Adiós a las sutilezas
Hace cinco años se estrenó una discreta pieza de autoría nacional en el
Teatro Auditorio Miraflores, que respondía al nombre de Jardín de colores, escrita
e interpretada por María del Carmen Sirvas, con la dirección de Paco Echeandía.
Se trató de un sencillo y funcional triángulo de seducción entre una posesiva madre,
su sometida hija adolescente y el joven inquilino que ingresa a sus vidas. Con algunos
vacíos en la dramaturgia que anotamos en su momento, el montaje fue bastante
digno, gracias al esfuerzo de los actores, quienes ejecutaron con bastante
sutileza el juego de seducción. En el presente re-estreno de la pieza en la
Alianza Francesa, a cargo ahora del experimentado director Carlos Tolentino,
toda la sutileza es dejada de lado, en una elección de dirección polémica y
arriesgada.
Basta con mirar la foto promocional que acompaña esta reseña, para
darnos cuenta del giro radical que Tolentino le ha conferido a este nuevo
jardín. Y es que desde el estreno de Japón de Victor Falcón, que dividió al
público y a la crítica en su momento, la técnica empleada por Tolentino es la
de trastocar el lenguaje escénico para bombardear al auditorio con una generosa
cantidad de ambiguos signos y símbolos, que se le podían escapar hasta al espectador
menos despistado. Para el recuerdo quedará la gran banderola con una palabra en
japonés, expuesta durante toda la obra en cuestión, que no significaba
precisamente “Japón”. Este renovado jardín está custodiado por un enorme y
surrealista árbol, que deja caer hojas y naranjas en el escenario, el que
cuenta solo con una mesa y dos sillas blancas de plástico.
Si en el anterior jardín, la figura de la madre era el detonante de la
imposible relación entre los jóvenes, ahora esta es dejada a un lado por la provocadora
figura de la hija. Tolentino utiliza el bello cuerpo de Sirvas (que repite su
papel en registro contrario) para construir un impactante retrato de seducción
de trazo grueso. La figura represora de la madre pierde entonces, aquella
fuerza que el texto exige a gritos; sin embargo, el oficio de la actriz Natalia
Montoya le da su lugar, consiguiendo muchos momentos de interés. Y el
inquilino, ahora interpretado por Esteban Phillips, debe esforzarse el
doble para mantener su temple frente al desparpajo y exuberancia de la “tímida”
hija. Esta nueva versión de Jardín de colores está destinada a generar controversia
y es perfectamente coherente con el estilo del director, tan habituado en sus
últimos montajes a buscar la confrontación.
Sergio Velarde
08 de marzo de 2015
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