domingo, 20 de mayo de 2012

Crítica: CANDILEJAS

Homenaje al genio

Candilejas (Limelight, 1952) es recordada no sólo como la última película que produjo el genial Charles Chaplin en Estados Unidos, sino también como una de las más agridulces que filmó su autor. Divertidísima y dramática en su particular manera, y con una antológica banda sonora, Candilejas se convirtió en un efectivo retrato autobiográfico de su autor (su protagonista Calvero es un artista olvidado que intenta volver a los escenarios, en medio de una tierna historia de amor) y confirmó a Chaplin como un genio imperecedero y un clásico inimitable. Adaptar Candilejas para el teatro constituía todo un riesgo, pues el montaje debía respetar el descomunal original, pero tenía la responsabilidad de encontrar su propia personalidad. Pues Ariel Varela, autodenominado artista intersexual, que regresa a los escenarios luego de varios años de ausencia, asume el riesgo con resultados muy dispares, pero que finalmente hacen visible y hasta recomendable, su propuesta.

Varela, que adapta, dirige y actúa (igual que Chaplin) esta versión peruana de Candilejas, yerra justamente al situar la acción en nuestro país, pues no sólo este detalle resulta totalmente intrascendente, sino que no aporta nada a la historia. Mantener la universalidad de la obra hubiera resultado más efectivo, descartando así ese panel rojiblanco, que resulta inútil en escena. Acaso el resto de la escenografía aparente ser en extremo austera y desordenada, como una manera de establecer la pobreza de los personajes, pero un toque de estilización no le haría mal. Todo el primer acto podría condensarse aún más, pues resulta demasiado largo y cansino. Las escenas de los tres señores comentando el destino de Calvero tomando cerveza, deben revisarse urgentemente, pues lucen como simples insertos para preparar los números musicales del protagonista. El segundo acto es superior, pues se presentan tres momentos muy puntuales, que bien valen la visión de este montaje: la sorpresa de la muda; el número artístico de Calvero y comparsas, en estricto muting; y el desgarrador final, calcado del original, pero totalmente efectivo y contundente.

Varela se rodea de su propia familia para su regreso al escenario: su madre (entrañable Elsye Villar), su hija (Gabriela Macchi), su hermana (Blanca Varela) y su actual pareja (Claudia Burga), quien interpreta a la joven bailarina enamorada de Calvero. Los musicales con voz en vivo (como debe y tiene que hacerse en el teatro) y las secuencias en mimo aportan al montaje; no así los discursos manipuladores sobre la importancia del teatro y la vigencia del arte en general, que no son necesarios pues el espectáculo en sí lo dice todo. Ariel Varela (por cierto, en una digna actuación) ha perpetrado con Candilejas un espectáculo sui generis, poco convencional, extremadamente austero, con personajes y cuadros aún por afinar, con demasiados altibajos en su desarrollo escénico, pero que finalmente se deja ver, pues es una pieza con garra y alma, y que nos regala algunos momentos notables, que sólo nos queda disfrutar con una sonrisa cómplice. Recomendable.

Sergio Velarde
20 de mayo de 2012

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