lunes, 1 de septiembre de 2025

Crítica: EL BARBERO DE SEVILLA


Del engaño y la calumnia al final feliz

El barbero de Sevilla es una comedia del teatro francés, ubicada en Sevilla, representada por primera vez en 1775 (la ópera vino después) y desde entonces ha hecho reír a muchas generaciones. En la puesta que vimos en la Alianza Francesa, Jean-Pierre Gamarra recurre a la rumba catalana del dúo Estopa, en voz de los personajes que nos reciben, cuyo canto, atuendo y maquillaje nos introduce a la comedia, con lo que logra dar mayor frescura a los textos originales de Pierre-Augustin de Beaumarchais.

Como toda comedia de trampas absurdas, enredos y trapisondas, el ritmo es fundamental. En este "barbero", la puesta logra divertirnos en cada acción de sus personajes, sin desperdicio alguno. Incluso desde bambalinas o fuera de escena contribuyen al ritmo incesante. El objetivo de una comedia es divertir y esta lo logra de principio a fin. Pero también nos divierte la mofa de conductas inmorales de quienes por su gran poder se presentan como superiores. Para ello, el mismo conde de Almaviva se presenta con la identidad falsa de un estudiante modesto, pero atrevido y enamorado. Todos engañan a todos, pero el final feliz, con la boda de Rosina y el Conde de Almaviva no premia el engaño sino la astucia, la bondad de los jóvenes triunfa sobre la ambición de una nobleza injusta y caduca, representada por los viejos Bartolo y Basilio, el maestro corrupto y calumniador. Rosina es desde el principio la víctima de las ambiciones de Bartolo y la llegada del joven Lindoro prende la chispa de la libertad y el deseo, ante un matrimonio impuesto y abominable y se muestra como una rebelde frente a las circunstancias. Fígaro no es un simple alcahuete, sino que inclina la balanza, con sus tretas, a favor del bien, frente al mal.

Conocemos la genialidad de Gamarra por sus puestas de óperas como Idomeneo y Cosi Fan Tutte de Mozart, Alzira de Verdi o Carmen de Bizet, así como obras de teatro como las de Moliere: El misántropo, El avaro y Tartufo. Esta alta expectativa no es defraudada por la puesta del Barbero en la Alianza Francesa, donde el peso de la puesta recae en el desempeño de los actores: se luce en expresividad la encantadora Amaranta Kun, en el papel de Rosina; la picardía y perspicacia de Fígaro, interpretado por Stefano Salvini; y el talento de Oscar Yépez (Conde de Almaviva), para ser el conde disfrazado de Lindoro, de un capitán borracho y por último, de un profesor de música. Completan el elenco con solvencia y mucho humor, Alonso Cano (Don Bartolo) y Martín Aliaga (Basilio).

David Cárdenas (Pepedavid)

1º de setiembre de 2025

domingo, 31 de agosto de 2025

Crítica: DR. JEKYLL Y MR. HYDE


Libérrima adaptación de una historia de represión

Siempre existirá la eterna (y, quién sabe, inútil) discusión acerca de dónde se ubican los límites del respeto al material original y la libertad del creador, al llevar a escena una adaptación teatral. Incluso, para muchos teatristas, estos límites pueden ser fácilmente desechables. En todo caso, sí que existen ciertas consideraciones a tomar en cuenta al reinventar una historia escrita décadas o hasta siglos atrás: el apartado técnico, los valores de producción, la duración del espectáculo, el estilo de las interpretaciones y acaso uno crucial: la conexión con el público contemporáneo. Queda entonces, en manos del director, la dirección que elija llevar su puesta en escena. Valga esta breve introducción para reseñar la última apuesta escénica del colectivo Los asombrosos sombreros, escrita originalmente como novela corta por el escocés Robert Louis Stevenson en 1886, titulada Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

A estas alturas, la revelación de la trama ya no es una sorpresa en sí misma. Ambos personajes principales, Jekyll y Hyde, conviven en el mismo cuerpo: el primero, un científico empecinado en encontrar la manera de separar bondad y maldad del espíritu humano; y el segundo, la horrenda creación del primero, capaz de cometer los crímenes más atroces. En contraparte, lo llamativo de la propuesta del director Francisco Cabrera (quien ya adaptara con éxito La metamorfosis de Kafka) radica en cómo lleva al escenario del Centro Cultural Ricardo Palma la novela de Stevenson y en la arriesgada manera en la que añade nuevas capas de complejidad a ciertos personajes y situaciones, que bien podrían hacerle arquear las cejas a los espectadores más puristas, pero que viene amparada en una coherente exploración de la represión en aquella época.

Cabrera mantiene la convención espacio temporal del original, con un cuidado vestuario y una creación de atmósferas que ciertamente nos remiten al Londres de finales del siglo XIX. La estilización del espectáculo también se luce con la escenografía, compuesta por espejos antiguos móviles dirigidos hacia el público y una lluvia de pétalos que aparece cada vez que se perpetra un crimen. Por otro lado, el resto de aspectos sí es intervenido y modificado notablemente; a veces, chirrían ciertas situaciones y actitudes en medio de la época victoriana; sin embargo, para quien escribe, esto no mella, en gran medida, la fuerza de la historia original y además, enriquece ciertamente el producto final.

Desde obvias modificaciones de género, como los roles del Dr. Lanyon y el mayordomo Poole interpretados ahora por mujeres (Lucía Oxenford y Olga Kozitskaya, respectivamente), en clara alusión al empoderamiento femenino actual; hasta convenciones más drásticas con el original, como las mismas apariencias del científico y el asesino (el impecable Sebastián Stimman): Jekyll luce ahora avejentado con problemas motrices; y Hyde, un seductor y erguido criminal. Acaso lo más resaltante sea la caracterización del abogado Utterson (Marcello Rivera), quien es descrito en la novela como un personaje reservado, tímido y hasta adorable, y que en la propuesta de Cabrera mantiene una intensa relación, sentimental y sexual, con Jekyll, en una medio de una sociedad opresora y machista. Dr. Jekyll y Mr. Hyde puede que no sea del agrado del público más tradicionalista, pero se convierte en una arriesgada y valiente propuesta de Cabrera, que al explorar el ángulo de la represión de la fuente original de Stevenson, permite una conexión más directa con los nuevos espectadores, a través de una puesta en escena atractiva y entretenida.

Sergio Velarde

31 de agosto de 2025

viernes, 29 de agosto de 2025

Crítica: HARAKIRI


Un chiste del destino

Harakiri es una obra que, con su ironía sobre la vida y humor regional, nos cuenta sobre cómo se unen trágicamente las vidas de un suicida japonés y un desafortunado transeúnte. Aunque la obra fue escrita por el dramaturgo chileno Sergio Arrau, es adaptada notablemente al contexto peruano gracias a su director, Daniel Goya, y los esfuerzos de Telón Mestizo e Intensa Producción. 

El título alude al ritual con el que Kenya Nakamura decide quitarse la vida, pero que es casi evitado por Juan Castillo. A pesar de sus deseos de ayudar, el ejemplo de buen ciudadano termina siendo culpado de atacar al suicida, y ello desata una serie de eventos que acaban siendo uno peor que otro. Las escenas de comedia, con prototipos de personajes conocidos por nosotros, se intensifican con las referencias a la situación nacional y del ambiente artístico y del teatro. Tenemos policías y delincuentes, religiosos y periodistas, entre otros curiosos personajes que van dándole una lección a nuestro protagonista a medida que se encuentran con él. En ello, contamos con una reflexión sobre la justicia y las apariencias, de cómo actualmente gran parte de la vida se vive en imágenes de redes sociales, así como de la búsqueda de soluciones rápidas y de señalar culpables sin indagar.

Estaremos atentos a próximas funciones de Harakiri en el Club de Teatro de Lima, siendo una buena opción para pensar, aún a través de la risa, sobre los problemas del país. Aunque ya se acabaron las fechas, estamos seguros de que será repuesta y podremos seguir disfrutando de las actuaciones de Luisito Fernández, como nuestro protagonista, y el elenco que lo acompaña en sus tragicómicas aventuras: Yamil Sacin, Victor Lucana, Sandra Epequin, Linda García y Luis Villegas.

Jimena Muñoz

29 de agosto de 2025

miércoles, 27 de agosto de 2025

Crítica: INFIELES EN APUROS


Infieles Anónimos: confesiones con humor

La propuesta teatral Infieles en apuros se presenta en el Bar Efímero, en el distrito de Barranco. Escrita por José Gregorio Rodríguez, dirigida por Miguel Seminario y producida por Terciopelo Rojo Producciones, la obra apuesta por un espacio alternativo que potencia la dinámica de su historia: un escenario íntimo que acerca al público a los enredos de los personajes y lo convierte en cómplice de sus secretos.

El montaje se sostiene en una escenografía minimalista y funcional, donde pocos elementos bastan para construir el juego escénico. Esto permite que la acción física y la interacción entre actores adquieran protagonismo, generando una convención clara desde el inicio. La proximidad con los espectadores favorece un ritmo ágil y dinámico, esencial para la comedia, y permite que cada diálogo y gesto se reciban de manera directa. La iluminación tiene un rol adecuado y guarda relación con la escenografía. En contraste, la música no siempre mantiene la calidad necesaria, lo que resta fuerza a algunos momentos. El vestuario, en cambio, destaca por la coherencia de su paleta de colores: cada personaje se distingue con claridad, reforzando su construcción y favoreciendo la composición escénica.

En cuanto a las interpretaciones, los actores ingresan a escena con buen ritmo y escucha, pero conforme avanza la obra se percibe cierta pérdida de precisión. Los altos niveles de intensidad emocional, por momentos, se fuerzan sin progresión dramática, lo que debilita una actuación con verdad y orgánica. Aun así, se logran apreciar otros momentos donde la intensidad se justifica y logra sostener el ritmo. Asimismo, cuando los intérpretes no estaban accionando o hablando, desconectaban de lo que pasaba en escena y no estaban presentes.

Un aspecto que genera ambigüedad es la falta de definición en el código de actuación. Además, no siempre queda claro cuándo los intérpretes se encuentran dentro de la ficción y cuándo deciden romper la cuarta pared. Este vaivén afecta la conexión con los eventos narrativos. Sin embargo, involucrar al público como parte de los Infieles Anónimos resulta ingeniosa y aporta frescura al relato. Por otro lado, el uso de playback, un recurso que rompe la coherencia de la historia: en lugar de potenciar la comedia, fuerza la broma inmediata y debilita la progresión narrativa.

En suma, Infieles en apuros ofrece una mirada divertida sobre el amor y la infidelidad, utilizando la comedia como herramienta para desnudar verdades incómodas. Sin embargo, decisiones artísticas poco claras desde la dirección y en la actuación dificultan el desarrollo pleno del montaje. Asimismo, no hubo una curva dramática bien ejecutada.

En escena: Alfredo Motta, Gia Ocampo, Alexander Ugalde, Celeste Mori, Rodrigo Delgado. 

Rubén Aquije

27 de agosto de 2025

Crítica: BLANCA Y RADIANTE


Una comedia sobre los mitos del amor y la vida

Diez años después de su primera temporada, la obra de creación colectiva Blanca y Radiante regresa a los escenarios limeños. Esta vez se presenta en el Auditorio Británico, bajo la dirección de Sergio Paris y la producción de Pilar Cornejo, reuniendo nuevamente a un elenco versátil. Logra exponer los mitos y contradicciones, con humor y lucidez, que atraviesan la vida de las mujeres.

El montaje nos propone un viaje simbólico a través del “gran juego de la vida”, un tablero que sirve como metáfora de las etapas y decisiones que enfrentan las protagonistas. Cinco mujeres avanzan, retroceden y tropiezan con las expectativas sociales, los amores que prometen eternidad, pero se desvanecen, y las normas invisibles que condicionan sus elecciones. Esta estructura lúdica marca desde el inicio la convención teatral: el escenario se abre con un espacio dispuesto como tablero y una zona musical visible al frente que acompaña la acción.

La música en vivo cumple un rol fundamental en la obra. No solo marca el ritmo y da coherencia a los eventos, sino que también construye atmósferas específicas que potencian cada escena. La intérprete encargada de la ejecución musical logra ser un puente entre la acción y la sensibilidad del público. Este recurso dota al montaje de frescura y cercanía, evitando la monotonía y subrayando la tensión de los conflictos.

En términos visuales, la propuesta se sostiene en un diseño escenográfico funcional y simbólico. La utilería es empleada con dinamismo, reforzando la claridad narrativa y permitiendo a las actrices accionar con precisión. El vestuario y maquillaje cumplen un papel destacado: ofreciendo una lectura clara y coherente sobre los caracteres en juego.

El argumento aborda con ironía temas como el matrimonio, la felicidad conyugal y los ideales del amor romántico, cuestionando aquello que se asume como verdad desde la sociedad. Si bien la propuesta consigue momentos de gran comicidad y reflexión, por instantes cae en redundancias que diluyen la fuerza de los conflictos y limitan la intensidad dramática. Sin embargo, el tono irreverente y la mirada crítica logran sostener el eje de la puesta: reírnos de las convenciones sociales que pesan sobre las mujeres y lo necesario de abrir espacio a la reflexión.

Las interpretaciones son otro de los grandes aciertos del montaje. El elenco —Vivi Neves, Luzma de la Torre Ugarte, Macarena Layseca, Magali Luque y Pilar Cornejo— demuestra versatilidad, energía y una conexión constante con el público. La escucha entre las actrices, sumada al ritmo sostenido de la puesta, genera una complicidad que mantiene al espectador atento y comprometido con lo que sucede en escena.

En síntesis, Blanca y Radiante se reafirma como un montaje dinámico, lúdico y vigente. A pesar de ciertas reiteraciones, la obra consigue articular con frescura humor, música y sátira, ofreciendo un espectáculo que combina entretenimiento y crítica social. Su regreso confirma la capacidad del teatro independiente para cuestionar, divertir y conmover. 

Ruben Aquije

27 de agosto de 2025

Crítica: DOS SIGLOS DE SOBREMESA


Nuestra crisis como menú inacabable

Entramos a la sala de una vieja mansión. Nos recibe una mesa larga y desnuda al centro, iluminada por la luz que atraviesa un gran rosetón sobre ella. La mesa familiar es siempre el escenario de celebraciones, acuerdos y disputas familiares. Alrededor de ella, esta obra nos enfrenta a la historia del Perú, en dos momentos cruciales.

La figurita del viejo álbum nos vende la imagen de todos los peruanos unidos celebrando la independencia. La proclamación de 1821 fue un grito victorioso con el apoyo de civiles insatisfechos y esclavos ilusionados con su libertad. Los criollos se sentían más españoles que peruanos y su aspiración era vivir bajo la protección del rey. Ni la instalación del Congreso, en septiembre de 1822, aseguraba la independencia. Se tuvo que negociar en Ayacucho, en 1824, para terminar la guerra con los españoles y empezar nuestros propios conflictos.

En ese contexto, una familia criolla negocia con un español el matrimonio de su hija. La conveniencia es el único motivo, pero el futuro inmediato es inseguro, por la pugna entre seguidores de San Martín y Bolívar. La negociación se ve saboteada por la novia - hija del hacendado anfitrión - que es el objeto de la negociación. Pero una revuelta campesina pone en peligro la estabilidad de los presentes.

Dos siglos después, en el 2024, esa misma mesa reúne a una familia que negocia la venta de la casa y nuevamente la hija se opone. Es la generación joven que se enfrenta a la que decae. Pero otra vez una revuelta popular frustra las negociaciones, trasladando el foco de atención, de la familia a la sociedad.

Con mínimos elementos - la mesa, sillas y los trajes de época - las escenas intercalan las dos épocas, para que quede claro el mensaje: han pasado 200 años y mientras la familia discute sus conveniencias, siguen sin resolver los problemas de los pueblos que no son invitados a esa mesa.

El traslado de época se realiza ágilmente, con un breve y parcial apagón, con evidencia de que son los mismos, pero con distinto ropaje. El espejo del tiempo sirve para mostrar quiénes somos. El personal de servicio - esclava del siglo XIX o repartidora de delivery - no es ajeno al conflicto, pero siguen siendo personas de segunda categoría. 

Una obra en tiempos paralelos con un discurso político común, según la época, es una osadía que solo alguien que maneja los guiones como prestidigitador puede hacer con éxito. Eso hace Adrianzén con los diálogos de los personajes que pueden hablar de política, sin caer en el panfleto y puede contar la historia sin aburrir con la exposición de hechos, porque la obra nos ubica perfectamente.

El ambiente creado por el movimiento y el espacio brindado a cada personaje para que desarrolle su acción demuestra un buen trabajo de dirección a cargo de Gustavo López Infantas. Los personajes, interpretados por Gonzalo Molina, Urpi Gibbons, Paulina Bazán, Guadalupe Farfán, Gianni Chichizola, Alain Salinas y Sol Nacarino, aciertan en su ubicación histórica. El apoyo en planos superiores y las siluetas que insinúan se utilizan adecuadamente para mantener la atmósfera de conflicto en la gran sala en ambas épocas.

Dos siglos de sobremesa sigue en el ICPNA de Lima, hasta el 7 de setiembre.

David Cárdenas (Pepedavid)

27 de agosto de 2025

domingo, 24 de agosto de 2025

Crítica: FRENESÍ


Sueños de libertad

Antes de ingresar al teatro, el público se encuentra con policías armados que custodian el lugar, generando desde el inicio un clima de tensión y expectativa. Ya en la sala, un hombre interpela directamente a los espectadores: cuestiona la ficción, la libertad y el deseo mismo de hacer teatro, abriendo un juego constante entre realidad y representación.

Acto seguido, ingresan dos actores que representan escenas de La vida es sueño. Pero no son únicamente actores: son reclusos que, como parte de un programa de rehabilitación penitenciaria, han ensayado un montaje teatral. En la función fuera de la cárcel, uno de ellos se entrega con entusiasmo y pasión, mientras que el otro participa con evidente desgano, enfado e incomodidad. ¿Qué lo atormenta realmente: los ensayos, el teatro o su propia vida? Esa incomprensión lo desborda hasta estallar: toma a una joven del público como rehén para intentar escapar. Su verdadera intención siempre había sido esa: usar el teatro como estrategia para huir y alcanzar su anhelada libertad.

La obra se estructura con saltos temporales que permiten adentrarse en las vidas de cada personaje. El primero es un hombre maduro, encarcelado por homicidio involuntario, interpretado por Mario Velásquez. En prisión descubre en el teatro una vía de transformación, un camino hacia la esperanza y una segunda oportunidad. Su interpretación transmite humanidad, y se reconoce ya como un profesional que, al recuperar la libertad, sueña con dedicarse por completo a la actuación. Su relación con su hija (Yaremis Rebaza) revela la fuerza del afecto familiar y la fidelidad de quienes no abandonan a los suyos pese a las consecuencias de decisiones dolorosas.

En contraste, el segundo reo (Walter Ramírez) encarna la resistencia a la redención. Manipulador, egoísta y sin escrúpulos, utiliza a los demás como instrumentos de sus fines personales. El actor le otorga una presencia dura y violenta, con un trabajo corporal y vocal que refleja la crudeza de un hombre incapaz de cambiar.

El giro de la historia se produce con la irrupción de la rehén, interpretada por Lía Camilo, quien revela un secreto oculto que involucra directamente a uno de los actores. Su personaje se transforma: de víctima pasa a ser alguien que busca venganza. La actriz asume este tránsito con gran fuerza expresiva, llevando la acción a un punto de tensión máxima.

Asimismo, aparece el director del montaje de La vida es sueño, encarnado por Martín Velásquez, un hombre apasionado que cree firmemente en el poder del arte para transformar vidas. Su entusiasmo al enseñar teatro a los internos refuerza la convicción de que la escena puede ser un medio de reinserción y humanidad.

El desarrollo se complementa con un coro integrado por Juan Pablo Mejía, Cristhian Gonzáles, Santiago Espinoza y Giancarlo Almonte, quienes generan atmósferas cargadas de tensión y realismo. Con gestos mínimos, miradas y acciones precisas evocan los pabellones de la prisión, transportando al espectador al universo opresivo del encierro.

Frenesí es una propuesta teatral intensa, urgente y profundamente necesaria. Nos recuerda que el teatro puede irrumpir incluso en los lugares más oscuros y convertirse en herramienta de resistencia, redención y esperanza. Bajo la dirección y dramaturgia de Herbert Corimanya, la obra ilumina vidas que suelen permanecer invisibles y, mediante el realismo, los saltos temporales y el trabajo escénico con internos penitenciarios, construye un relato en el que conviven la violencia, la pasión y los sueños de libertad, planteando la posibilidad de una segunda oportunidad en la sociedad.

Edu Gutiérrez

24 de agosto de 2025

Crítica: LABERINTO DE MONSTRUOS


Oportuna revisión de clásico nacional

Con un puñado de sus clásicos estrenándose cada cierto tiempo, como la notable ¡A ver, un aplauso! (1989) o la entretenida El viaje de la Santa (2023), el dramaturgo César de María es la clara y destacada evidencia de que sí existe Teatro Peruano. Sus textos, de variadas temáticas y curiosos personajes, como en Kamikaze! o La historia del cobarde japonés (1999) o Dos para el camino (2002), trazan historias en las que se amalgaman con brillantez el destino, la ironía, el drama y lo impredecible de las emociones humanas. Llegó hace un par de meses al Teatro Ricardo Roca Rey de la Asociación de Artistas Aficionados una de sus piezas más recordadas y que bien debería contar con una mayor cantidad de reposiciones: Laberinto de Monstruos (1998), que en esta oportunidad encontró una feliz reinvención de la mano del director Jorge Gálvez.

Con la metáfora servida desde el título, la historia sigue a cuatro ingenuos adolescentes en los años 70 que encuentran trabajo en una feria ambulante, el que consiste en disfrazarse de monstruos y asustar a la gente dentro del laberinto; y a la vez, asistirán a su propia pérdida de inocencia al intentar perpetrar un delito. Con una sólida propuesta de dirección, en la que prevalece una cuidada estética que suma a la creación de atmósferas, es el cuarteto de jóvenes el que conduce al espectador a través de la trama, que incluye además a una envalentonada amiga y a un misterioso hombre que porta un maletín, presumiblemente lleno de dinero y que desencadenará la tragedia. La puesta mantiene un delicado equilibrio entre las situaciones jocosas y las secuencias dramáticas, especialmente durante los monólogos de cada uno de los coprotagonistas.

A destacar al joven y entregado elenco, que incluye a René Ynquillay, Bruno Bernal, Renato Cruces, Patricia Moncada y especialmente, a un carismático Juan Velazco. Mención especial para Jesús Suica, quien interpreta sin tacha tres roles en la obra, todos con convicción y destreza. Laberinto de monstruos, con la acertada producción de Atmósfera Alterna, fue una oportuna y más que lograda adaptación de una muestra del talento de De María, dramaturgo peruano en plena actividad y que todavía nos regalará, seguramente, más de sus bienvenidas historias en el futuro.

Sergio Velarde

24 de agosto de 2025

sábado, 23 de agosto de 2025

Crítica: DESPUÉS DE TI, AZUL INFINITO


Un testimonio poético

Cuántas veces, estando de duelo, nos han alentado a convertir el dolor en fuerza. Attilia Boschetti convirtió el suyo en poesía y testimonio, expuesto de la manera que ella sabe: a través de un personaje, que es el reflejo de ella misma.

Enterados de la línea testimonial de la obra y sabiendo de su larga trayectoria, podíamos esperar un recuento nostálgico, biográfico. Pero Attilia nos ofrece más que eso. Su texto es una exploración íntima y un homenaje a sus dos grandes amores: el teatro y su pareja, Carlos Tolentino, fallecido el 2020. En una entrevista (El Comercio) ella asegura que “esta obra es una confesión poética, un ritual de despedida y reencuentro y un acto de fe en el arte."

Con la firmeza que otorga la experiencia, dentro y fuera de las tablas, pero con mucha delicadeza, nos ofrece un personaje que llega accidentalmente a su universo, que es el escenario, para hablarnos (como público ficticio) de su vida. Sentimos, de inicio a fin, a un ser que se ha ido enriqueciendo a cada paso. Su humildad es una prueba de esa sabiduría.

Las hojas de papel caen como las de los árboles en el otoño, para cubrir el escenario con un manto de recuerdos gratos. El más importante es el reencuentro consigo misma, proyectado en un video de otro unipersonal: “Mujer, modelo para armar”, dirigido por Tolentino en 1988 y realizado a partir de versos de Marcela Robles. Esa obra revelaba el erotismo femenino y la hipocresía social frente a la situación de la mujer, lo que la convirtió en un bello, militante y emblemático manifiesto feminista de la época. Fue Attilia quien lo interpretó y lo recuerda, como reafirmándose en sus valores, por encima de todos los papeles que ha desempeñado en su larga trayectoria.

Ubicada en el presente, Attilia (o mejor, su personaje) llega con su traje azul. Sobrio, pero de fiesta, como para celebrar la vida. Algunas “fallas del sonido” interrumpen su discurso para impedir que la fantasía se apropie de la realidad. Pero ella persevera en ser feliz. Tampoco la detiene que la vejez limite sus posibilidades, pero la asume.

Todo es azul. El traje, la luz, un ovillo de lana que la conduce a momentos felices al desenvolverlo y que la acompaña como una mascota al marcharse finalmente, junto a una maleta, porque la vida no termina aquí, sino que el viaje continúa con las mismas ilusiones. Por eso el azul es infinito.

El azul, en la literatura, suele simbolizar la tristeza o la melancolía. En “Detrás de ti” el azul es serenidad, ternura, paz.

Después de ti, azul infinito está en el Teatro de Lucía solo por dos fechas más (26 y 27 de agosto). Vale la pena verla.

David Cárdenas (Pepedavid)

23 de agosto de 2025

Crítica: MIMAGÍNATE


El poder de la imaginación 

Una excelente propuesta de teatro familiar tuvo una corta temporada en la cartelera limeña: Mimagínate, bajo la producción ejecutiva de Rocío Mancilla, a cargo del reconocido mimo César Chirinos, quien nos sumergió en un universo imaginario donde todo es posible.

El acogedor Teatro de Lucía albergó esta lúdica puesta que apostó por los elementos sencillos, como un panel adornado con papel brillante, conos, burbujas, pelotas, telas, entre otros, los cuales fueron utilizados con precisión por el artista, cuyo dominio del cuerpo, la gestualidad y los movimientos, despertó la creatividad de los asistentes, que no solo participaron activamente de cada escena, también aceptaron las convenciones propuestas, activando el imaginario y creando junto a él. 

Mención aparte para la música en vivo y los efectos sonoros a cargo de Gustavo Neyra, que complementaron el espectáculo lleno de color, juegos y risas. Cabe señalar, el buen manejo del público infantil por parte de Chirinos, que hizo parte de la narrativa sus comentarios y ocurrencias.

Sin duda, Mimagínate es una valiosa pieza escénica que une a la familia en un espacio libre de las pantallas y redes sociales, estimulando los sentidos y la creatividad que habitan en lo más profundo de nuestra imaginación.  

Maria Cristina Mory Cárdenas

23 de agosto de 2025