Invasores en casa
Acaso un primer acercamiento hacia La mueca de Eduardo Pavlovsky, que viene presentándose en la Alianza Francesa de Miraflores, pueda hacernos pensar que se trata de una variación de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, con un grupo de salvajes delincuentes tomando por asalto la casa de una pareja acomodada. Y además, con ecos de películas más contemporáneas como Funny Games de Michael Haneke, o hasta Scream de Wes Craven, con un puñado de jóvenes desquiciados comportándose con violencia y sadismo contra inocentes víctimas, sin motivo aparente. Pero esta “mueca”, a cargo de la interesante y joven directora Jimena del Sante (de quien vimos el año pasado la efectiva Pedro y el Capitán) parece ir por otros derroteros, que son por supuesto, perfectamente válidos, pero le restan el impacto final que este buen texto prometía.
En el primer acto conocemos a los torturadores, a los salvajes que ya están dentro de casa ajena, esperando hacer de las suyas. Y además maquillados como el Joker de Heath Ledger, inspirados (como lo escribe la directora en el programa de mano) en el demente que mató a gente inocente en el cine de Colorado. Pero la tensión pronto pierde fuerza con la caracterización del grupo: los líderes, el Sueco (Juan Carlos Morón) y el Flaco (Claudio Calmet), mantienen un aire de soberbia y altanería sofisticada, que lejos de provocar repudio, causan hasta simpatía. Incluso ternura, con todo y tintes homosexuales. Por su parte, los compinches, el Turco (Ray Álvarez) y Aníbal (Jonathan Oliveros), aportan con sus caracterizaciones el toque cómico, pero que no ayuda a generar ese clímax de suspenso, ya en el segundo acto, al entrar en escena las pobres víctimas, que además no lo son tanto como aparentan.
He ahí el principal quiebre de la obra: la extrema violencia que ejercen los torturadores no necesariamente es gratuita, ya que tiene un fin, un objetivo, incluso moralizador para algunos: pronto las caretas de los esposos caen y ambos se revelan como un par de hipócritas, para luego enfrentarse el uno con el otro. Así, los roles quedan invertidos, hasta un final muy logrado: las víctimas, primero, no quieren que sus torturadores se vayan; y después, la mueca que dejan ver al caer el telón, que resulta muy reveladora.
Por otro lado, el apartado de producción luce muy cuidado y la directora aprovecha el espacio con habilidad. Acaso un problema que debe afinarse con urgencia, sea el trabajo corporal en las escenas de lucha, ya que los actores terminan bañados en sangre luego de una débil golpiza. Eso sí, a destacar a todo el elenco, que cumple a la perfección sus roles. Especialmente, la pareja de esposos, conformada por Paul Ramírez y Úrsula Kellenberger; esta última, acostumbrada a asumir roles extremos con valentía y sin dificultad. La mueca es un montaje recomendable, no del todo perturbador pero muy efectivo, que deja ver las enormes posibilidades que tiene su joven directora.
Sergio Velarde
11 de setiembre de 2012
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