiento durante dos días. “Entraron a su casa y se
llevaron a los hombres de su casa. Ella ha seguido el carro hasta que lo perdió
de vista, pero continuó caminado dos días. Son cosas dolorosas y no podía parar
de llorar porque no era actuación, era verdad”. Cada función, Angelita
recordaba la historia de aquella pobre señora, pues lo que iba a interpretar en
esa era esa misma historia.
Inicialmente, Angelita tenía ciertos reparos en aceptar el
reto. “El texto de Marbe contenía mucha violencia, no sabía si lo iba a aguantar.
Le preguntaba cómo iba a tratar las escenas con contenido más explícito, porque
no sabía si podía resistir toda la obra
en ese nivel de dolor. Pero ella me habló de la estética del físico, que se
iban a figurar muchas cosas”. Para Angelita, todo el proceso fue muy doloroso y
angustiante, y agrega que acudía a los ensayos muy cargada. “La sola idea de
perder a mi hijo me hacía llorar. Me ponía en el lugar del personaje y no
soportaba. Y lo peor es que no necesitas imaginarlo mucho, lo
sigues viendo en muchos sitios”.
Por último, Angelita está a la espera de ser convocada para
proyectos de actuación. “Gracias al Oficio Crítico por la nominación y los
felicito por la labor que vienen haciendo. ¡Y ojalá que tu premio me ayude
(risas)! Me gusta actuar, pero uno tiene que ver otros caminos, probar otras
cosas e impulsar sus propios proyectos”. Con toda la experiencia ganada que
tiene Angelita, prácticamente desde que nació con el grupo Histrión, su opinión
sobre las artes escénicas es bastante pertinente. “Hay profesores de la antigua
escuela que te hacen barrer el escenario, cargar las tarimas, confeccionar
vestuarios, todo es parte de la formación: el teatro es grupo, hermandad, es
estar todos juntos”, reflexiona Angelita. Y es que en el Club de Teatro de Lima
siempre se trabajó con ese sistema. “En el teatro no se trata de buscar a una persona
que destaque. Eso yo lo vi en Histrión: mi madre cosiendo los vestuarios y
telones en las madrugadas, todos los hijos estábamos involucrados y teníamos
siempre algo que hacer. Esa convivencia constituye parte de las experiencias que
uno va a recordar para siempre”, concluye.
Sergio Velarde
7 de febrero de 2017
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