miércoles, 30 de octubre de 2019

Crítica: PEQUEÑAS DOSIS


Tres pasiones

En primer lugar, es realmente importante apreciar cómo ha crecido la Casa Winaray como espacio cultural. En esta oportunidad, nos ofrece un espectáculo al estilo de microteatro, pero en el Centro de Lima. Posiblemente, Cristian Lévano, el principal gestor cultural del espacio, podría aprovechar esa idea: Microteatro en el Centro.

Con la dirección y participación del actor Martin Medina, se presentó Pequeñas dosis de la dramaturga argentina Adriana Genta, que consistió en tres escenas cortas con historias independientes que atraviesan la complejidad humana, respecto al compromiso y la dificultad de las relaciones interpersonales: primero, una relación de pareja; luego, una de padre e hijo; y finalmente, una de amantes. La propuesta escénica fue inteligente, en el sentido del uso de elementos semióticos como un espejo sobre la pared y una fotografía colgada en el techo y que miraba hacia los personajes. Estos elementos fueron muy bien utilizados por los actores en ciertos momentos de sus actuaciones. El mobiliario fue simple, dos sillas, una mesa, un tablero grande y sobre el piso, cinta adhesiva blanca que rodeaba el escenario; pero este no es estático, pues cambia sus posiciones de acuerdo a la historia. El vestuario fue ropa común y convencional. Por otro lado, la música fue sencillamente hermosa y conmovedora: se trató de una canción muy relacionada con las historias, Espérame en el cielo, de Lucho Gatica, pero en una versión con voz femenina.

En la primera escena, Daniel Suarez representó a un prisionero que recibe a su esposa (Milagros Guevara) en la visita familiar. Las actuaciones fueron claras y llegaron a transmitir la gran tensión del ambiente. Suárez no exageró cuando a su personaje le llega la peor noticia que puede recibir una pareja: su esposa está embarazada de otro. Fue interesante cómo pasa de la emoción de la traición a la desesperanza hacia el final de la escena. Por otro lado, Guevara mostró una actuación ecuánime y con la misma energía durante toda la escena.

La segunda, abordó la verdad y la búsqueda del compromiso. Emily Yacarini interpretó a una muchacha aprendiz de ferretería, que busca encarar a su padre biológico (Medina), dueño de una ferretería, quien la rechazó como hija hace años. Medina destacó por la potencia de su voz y la gran fuerza con la que actuó. Por otro lado, fue conmovedora la actuación de Yacarini, pues su personaje fue cándido, pero con un espíritu frágil, quien a pesar de la agresión verbal no se resquebrajó. La actriz destacó por su mirada, mezcla de tristeza e indignación, siempre fija y a veces, mirando el recuadro sobre el techo. Al igual que Guevara, se mantuvo con una misma fuerza durante toda la escena. Un comentario sobre la posición donde se encontraba el estante del padre dueño de la ferretería: estaba muy a la derecha del escenario, no en el centro como las otras dos historias, justo donde la luz era más tenue.

Finalmente, la última fue un encuentro algo confuso entre la hermana de un joven (Guevara) y la amante de este (Yacarini) en una clínica psiquiátrica, pues no queda claro si el amante está grave y por qué la amante no lucha por verlo, a pesar de que la hermana advierte que la esposa también vendrá. La vestimenta fue muy formal, pero la vestimenta de Yacarini fue de un rojo muy intenso que terminó por desentonar. Las emociones fueron muy homogéneas y a diferencia de las otras dos historias, no pareciese que haya un conflicto potente al cual enfrentar. ¿Si la amante no lucha por el amor, por qué fue a ver a su circunstancial pareja enferma a la clínica? Sin embargo, las actuaciones sí fueron creíbles, aunque Yacarini destacó más en la segunda historia y Guevara, en la primera.

Pequeñas dosis consistió en escenas breves con historias con mucho contenido dramático y muy emocionantes, sobre todo, las dos primeras. Totalmente recomendable.

Enrique Pacheco
30 de octubre de 2019

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