sábado, 21 de octubre de 2017

Crítica: ¿DE QUIÉN ES EL MARIDO?

El difícil arte de hacer comedias

Una comedia suele ser una primera opción para el público cuando se trata de ir al cine o al teatro. En este caso, tenemos en la cartelera limeña la recién estrenada obra ¿De quién es el marido?, bajo la dirección de Jonathan Oliveros. Esta comedia de enredos se está presentando en el Teatro Auditorio Miraflores.

Cada obra exige un ritmo particular y único para que funcione. En el caso de las comedias, es el ritmo el elemento que, si no funciona o se cae, la convierte en un drama, incluso en algunos casos puede provocar cualquier cosa menos risa. En este caso, la puesta comenzó con una buena viada: la música y la presentación de los personajes requerida para un buen inicio de obra. Sin embargo, esta empezó a dilatarse progresivamente, en lugar de coger un ritmo dramático propio de una comedia de enredos. Empezó a resultar predecible desde que se dio a conocer el conflicto. Cada vez que aparecía nueva información para enredar la situación, no había una progresión en la urgencia de los personajes. Los actores no manejaron el hecho de que cada punto de tensión que se revelaba tenía que constituir un escalón más cerca del clímax. No había sorpresa en la recepción de cada nueva información por parte de los actores, lo que provocó que la obra se vuelva repetitiva, incluso se hacía pesada de ver, pues la reacción de los personajes era la misma, por lo que resultó abrumador hasta cierto punto. Debió haber una noción de progresión, una acumulación en los personajes que mantuviera al público a la expectativa, al punto de dejarnos con la sensación de un “Uy, y ahora ¿qué más viene?”. Por otro lado, el final de la obra fue un giro de la historia que, si bien funciona como buen remate de comedia, en el caso de este montaje no se pudo apreciar al cien por ciento por la falta de ritmo que ya mencioné.

Si hablamos de la construcción de personajes, cada uno funcionó correctamente para la obra: a pesar de que varios eran claramente estereotipos, no abusaron negativamente de ello. Sin embargo, el personaje de Juana (Paola Vera) me pareció el menos definido de todos: ella trabajó cierto modo de hablar en el que proponía un “dejo” en el que las vocales cerradas (i, u) las reemplazaba por las vocales abiertas (a, e, incluso o). Esta característica no era constante, a veces se olvidaba de este detalle y el personaje – incluyendo la forma de hablar-, se desdibujaba en situaciones álgidas donde desbordaba energía. Por otro lado, rescato el personaje de Gonzalo (Elihu Leyva), quien funcionó como buen contrapunto en la obra: él era quien levantaba el ritmo de las escenas. Hubo un cierto grado de “conformismo” en la construcción de los personajes. Si bien no abusaron de los clichés, tampoco aprovecharon para darles detalles particulares. No por el hecho de que sea una comedia se debe quitar la oportunidad de dar detalles reales incluso al personaje que menos aparezca en escena.

He podido reconocer que hay una tendencia a “vender” las comedias teatrales por el elenco que lo conforma, dándole importancia a la fama que los actores puedan tener, o dando a entender que los actores  son el mayor atractivo de la obra, en lugar de promocionar la puesta en escena en sí misma. Es como una invitación a ver actores, dejando en segundo plano la creación escénica. En el caso de ¿De quién es el marido?, me hubiese gustado ver a los actores más comprometidos con lo que sucede en escena y con el ritmo que una obra como esta requería.

Stefany Olivos
21 de octubre de 2017

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