sábado, 19 de febrero de 2022

Crítica: LA COMEDIA DEL AÑO


Curioso espectáculo metateatral

La comedia del año es el nada ambicioso título de la primera apuesta del 2022 de Mever Producciones, a cargo del joven dramaturgo, director y actor Gianfranco Mejía, quien se encarga de mostrar a los espectadores, antes de empezar la función en el Teatro Auditorio Miraflores, un collage de fotografías de todos los montajes anteriores de su autoría y dirección, todos ellos presentados con sala llena. Y es que las fotos del público asistente publicadas virtualmente así lo confirman, aunque estas, en estos tiempos actuales de aforos reducidos, pueden generar hasta cierta preocupación. Pero nada de ello pareciera detener el éxito de sus producciones, ni siquiera los últimos testimonios en redes sociales en los que se acusa un relajamiento de las medidas sanitarias, como por ejemplo, la no presentación de carnés de vacunación para ingresar a la sala. Pero dejando de lado las consideraciones extrateatrales ¿será La comedia del año una de las puestas más destacables de este 2022? Muy temprano para afirmar nada, pero sí que este espectáculo se presta para anotar algunas curiosas reflexiones.

Estrenada en el 2017 (la puesta de este año sería una reposición tardía), la trama tiene una fuerte carga metateatral desde su misma locación, que no es un teatro, pero sí un bar en el que el elenco artístico contratado por su administrador ve amenazada su permanencia debido a la pobre calidad de los espectáculos presentados y por ende, al escaso público asistente. Es desde esta premisa en la que es necesario dejar de lado la lógica para encontrar el disfrute de la puesta. Y es que al levantarse el telón aparece el administrador (Pedro Olórtegui) desde las butacas, saludando a los parroquianos de su bar, que vendría a ser el mismo público de la obra dentro de la obra. Acto seguido vemos los sketches preparados por el elenco, conformado por un grupo de buenos actores, incluido Mejía, que supuestamente deberían interpretar a un grupo de “malos” actores o en todo caso, incapaces de sacar adelante personajes apenas bosquejados en situaciones triviales y cotidianas. Pero el público del bar, es decir, de la obra dentro de la obra, ríe a carcajadas y disfrutan del espectáculo dentro del espectáculo. Entonces ¿es creíble que el joven elenco sea recriminado por una mala performance cuando sus sketches son un éxito? ¿Se prestan acaso fragmentos de Shakespeare, por ejemplo, para entretener a la gente en un bar?

Es por ello que es necesario olvidar el sentido común y simplemente seguir las vicisitudes de estos actores (¿improvisados?, ¿empíricos?) por evitar ser despedidos hasta el improbable final en el que se luce un actor tan bueno como Jeffrie Fuster. No revelaremos la conclusión de esta atípica aventura metateatral de Mejía, pero sí que llama la atención el que la solución a los problemas de asistencia de público y calidad del espectáculo se encuentre en la presentación apurada de un formato no precisamente teatral. Todo el elenco es muy simpático, que incluye además a Gabriela Pérez-León, Victor Barco, Dianna Condori y una muy divertida Lorena Reynoso. La comedia del año es un sencillo entretenimiento que funciona muy bien si abandonamos las convenciones de la lógica. Y confirma una vez más las enormes posibilidades que tiene Mejía para ofrecer, a su numeroso público cautivo en el futuro, productos cada vez más complejos y estilizados.

Sergio Velarde

19 de febrero de 2022

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