Correcto drama lorquiano
Una de las más grandes obras de Federico García Lorca es, sin duda, La
casa de Bernarda Alba (1936): una notable pieza que refleja el autoritarismo y
la represión reinante en la sociedad española de aquella época, a través de la
historia de cinco hermanas, quienes son sometidas a un riguroso luto impuesto
por su madre Bernarda, al fallecer el marido de esta. Muchos han sido los esfuerzos
por llevar este riquísimo texto a escena, con irregular (e inexplicable)
fortuna. Y es que los intentos por “enriquecer” una obra que no lo necesita en
lo absoluto, resultaron por demás descabellados. Así llegaron puestas en escena
que convirtieron a las sufridas hijas, ya sea en varones con saco y sombrero, que aceptaban las órdenes de una delicada Bernarda; o en guapísimas señoritas
zapateando cada vez que se aproximaba Pepe “El Romano” y hablando con dejos
españoles distintos, a pesar de haber vivido toda la vida en la misma casa.
Acaso el mejor referente sea la pulcra puesta en escena dirigida por Carlos
Padilla (hace exactamente 20 años), con las notables Ofelia Lazo y Helena
Huambos en los roles principales en el Teatro Juan Parra del Riego. Por su
parte, la última actualización de la pieza de Lorca, a cargo del colectivo Baúl
de Esmeralda y estrenada en el Teatro Mocha Graña, cumple con discreción su
cometido.
La mayor virtud del montaje dirigido por el joven actor Jhan Paulo
Mendoza (a quien recordamos en La casa de los siete balcones) sea el de haberse
mantenido fiel al texto, respetando dentro de sus posibilidades varias
de las acotaciones planteadas por el autor (a falta de paredes blanquísimas, sí
lo son los elementos). Por otro lado, los personajes están bien delineados,
pero la caracterización de los mismos se convierte en el principal talón de
Aquiles del drama. Las actrices pueden tener acaso la misma edad y el público puede
entrar en dicha convención, pero el maquillaje tan recargado y la composición física
en algunas intérpretes le restan verdad a la puesta. Por ejemplo, una actriz tan
buena y esforzada como Noelia Mejía no puede disimular los años que la alejan
de su Bernarda, frente a las actrices que representan a sus hijas y agravado además,
por la aparición del personaje de la abuela María Josefa (limpio trabajo de Bernie
Brouyaux) que descoloca, sin querer, al espectador.
Mendoza aprovecha el talento de su elenco, pero pudo haberlo hecho también
para agilizar el montaje en los cambios de escena: contando con tantas actrices
(y además, vestidas de negro) para mover los elementos en el escenario, la
duración de la obra pudo haberse reducido, incluso haber prescindido del
intermedio. El encierro y la claustrofobia que se perciben adecuadamente dentro
de La casa de Bernarda Alba, solo son rotos con la escena de la mujer
ajusticiada en la plaza, en la que salimos innecesariamente de la casa. Sin embargo,
la represión sexual, la envidia entre las hermanas y las ansias de libertad
están bien retratadas en este correcto esfuerzo del colectivo Baúl de Esmeralda,
al que se le agradece haber traído nuevamente a escena uno de los clásicos del
teatro lorquiano.
Sergio Velarde
10 de octubre de 2015
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