Siguiendo la línea de acercarnos teatralmente desde diferentes ópticas
a la vida de personajes históricos, llega a la Alianza Francesa de Miraflores
la obra Bolognesi en Arica, con la dramaturgia y dirección del veterano Alonso
Alegría, que según afirman algunas fuentes, tardó 10 años en ver concretado su
proyecto, luego de una rigurosa investigación. Teniendo como referentes más
cercanos los montajes de Pizarro: Crónica de Traición y Conquista, a cargo de
Teatro de Cámara, y Atahuallpa, intentando otra mirada, a cargo de Teatro de la
Resistencia (ambos montajes diametralmente opuestos en ejecución y resultados),
la nueva puesta en escena de Alegría parece no inclinarse hacia ninguno de esos
bandos: constituye un atípico homenaje a nuestro héroe nacional, con un formato
que descoloca en un inicio, pero con tal fervor patriótico que nos motiva, sí o
sí, a aplaudir de pie luego de las casi tres horas que dura el espectáculo.
Si bien es cierto, la sinopsis que se manejaba previa al estreno resultó falsa (una joven que viene del futuro, buscando respuestas a sus preguntas, al conversar con Francisco Bolognesi), el formato elegido por Alegría es sumamente riesgoso aunque funcional. Asistimos como público a una clase maestra de Historia del Perú dictada por una profesora (Kathy Serrano), en un auditorio con luz perenne en la platea (marca registrada de Alegría en sus montajes),en la que se representarán escénicamente los últimos días previos a la Batalla de Arica. Los actores van calentando en el escenario, mientras llega a la clase la mencionada joven (Isabel Chappell), quien cuestiona con igual dosis de ignorancia, terquedad e ingenuidad las decisiones de los personajes, mientras éstos parecen ignorar su presencia, sólo hasta el final.
El grupo de jóvenes actores resulta sumamente solvente, especialmente un inspirado Diego Lombardi, que le otorga esa exacta cuota de humanidad y patriotismo a su Bolognesi. Aparece también un trío de jovencitas músicas, lideradas por Vera Castaño (a quien recordamos de Un verso pasajero), deseoso de hacer cómplice a Bolognesi de sus melodías, y que resulta convincente al permanecer en el lugar, a pesar del irremediable desenlace. En un giro dramático inesperado, los verdaderos responsables de la masacre (el presidente de turno y los refuerzos que nunca llegaron) aparecen en escena como títeres manipulados por Serrano, quien resuelve dichas escenas hábilmente. Acaso el mayor acierto en cuanto a personajes, sea el de Agustín Belaúnde (Alain Salinas), el único desertor que, delante de Bolognesi y sus oficiales, fundamenta convincentemente su posición.
La coartada de la joven estudiante (que representa en último término a todos los estudiantes que hemos sido engañados por décadas) entrometiéndose en la clase, rinde sus frutos finalmente, y podemos entender el sacrificio de nuestros héroes, sin caer en falsos nacionalismos. En general, la puesta en escena está plagada de redundancias (los emisarios y la mención de Olaya, las intervenciones finales de la joven), varios furcios con algunos tropiezos en ciertos textos, pero coherentes con el naturalismo imperante de la propuesta. Bolognesi en Arica es un sentido homenaje a la patria, que merece verse para enfrentarse con aquella ineludible verdad que todo peruano debe conocer: no surgimos y seguiremos perdiendo en todo, por no querer ayudarnos entre nosotros mismos.
Sergio Velarde
Si bien es cierto, la sinopsis que se manejaba previa al estreno resultó falsa (una joven que viene del futuro, buscando respuestas a sus preguntas, al conversar con Francisco Bolognesi), el formato elegido por Alegría es sumamente riesgoso aunque funcional. Asistimos como público a una clase maestra de Historia del Perú dictada por una profesora (Kathy Serrano), en un auditorio con luz perenne en la platea (marca registrada de Alegría en sus montajes),en la que se representarán escénicamente los últimos días previos a la Batalla de Arica. Los actores van calentando en el escenario, mientras llega a la clase la mencionada joven (Isabel Chappell), quien cuestiona con igual dosis de ignorancia, terquedad e ingenuidad las decisiones de los personajes, mientras éstos parecen ignorar su presencia, sólo hasta el final.
El grupo de jóvenes actores resulta sumamente solvente, especialmente un inspirado Diego Lombardi, que le otorga esa exacta cuota de humanidad y patriotismo a su Bolognesi. Aparece también un trío de jovencitas músicas, lideradas por Vera Castaño (a quien recordamos de Un verso pasajero), deseoso de hacer cómplice a Bolognesi de sus melodías, y que resulta convincente al permanecer en el lugar, a pesar del irremediable desenlace. En un giro dramático inesperado, los verdaderos responsables de la masacre (el presidente de turno y los refuerzos que nunca llegaron) aparecen en escena como títeres manipulados por Serrano, quien resuelve dichas escenas hábilmente. Acaso el mayor acierto en cuanto a personajes, sea el de Agustín Belaúnde (Alain Salinas), el único desertor que, delante de Bolognesi y sus oficiales, fundamenta convincentemente su posición.
La coartada de la joven estudiante (que representa en último término a todos los estudiantes que hemos sido engañados por décadas) entrometiéndose en la clase, rinde sus frutos finalmente, y podemos entender el sacrificio de nuestros héroes, sin caer en falsos nacionalismos. En general, la puesta en escena está plagada de redundancias (los emisarios y la mención de Olaya, las intervenciones finales de la joven), varios furcios con algunos tropiezos en ciertos textos, pero coherentes con el naturalismo imperante de la propuesta. Bolognesi en Arica es un sentido homenaje a la patria, que merece verse para enfrentarse con aquella ineludible verdad que todo peruano debe conocer: no surgimos y seguiremos perdiendo en todo, por no querer ayudarnos entre nosotros mismos.
Sergio Velarde
17 de junio de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario