viernes, 31 de diciembre de 2021

Crítica: YA NO TENGO PACIENCIA


La realidad del hacer

“—No se olvide de una cosa –advirtió el director–: Si encuentra el broche está salvada. Podrá seguir viniendo a clases. Pero si no lo encuentra, tendrá que dejar la escuela.

De inmediato su cara adquirió una intensa expresión. Pegó sus ojos a la cortina examinando cada pliegue de arriba abajo, afanosa, sistemáticamente. Esta vez su búsqueda fue mucho más lenta y cuidadosa, pero todos nosotros estábamos seguros de que no perdía un segundo de su tiempo y de que estaba verdaderamente excitada, no obstante que no hacía ningún esfuerzo para parecerlo.”

Un actor se prepara, Konstantín Stanislavski

La Asociación Cultural Kapchiy y Proyecto 88 sumaron esfuerzos para presentar Ya no tengo paciencia, un unipersonal escrito y dirigido por Henry Sotomayor e interpretado –desde la virtualidad y en vivo– por Astrid Villavicencio, durante una corta temporada de dos fechas en mayo del 2021. La obra gira en torno a las reflexiones de Gabriela, una actriz de 32 años, que sufre los efectos laborares producto de la pandemia y el confinamiento obligatorio: la falta de trabajo, la explotación y la discriminación.

El texto de Sotomayor, pensado originalmente para ser un montaje teatral (se entiende que presencial), nos habla de las inmensas dificultades laborales que debe sufrir un artista en nuestro medio. Más aún, en un contexto de crisis como el que hemos vivido en los dos últimos años. Quizás sea este el mayor mérito de la dramaturgia: retratar en clave de humor la problemática de la vida laboral de un artista en este país que, paradójicamente, se ufana ante el mundo de su riqueza cultural. Así, la dirección del mismo dramaturgo se esmera en dinamizar el testimonio de la actriz, sacándole el jugo a la comedia y a la singular ventaja que ofrece mover la única cámara a través del espacio. Este recurso cinematográfico regala al público una serie de cuadros que acompañan las diversas perspectivas del testimonio que se ofrece. Además, el uso mismo del espacio, que no es sino la propia habitación de la actriz, es sumamente funcional y dota a la obra de mucha realidad en el aspecto visual. 

El trabajo de Villavicencio ofrece gran intensidad física y compromiso con la visión del dramaturgo y director, lo cual siempre se agradece. Mención aparte merece el manejo de la cámara en el espacio, lo que de por sí demanda una gran concentración. Sin embargo, y como hemos notado de manera frecuente en otros montajes virtuales, el trabajo actoral per se resulta muy exagerado y, en ocasiones, poco creíble para el espectador. Podría decirse que esta propuesta sugiere que el personaje de Gabriela es todo lo “grande” y espontánea que cualquiera de nosotros puede ser en la soledad de su habitación, sin la mirada de un público real. Quizás la actriz (Villavicencio) y el director (Sotomayor) nos plantean que Gabriela es así de histriónica siempre, y más aún si evoca juegos de la niñez, o se sume en la frustración o en la desesperación en la intimidad de su espacio. Habría que ver qué hacemos nosotros mismos cuando estamos solos y encerrados. Y sin embargo, momentos como la escritura en la libreta (toma el lápiz, mira hacia arriba y a un costado como buscando una idea, sonríe y asiente porque ya encontró esa idea, vuelve la mirada al papel y escribe sonriendo) nos hacen sospechar que, por momentos, la actriz se esmera más en hacer como si estuviera realizando una acción, antes que hacer su acción verdaderamente. Es decir, con verdad.  En estos casos, hay que decirlo, es responsabilidad del director detectar esos momentos y encaminarlos en beneficio de la verdad que busca compartir con el público.

Stanislavski decía que, en escena, no se actuaba por actuar, sino que siempre debía existir un propósito. Obras como Ya no tengo paciencia dotan esta frase de un significado mayor cuando, a través de ella, miramos la dura vida de un artista escénico y nos preguntamos qué sentido, qué propósito puede tener tanto esfuerzo, tanto sacrificio y, en ocasiones, tanta ingratitud del mundo con el accionar de su oficio. Cada uno de nosotros responde a eso como buenamente puede. Y si la respuesta es, digamos, aceptable, nos levantamos tercamente un día más, uno a la vez, y la luchamos en este, nuestro oficio, el mejor de todo el mundo.

David Huamán

31 de diciembre de 2021

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