lunes, 27 de enero de 2020

Entrevista: MIGUEL IZA


“No soy un romántico del teatro”

Uno de los actores peruanos más versátiles en plena actividad es, sin duda, Miguel Iza. Ganador de la mención del jurado de Oficio Crítico 2019 como el mejor actor protagónico por su notable interpretación de Anton Chéjov en Tu mano en la mía, se formó primero en el Club de Teatro de Lima y posteriormente, en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático (ENSAD), regalándonos notables actuaciones a lo largo de los años, en teatro, cine y televisión. “Mi mamá siempre me llevaba al teatro, por su culpa es toda esta vaina”, comenta. “A ella le gustaba mucho, actuaba en el colegio, pero nunca se dedicó; paraba en la Escuela, veía todo lo que se hacía allá, incluso conocía a Alfredo Bouroncle”.

Inicios teatrales

Miguel y sus cuatro hermanos siempre acudían al teatro, pero él se consideraba como el más “afanoso” por verlo. “Pero luego llegó la crisis y todo se fue al diablo”, recuerda sobre aquellas conflictivas épocas de finales de los setentas e inicios de los ochentas. “Pero incluso, cuando ya había comenzado la guerra interna, todavía seguía yendo igual; había bastante teatro comercial y mucho teatro de grupo: comenzaron a aparecer grupos como Yuyachkani, Cuatrotablas y Raíces; la vuelta a la democracia hizo que podamos ver más, porque muchos de ellos trabajaban en la clandestinidad, hacían teatro callejero”. Cuando cumplió 14 años, su hermano que estudiaba en Bellas Artes le pasó la voz de una obra de teatro que se presentaba ahí, a cargo del grupo Yuyachkani, Los hijos de Sandino (1981). “Fue la primera obra que vi del grupo, sobre el ascenso al poder del sandinismo, todo bien político y bien directo, por primera vez veía teatro de grupo, todos hacían de todo, todos tenían el mismo vestuario, los mismos elementos, había muñecones, música en vivo, todos cantaban y bailaban como una fiesta”. Para el Miguel de 14 años, que nunca había visto una puesta de teatro semejante, fue toda una revelación. “Ahí me dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’”.

Como ya se mencionó anteriormente, Miguel tuvo como primera casa teatral a la institución regentada durante décadas por el recordado Reynaldo D’Amore. “Tuve muy pocas clases con él, pero recuerdo que era un tipazo”, rememora sobre su estadía en el Club de Teatro. “En una época en la que mi familia estaba mal económicamente, él me becó. Pero más trabajé con Gregor Díaz y Arturo Valero”. En 1984, conoció a un director de teatro que quería hacer una obra de teatro con jóvenes y Miguel estaba desesperado por actuar. “Era una obra de Gregor Díaz, además, y luego él mismo que dijo que no la haga, porque la iba a hacer Alberto Isola y que yo era muy chico para hacer esas cosas”. La mencionada obra quedó suspendida, pero ante la inminente participación en un festival de teatro, se hizo otra en la que estaba incluida una actriz de la ENSAD, de la que se hizo amigo. “Y fue así que entré a la Escuela y además con el apoyo de mi papá”. Y es que si bien ya no habían cerrado las inscripciones en la ENSAD, su padre, que siempre mostró reticencia a que Miguel estudiara teatro (en aquel entonces era estudiante de Sistemas), consiguió la inscripción, haciéndose amigo de la secretaria. “Mi papá tiene esas cosas, se hace amigo de todo el mundo; por su culpa también estoy en esto”. Luego de cuatro exámenes eliminatorios, Miguel entró a las aulas de la Escuela.

Uno de los profesores que marcar la vida artística de Miguel fue Rafael Hernández, mejor actor Oficio Crítico 2014 por Noches de luna. “¡Juan Rafael Torres Hernández!”, exclama solemne. “El tío era impresionante, se fumaba tres cajetillas de cigarros al día; en esa época se fumaba en clase”. La forma de enseñar de Hernández es la que aplica Miguel en la actualidad. “Todo tiene que ver con la acción, con el conocimiento de la historia que estás contando, con involucrarte sensiblemente con la historia que estás contando, pero no desde la emoción, sino desde la conciencia de que ese momento es importante en la historia de ese persona, es importante para el lugar en donde vive y para las personas con las que vive”. Se trata pues, de un compromiso con el hecho escénico desde la propia visión del mundo de actor. “Él insistía mucho en eso: ¿Dónde estás? ¿Qué estás diciendo? ¿A qué estás respondiendo? ¿Por qué dices ese texto en ese momento de la historia?”

Experiencias en teatro, televisión y cine

Con el maestro Hernández, Miguel estuvo en la puesta de Santa Juana de América de Andrés Lizarraga, que narraba la epopeya de Juana Azurduy, mujer emblemática de la revolución americana, en la que se exhibía las contradicciones e intereses de los grupos sociales envueltos en la perdurable lucha por la tierra. “Una historia terrible, como la de Madre Coraje, se le mueren los hijos, el marido; la presentamos como muestra de estudiantes en La Cabaña”. Posteriormente, en 1985, Miguel actúa en su primera obra profesional, Enemigo de clase de Nigel Williams, en torno a la falibilidad de los medios educacionales en tiempos modernos; y debuta en el cine con la película La ciudad y los perros, recordada adaptación cinematográfica de la novela de Mario Vargas Llosa, en donde interpretó a Arróspide. Al año siguiente, actuó en Simón, con la dirección de Gianfranco Brero. “En 1987, me retiré y me dediqué a trabajar en Sistemas; y yo, feliz”, asegura Miguel. “Pero después, en 1991 me llamó Toño Vega, muy amigo mío, que también era de la Escuela; yo era recontra rojo, y juraba que no iba a hacer televisión y menos cine, pero Toño me arrastró al casting, molesto”. Es así que regresó a la actuación. En televisión en Mala mujer (1991) y de ahí en las muy populares teleseries noventeras Tatán (1994), Los de arriba y los de abajo (1994–95), Los unos y los otros (1995) y Tribus de la calle (1996). “Y en teatro, hice Tetralenon de Pacificilina (1991), con el finado José Enrique Mavila y Paul Martin, ambos escribieron y dirigieron la obra”.

“Pienso que un buen actor de teatro de tener, sobre todo, disciplina”, asegura Miguel. “Disciplina, pasión y responsabilidad”. Desprecia el talento, ya que lo considera un estorbo. “Te hace creer que ya lo sabes todo, es una c…”. Y en cuanto a las cualidades de un director de teatro, él afirma que un buen director debe ser papá, psicólogo y amigo. “Sobre todo esas tres cosas, puede no saber ni m… de teatro, pero con esas tres cosas puede hacer lo que sea”. No niega que un director tiene que ser un artista, pero asegura que con esos tres requisitos y un mínimo de criterio, se puede hacer un buen espectáculo. Duda sobre si un buen director también debería haber sido actor, aunque imagina que debería haber ejercido la actuación, por lo menos, por un tiempo, como en los casos de Jorge Villanueva, Roberto Ángeles o Miguel Rubio, directores de notables obras teatrales y que tuvieron una escasa experiencia interpretativa. “Acaso la dirección podría ser el camino atrofiado de un mal actor; un mal actor en el sentido en que no se va a dedicar a eso”. Y es que Miguel piensa que actuar es un oficio agotador y duro. “La gente no aguanta muchas privaciones, muchas exigencias, hay mucha gente que comienza, pero lo deja, porque se le acaba la voluntad rápidamente, nadie ha venido al mundo para ser mártir”.

Miguel ha participado en numerosas obras de teatro, pero recuerda con orgullo algunas en especial. Lorenzaccio (1992), que dirigió Roberto Ángeles, fue mi primera obra de suspenso, escrita por Alfred de Musset”. Se trata de un texto que aborda el mundo fracturado de la Florencia del siglo XVI, a través de un fuerte drama personal en medio de un convulsionado contexto histórico: el sacrificio de un hombre que se hace amante del Duque, que es además su primo, para matarlo y así darle el poder a los a los republicanos. “La hicimos el 92, el año en el que cayó Abimael; la obra era recontraterruca, pegada al pensamiento revolucionario francés y tuvimos que quitar muchos textos dos semanas antes del estreno; con todo, la obra fue espectacular”. Por otro lado, en Caricias (2009), Miguel tuvo que actuar y dirigir a la vez, lo que considera una empresa muy difícil de llevar a buen puerto. “Katia Salazar y Natalia Cárdenas (actrices del taller de Ángeles) me llamaron, pero yo no quería dirigir”, recuerda. “Sin embargo, la obra era Caricias (de Sergi Belbel), que yo quería hacer hace tiempo”. Miguel se dio cuenta también que había un papel que le gustaba mucho. “Entonces le dije a Yashim Bahamonde (guionista de televisión), que era muy amigo mío, que sea mi director asistente y así yo podría actuar”. Bahamonde aceptó, pero al mes tuvo que abandonar el proyecto. “Decidí jugármela y le pedí a los otros actores, entre quienes estaban Carlos Cano, Liliana Trujillo y Sonia Seminario, actores de peso, que me ayudaran; a la hora de montar, yo estaba en el escenario y no podía ver; en temporada tampoco podía salir a ver la obra, solo escuchaba y dirigía de oído, fue una tortura”.

Situación similar le pasó recientemente en Tu mano en la mía, notable texto de la investigadora estadounidense Carol Rocamora, especialista en Antón Chéjov, y dirigida por el valenciano Santiago Sánchez. “El director vino, dirigió y tuvo que irse”, asegura Miguel. “Me pidió que me hiciera cargo del montaje y bueno, estaba en escena y registrando lo que pasaba, actuando y también pensando en qué corregir; llegó un momento en que le dije a Paloma (Rojas, actriz del montaje) que esto era una tortura”. Felizmente para Miguel, el director regresó, vio la función y entregó notas a los actores para continuar. “Es la obra de la que más me siento orgulloso porque fue creciendo de función a función y, de hecho, la última fue la más paja de todas”. Miguel reconoce que aborda sus personajes de una manera muy poco teórica. “Creo que me pasó lo mismo con Montesinos (para la cinta Caiga quien caiga), porque es un personaje que está en el imaginario de todos”. Y es que Chéjov es un dramaturgo muy cercano al mundo del teatro, del que tenemos ya bastante información acerca de su vida y obra. “Me gusta mucho trabajar en base al imaginario, en base a imágenes, fotografías, un contacto muy cercano con este señor que veo en la foto, con esa sonrisa de p…, que se está burlando del fotógrafo y de las generaciones que lo van a ver; todo ha sido un viaje muy positivo”.

Problemáticas urgentes

Dados los recientes y bochornosos acontecimientos que implican la falta de respeto y el abuso de poder entre alumnos y maestros dentro del quehacer teatral, Miguel, como director y profesor, opina que el tema es sumamente delicado. “Y no ocurre solamente en el medio teatral, ocurre en todos los medios. Y los casos más graves, son, evidentemente en el sector educativo, donde se trabaja con adolescentes”. Para Miguel, es importante evitar el delito, no por el delincuente, sino por la víctima. “Si alguien comete un delito, obviamente tiene que ser penado. Pero lo importante es evitar que haya víctimas. Es muy p…  esperar que la gente sepa distinguir los límites si no nos hemos preocupado por educar para que no se crucen; es un problema social y de Estado, y al final, todo apunta a lo mismo: no tenemos Estado, estamos descabezados, existen gobiernos de turno, pero no un Estado”. El teatro se convierte, entonces, en la herramienta más importante para crear conciencia. “No hay otra herramienta más fuerte y más eficiente que el teatro para desarrollar personas sensibles, emocionalmente desarrolladas, con criterio y valores.  Y el teatro debe ser parte del currículo educativo, en todas sus etapas. Y esa es labor del estado”.

Otra problemática muy actual es la baja afluencia de público a los espectáculos teatrales en general. “No hay formación de públicos”, afirma Miguel convencido. “Las compañías, directores, dramaturgos y productores nos hemos colgado de este famoso ‘boom teatral’ que nunca ha existido; es la mayor mentira y estupidez que nos hemos creído”. Para Miguel, si bien algunas salas comerciales se han encargado de mantener las temporadas teatrales de manera continua por los últimos quince años, el verdadero público no se ha formado. “No hay gremios en nuestro medio. No hay gremio de actores, ni de directores, ni de productores; así es imposible avanzar. Tenemos la misma cantidad de público que hace quince años. Y la oferta ha crecido muchísimo. ¡Genial! Pero son los mismos mártires del teatro que van de un lado a otro, desesperados por verlo todo, corriendo de una sala a otra”. Le resulta inexplicable, por ejemplo, que exista una escuela nacional de teatro y que no haya elenco nacional. “Si la ENSAD existe, ¿por qué no hay un Teatro Nacional? ¿Qué sentido tiene? ¿Nadie se ha puesto a pensar en eso? ¡Es absurdo! Es tan obvio que el Estado no va hacer nada y las productoras privadas parecen querer trabajar por su cuenta”.

Las condiciones de los artistas independientes obviamente no son las mejores en nuestro medio; debido a los altos costos de vida, la mayoría debe dedicarse a varios oficios y actividades. “No soy un romántico del teatro", explica Miguel. "Puedo pensar como empresario: para hacer mercado, tienes que tener una competencia; si no hay Pepsi, no hay Coca Cola; hay que generar un mercado, tener competidores igual de fuertes que tú, es lógica pura mercantilista, comercial”. Nos cuenta que, lamentablemente, Tu mano en la mía sufrió un revés en las últimas semanas en la afluencia de espectadores. “Yo me iba a vender entradas, con mis banners, mis volantes, por ahí dos entradas, tres entradas, ha sido una cachetada a la vanidad: si tú te crees que eres la c…, que todos te van a ir a ver… ¡es mentira! Si quieres mercado, haz un mercado, pórtate como empresario; cada vez que una obra no tiene éxito es una oportunidad perdida”. Y el panorama no luce prometedor, ya que desde hace dos años, el problema de las salas a medio llenar se está agravando.

Para Miguel, se está partiendo de una falacia para enfrentar el mencionado problema. “Estamos partiendo de una posición errada con respecto al público de teatro: ¡No hay público!”, asegura. “No puedes pensar en qué es lo que quiere el público, si este no existe; hay que formarlo, crearlo”. Miguel también tiene una opinión formada respecto a la calidad de los espectáculos escénicos. “No nos rasguemos las vestiduras: hacemos un teatro de m…, amateur, muy poco profesional”, sentencia. “Nuestro teatro es muy malo; la gente va al teatro y se espanta; nosotros (los teatristas) vamos, aplaudimos y felicitamos, porque es un gran esfuerzo subirse al escenario, pero ¡es una m… el teatro que hacemos!” La razón que esgrime Miguel para esta afirmación es clara: el trabajo no es profesional, porque no está bien pagado. “Para empezar, si te pagaran bien por tu trabajo, podrías dedicarte solo a eso; pero si el actor no gana bien, ¿cómo podría hacerlo? Como no quieren pagar sueldos, nadie te garantiza una estabilidad, y tienes que hacer de todo, tener veinticinco trabajos a la vez y así no puedes dedicarte bien a ninguno, entonces todo lo que haces es a medias. ¿Así cómo diablos quieres tener un mercado?” Miguel sí reconoce que el teatro que se hace en la actualidad es lo mejor que se puede hacer. “En muchos casos salen cosas muy lindas, porque talento hay, y mucho. Pero el talento no hace mercado pues, lo hacen el trabajo, la constancia, el profesionalismo, y si no partimos de ese punto estamos bien c… si creemos que somos la c… y nos tienen que ir a ver, ¡es absurdo!”

En este 2020, Miguel estará dedicado a varios proyectos, todos personales, entre ellos sus talleres y su Colectivo Del Bardo, formado con su hijo, Franco y los alumnos egresados. “Nuestro principal proyecto se llama Reescribiendo a Shakespeare. Franco escribe obras inspiradas en los clásicos de el bardo (uno de los tantos apodos de Shakespeare), adaptadas a la realidad peruana, y las montamos como trabajos finales en los Programas de Formación Actoral". Ahora se está armando un proyecto con sus tres primeras obras: Aún Romeo y Julieta, ¿Quién es Otelo? y Sueño de una noche de elecciones. "Es una trilogía adaptada al Perú contemporáneo”, explica. “La primera está ambientada en los 80s, donde Romeo es hijo de un militar y Julieta es la hija de un cabecilla senderista; la segunda, ambientada en la época de los vladivideos y se llama así, porque todos se portan como Yago; y la última ocurre durante la segunda vuelta entre Keiko y PPK, los dioses son los Odebrechts, los nobles son los políticos y empresarios, y el pueblo… bueno, el pueblo siempre es el pueblo. Una trilogía sobre el Perú contemporáneo, a puertas del bicentenario”, concluye.

Sergio Velarde
27 de enero de 2020

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