“No olvidemos que existe un público al que debemos llegar”
Clausura del amor (2016), escrita por Pascal Rambert y
dirigida por Darío Facal, fue un montaje que nos entregó dos de las actuaciones
más sentidas y desgarradoras de la temporada. Tanto Lucía Caravedo como Eduardo
Camino se lucieron en sus respectivos papeles, Audrey y Stan, dos actores que
deciden terminar definitivamente su relación en una sala de ensayos. Ambos
recibieron los premios del jurado del Oficio Crítico 2016 para los mejores
intérpretes en la categoría Drama. “No tengo familiares relacionados
específicamente con las artes escénicas”, refiere Eduardo, quien también se
dedica a la dirección de arte cinematográfica. “Pero por ejemplo, mi abuelo fue
marino, ingeniero naval, un hombre de guerra que, sin embargo, dibujaba sus
propios buques en acuarelas. Y mi madre, que es ama de casa, ha desarrollado por
cuenta propia una apreciación por el arte decorativo. Sospecho que he debido
heredar algo de eso”.
Eduardo se involucró en el teatro desde muy joven, de la
mano de su profesor de teatro en el colegio de La Inmaculada, Paco Solís
Fuster. “Fue un profesor muy especial, él era miembro del Teatro del Sol, que
dirigió Pipo Ormeño, así que su influencia era la de un teatro expresivo y corporal,
con un sentido ritual. Fue un taller poco convencional para ser teatro escolar;
fue electivo, pero al alumno se le exigía entrega, concentración y convicción
en lo que se hacía. Todos los que estuvimos ahí quedamos marcados por ese
proceso”. Posteriormente, Eduardo estudió Comunicaciones e inició su labor como
realizador cinematográfico y televisivo. “Luego entré al Taller de Formación
Actoral de Roberto Ángeles. Era lo que me debía después de haber conocido al
teatro en el colegio, además no estaba muy lejos de lo que había estudiado”. El
actor es finalmente un comunicador, así que Eduardo pasó todos los niveles del
mencionado taller, combinando su trabajo en la direccion artística con la
actuación.
Primeras experiencias interpretativas
“Mi primera obra profesional, fuera del taller de Roberto
Ángeles, fue Ya hemos empezado (2003), obra infantil musical escrita por
Celeste Viale”, recuerda Eduardo. “La dirigió Vanessa Vizcarra y la presentamos
en la Casa Amarilla de Barranco, ahora convertida en una tienda de muebles. En
aquella época la administraba DeAbril Teatro y se estrenaron muchas obras”.
Pero, sin duda, fue La importancia de llamarse Ernesto (2004), estrenada en el
Teatro La Plaza y dirigida por Ángeles, el primer estreno resaltante en la
carrera actoral de Eduardo, al lado de experimentados actores como Carlos
Carlín, Vanessa Saba, Alfonso Santistevan y Mario Velásquez. “Ese montaje fue mi
cuarto nivel del taller con Roberto. Lo principal era la interpretación; tuve
un papel protagónico, y además tuve algunas otras tareas que hacer en
producción y traducción”. La experiencia fue muy enriquecedora para Eduardo,
que pasaba por primera vez por un proceso de ese tipo. “Desde los ensayos, el
análisis de la obra, la construcción del personaje, el enfrentamiento con el
público. Fue un espectáculo de cierta factura, con uno de los procesos en los
que más asustado he estado, pero del cual salí muy satisfecho”. Esta extensa
temporada le permitió a Eduardo sentir esa “libertad” que tiene el actor y que
para él fue la parte más gratificante de la experiencia.
Para Eduardo, un buen actor de teatro debe “tener entrega,
que implica también coraje, valentía, ese desprendimiento que significa dejar
salir del cuerpo y mente lo que hay dentro de uno, sin saber si va a ser
celebrado o no”. Eduardo considera un verdadero acto de fe el alcanzar cierto
desequilibrio emocional accionado por la propia voluntad. “En algún momento hay
que desbalancear las cosas para dejar salir cosas que sorprendan”, afirma.
También valora mucho la disciplina y la responsabilidad, que son fundamentales
para que exista armonía en el grupo, es decir, consideración al compañero en
escena, al director, a la empresa que contrata, o al espacio que alberga. “Es
importante además, el espíritu de trabajo, sé de montajes que han colapsado por
falta de eso; debemos tener ese rigor que tiene cualquier otro profesional, ya
sea cirujano, abogado o lo que sea. Tenemos que tener responsabilidad y
autocrítica”. En última instancia, Eduardo considera al talento del actor, que
nace o se crea en el camino. “Algunas personas quizás no tengan la disciplina o
la dedicación, pero hacen maravillas: eso también es talento. Pero hay quienes
saben que tienen cierta aptitud y con fe y disciplina consiguen resultados
igualmente interesantes. Somos como una materia y nosotros mismos nos
esculpimos. El que siente esa seguridad, esa confianza en algo que lo mueve a
expresarse, ya tiene suficiente motor para desarrollar un talento”.
Por otro lado, Eduardo asegura que un buen director de
teatro debe saber que con la libertad de los actores puede descubrir y obtener
lo que quiere. “Cuando es muy honesto y franco, él está ahí para conducir nuestras
ideas, más que para decir hagan esto o lo otro. Esa característica puede llamarse
generosidad, desprendimiento, dejar hacer y observar”. Asimismo, un director
debe tener una visión, observar mucho lo que ocurre en la vida real o en otras
puestas en escena, ya que esa visión lo coloca en una dirección. “Debe también
tener una técnica para saber contar historias, no solo hay que entretener, sino
plantear el conflicto, ofrecer un tema y desarrollarlo a través de personajes que
nos hagan reflexionar”. Toda esta dinámica requiere entonces, de conocimientos
y técnica. Finalmente, Eduardo rescata la parte humana, en otras palabras, el
trato entre director y actor. “Creo que debe ser tu aliado, tu cómplice, hasta
tu amigo, si quieres desequilibrarte tienes que confiar. Solo así vamos a tener
un teatro muy vivo, para que no nos estemos cuidando las espaldas por detalles
superficiales y así el espectador salga de ver una obra tocado o tal vez
incomodado”.
El amor se clausura
“Nunca había hecho una obra como Clausura del amor”,
menciona Eduardo. “Sí había leído textos parecidos, como La noche justo antes
de los bosques de Bernard Marie Koltés, que me había provocado hacerlos”. La
pieza de Pascal Rambert tiene algunos detalles particulares, como el hecho que
los personajes sean actores que se encuentran en una sala de ensayos. “No es
gratuito, por ejemplo, el hecho que hable primero uno y luego el otro, hay algo
que está manipulado. ¿Esto está pasando realmente? Hay una decisión evidente por
parte del dramaturgo sobre su montaje, para hacerlo de esta manera y no como un
diálogo”. Para Eduardo, la división en la obra parte de una teatralidad
esencial hecha con brocha gorda, para dar a entender esa imposibilidad de comunicación
y de tender puentes para conciliar, responder inmediatamente, perdonarse o
extender algo de cariño. “Apenas leí el texto, me pareció un reto hacerlo, poder
explorar en ese tema. Son varias cosas: la posibilidad de enfrentarse a un monólogo
de 55 minutos de duración y que se pueda explorar actoralmente el tema a la
altura que exige la dramaturgia”.
Definitivamente, una obra del calibre de Clausura del amor,
necesitaba intérpretes que puedan entender su alcance poético. “La valla estaba
muy alta”, reflexiona Eduardo. “Para hacer llegar esas imágenes al público y se
las dibuje en la cabeza, hay que creérsela muy bien. No es algo que Lucía y yo
hayamos capturado desde el inicio, se ha ido dando hasta la última función, abrazar
todo ese contenido, esa humanidad, esa universalidad que nos toca a cualquiera”.
Eduardo asegura que le gustó que el texto no ahonde en detalles mundanos o cotidianos
de pareja, como dejar la tapa del inodoro abierta o una infidelidad. “El texto
sugiere una relación, una tensión entre estos dos personajes, con palabras cargadas
de violencia que nos hacen ver las heridas. Más allá de las razones cotidianas
que se han acumulando, la historia nos muestra a un ser humano abriendo su
corazón y cabeza, vomitando a otro ser humano su amor y odio, y al otro respondiendo
con el mismo vigor y fuerza”.
Pormenores y proyectos
Eduardo afirma no tener la fórmula para que una puesta en
escena sea exitosa, pero sí reconoce que la mirada como teatrista tiene que ser
muy sensible a nuestro tiempo y a las expectativas que tiene el espectador. “No
necesariamente darle al espectador lo que espera ver, sino presentar obras que se
diferencien unas de otras y que esa diferencia sea una virtud”. Una virtud
traducida en la certeza de que el espectador tenga la seguridad que cualquier
obra que elija ver, le reportará una buena experiencia. “Siento que muchas
veces el teatro independiente, en menor escala y según su capacidad, hace eco de
lo que se aprecia en las salas mayores o de modelos constituidos en nuestra
cultura teatral. Es natural pero hay otros caminos y de esto hay muchos
ejemplos. Para nosotros, debe ser una lucha constante por renovarse”. Eduardo
afirma que si no viene mucha gente a ver un montaje, pues es porque algo no está
funcionando correctamente, a pesar de considerar que todas las obras actuales
son apreciables en muchos aspectos. “Creo no se trata solamente de satisfacernos
a nosotros mismos por el placer de hacer teatro, de pronto ahí hay un regocijo
muy personal y nos funciona para sentirnos bien con nosotros mismos. Pero nos
olvidamos que hay un público con el que tenemos que conectar, ya sea en el teatro
o el cine comercial. No significa ofrecer cualquier cosa, pero que sí tenga un tema
por explorar con que el que el público se identifique y una propuesta escénica
que genere impacto e interés".
Este 2017 podremos ver a Eduardo, hasta el momento, en dos
importantes montajes en el Teatro Británico: Luz de gas de Patrick Hamilton, nuevamente
al lado de Lucía Caravedo en el escenario y Darío Facal en la silla de
director; y La tempestad, un clásico de Shakespeare,
nuevamente con la dirección de su profesor Roberto Ángeles. También lo veremos
en Infortunio en el Teatro de Lucía, escrita por Gino Luque bajo la dirección
de Mikhail Page. “Tenemos una responsabilidad con el púbico, contarles
historias que se entiendan, que entretengan, que emocionen, ofrecerles un viaje
emocional y sensorial que les abra los ojos y estimule su mente. Que valga la
pena este encuentro en una sala de teatro o espacio alternativo. No es fácil,
es una constante exigencia que nos tenemos que hacer para no bajar la guardia,
y pasarla bien, por supuesto", concluye.
Sergio Velarde
19 de febrero de 2017
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