viernes, 31 de diciembre de 2021

Crítica: LA SESIÓN DE IARA


La realidad de temer

“Deja mi soledad intacta.

Abandona el busto del dintel de mi puerta.

Aparta tu pico de mi corazón

y tu figura del dintel de mi puerta.

Y el Cuervo dijo: ‘Nunca más’.”

El Cuervo, Edgar Allan Poe

Animados por la recientemente explorada virtualidad, la asociación Proyéktate Grupo de Teatro se embarcó en el ambicioso proyecto de montar una obra en clave de terror. Es así que, por una breve temporada de dos fechas en marzo del 2021, llevaron a la escena virtual La sesión de Iara, una obra corta escrita por el argentino Joaquín Stringa, dirigida por José Mandujano, e interpretada por Lorena Reynoso, Israel Coello e Ysabel Saldarriaga. El argumento gira en torno a una sesión espiritista que, con la ayuda de una médium (Saldarriaga), conducen Iara (Reynoso) y Romeo (Coello) para comunicarse con su pequeño hijo fallecido durante la peste. Es un relato sobre la persistencia de la memoria, el duelo no concluido y la negación ante la irreversibilidad de la muerte.

El texto de Stringa genera interés en tanto logra conjugar en su historia elementos tan básicos en la psique humana como la percepción de la muerte, el esoterismo y lo oculto, con la necesidad posmoderna de estar permanentemente interconectado a través de la tecnología. Así, es una obra ad hoc para el formato elegido, ya que incorpora la virtualidad en el desarrollo de la trama. Por su parte, la dirección ha prestado especial interés en privilegiar el aspecto técnico del montaje. Se han empleado cuatro cámaras que nos muestran la dimensión sobrenatural de la historia y se ha trabajado en la inclusión de efectos especiales, la mayoría bastante bien logrados. Si bien Mandujano explica que este montaje “va mucho más allá de generar una atmósfera de miedo”, consideramos que una de sus principales virtudes es, precisamente, la búsqueda de esta atmósfera a través de la tecnología. Sin embargo, hay un elemento que, de haber sido incluido por la dirección de la obra, desentonan del conjunto. Nos referimos a una porción de los supuestos asistentes a la sesión virtual que, de cuando en cuando, mandaban mensajes vía chat de Facebook del estilo “Ay, qué miedo me da todo esto”. No sabemos con certeza si estos mensajes eran enviados por algunos muy entusiastas (y sugestionados) asistentes a la obra, o si todo era parte de la atmósfera que la dirección buscaba generar. De ser lo segundo, no se logró el efecto esperado. Por el contrario, iba en desmedro del mismo. Como poner risas grabadas en una comedia.

Quizás el aspecto más dispar de este montaje sea el actoral. Percibimos un estado de atolondramiento en general por parte de las actrices y, sobre todo, del actor. Daba la impresión de que los nervios actorales se mezclaban con el miedo que experimentaban los tres personajes. Saldarriaga podría haber compuesto a una médium más dueña de sí al comienzo y que transitara hacia el descontrol al sentirse avasallada por la acción del espíritu que conjura. Lamentablemente, el nerviosismo a flor de piel jugó en contra de su trabajo: el encendido compulsivo y excesivamente reiterado de cigarrillos distraían al espectador de lo que debía ser su acción real. Reynoso tiene una carga importante a lo largo de la obra por el nivel de involucramiento de su personaje con toda la experiencia paranormal. Si bien existe un importante compromiso en el trabajo de la actriz al “comprarse el lío” de Iara, también se percibe por momentos una tendencia a la exageración que podría estarse confundiendo con la intensidad de las circunstancias y que, ciertamente, mengua la realidad de su personaje. En el caso de Coello, se observa que recae en la reacción exagerada desde el comienzo. Es como si su personaje no se sorprendiera del cúmulo de manifestaciones que empiezan a ocurrir a su alrededor (o como si las esperara) y, más bien, se afanara en “fingir” reacciones frente a Iara para no levantar sospechas.

En general, La sesión de Iara es un montaje valioso en sí mismo por el importante riesgo que ha asumido y que podría crecer mucho más si lo que se busca es no solo generar una atmósfera, sino explorar las cavernas más hondas y oscuras de la naturaleza humana, tan aferrada a la vida como atraída hacia el vacío de la muerte. Como en El cuervo del Poe, nos debatimos perversamente en la dualidad de los extremos. Pero, en ocasiones, hallamos la mayor perversidad cuando nos descubrimos en medio de ambos.

David Huamán

31 de diciembre de 2021

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