domingo, 10 de noviembre de 2019

Crítica: HOGAR DULCE HOGAR


Respeto en la familia

Imparable como él solo, Gianfranco Mejía vuelve a la carga, esta vez, con una comedia familiar que estrenara en abril del año pasado, Hogar dulce hogar, ambientada en época navideña y que llegó como reestreno en octubre al Teatro Auditorio Miraflores de la mano de Mever Producciones. Vale la pena reseñar aquella puesta en mención para reflexionar sobre la problemática que enfrenta el teatro independiente, en relación a la cantidad de público asistente, pero también en resaltar aquello que el espectador supuestamente “quiere ver”, así como los requisitos básicos que deben cumplirse desde la platea para apreciar un espectáculo teatral. Llenar un recinto teatral en una temporada es motivo de celebración, pero no es necesariamente sinónimo de calidad; eso sí, revela la enorme responsabilidad de los creadores con respecto a su público cautivo.

La trama de Hogar dulce hogar involucra a una familia disfuncional en los días previos a la Navidad. La madre (Haydée Cáceres) enviudó y ya tiene un nuevo compromiso (Pedro Olórtegui); esta relación no es del agrado ni del abuelo alcohólico (Ricardo Morante) ni de los hijos menores (Ximena Fukuda y el mismo Mejía). Tampoco ayuda la situación sentimental de la hija mayor (Patricia Moncada), pues su nuevo y estrafalario enamorado (Jeffrie Fuster) le resulta antipático a la familia. Incansable y con las mejores intenciones, Mejía asume dramaturgia, dirección y actuación en su montaje, hecho que probablemente desanimaría a cualquier artista, pero que Mejía asume con convicción. Sin embargo, su puesta no deja de ser un entretenimiento pasajero, con algunos aciertos puntuales, especialmente en las escenas de Cáceres y Morante, pero también con el inevitable y prescindible mensaje final de celebración de la Navidad, en el que cada actor manifiesta lo “bonito” de ese día. Eso sí, con muchas risas que arranca fácilmente ese excelente actor que es Fuster, quien asume un personaje que pareciera haber salido de otra obra, con sus lentes de botella y corbata michi.

El numeroso público que acompaña a Mejía (y que puede verse en lo selfies que se hace con el sonriente elenco en cada función) debería ser respetado, pero sobre todo, educado. El equipo de producción de Mejía tiene que tomar cartas en el asunto. Más allá de la calidad del espectáculo, es necesario que los espectadores sean puntuales y si no lo son, pues no deberían entrar a sala, cuchicheando y dejando entrar bulla del exterior, ¡casi una hora después de iniciada la función! La noche que asistió Oficio Crítico, el último espectador ingresó a las 9:30 pm, cuando la función debió comenzar 8:30 pm y este además ¡era un actor! Además, no es posible que los espectadores coman y usen su celular durante la función; para eso, debe haber personal en platea que se encargue de hacer respetar su propio montaje. Hogar dulce hogar alcanza su mejor momento dramático con el personaje de Cáceres (justamente vitoreada por el público) poniendo en su sitio al joven elenco, demostrando su larga trayectoria y oficio en tablas, que debería ser respetada por un público que necesita urgentemente educación.

Sergio Velarde
10 de noviembre de 2019

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