viernes, 4 de julio de 2025

Crítica: LA ÓPERA DE LOS TRES CENTAVOS


Brecht se alza sobre las tablas limeña

Brecht escribe La ópera de los tres centavos con la intención de abordar una problemática urgente que no solo habla de su mundo, sino algo que globaliza a toda la humanidad: temas como el cinismo, la explotación laboral y, sobre todo, la corrupción capitalista. Y bajo la dirección de Jean Pierre Gamarra, observamos un punto de vista ácido, crítico hacia nuestra realidad peruana y especialmente, entretenido. Una coproducción entre Teatro Británico y Éxodo Teatro.

En escena, André Silva como el inherentemente encantador Mackie Navaja; María Grazia Gamarra como la inocente y astuta Polly Peachum; Alonso Cano siendo la pragmática Señora Peachum; Leonardo Torres Vilar, el empresario mendigo adulador Señor Peachum; Óscar Yépez encarnando al curioso Tigre Brown y a la seductora Jenny Towler; Amaranta Kun siendo la vehemente Lucy Brown y el gran Bertolt Brecht. Hay mucho que decir de este montaje que para algunos es aberrante y para otros, Brecht lo aplaudiría.

En primera instancia, la obra como texto escrito responde a una lucha que está liderada por masas, es decir, que no solo le pertenece a un individuo, sino a muchos. Esto es el teatro épico, un teatro que propone cuestionar y confrontar al espectador para que despierte ante la mágica teatral que sucede cuando vas al teatro.

Al entrar al Británico, la propuesta escenográfica por Lorenzo Albani te causa cierta inquietud a través de un golpe visual en el buen sentido. La escenografía no busca situar la obra en espacios determinados, sino que alterna y juega lógicamente con los lugares que permiten que los actores entren en un estado de convención en relación al espacio diegético.

Por otro lado, la dirección lúdica de Gamarra permite exponer lo que Brecht quiere lograr, en relación con los personajes que son liderados por actores que, más que actuar, buscan arquetipos: personajes desdibujados que no tienen una identidad concreta. El teatro épico propone personajes que no son buenos ni malos, sino imágenes visuales para que el espectador despierte.

Estos efectos de distanciamiento teatral se observan en toda la obra. Realmente, un montaje muy sólido, lleno de momentos divertidos y grandilocuentes. Eso es lo que esta obra busca: divertir con consciencia para interpelar. En general, un montaje que lleva todo al límite y que pone al espectador como un actor más de la obra.

Continuando con el cuerpo musical de orquesta a cargo de Jaime Bazán, es interesante cómo Gamarra introduce su visión operística para hacerle honor a La ópera de los tres centavos; es decir, no podría faltar ópera. Recordemos que Brecht escribe esta obra con el propósito de interpelar. En ese sentido, la propuesta musical de estilo expresionista es muy oportuna, no solo porque embellece a la obra como tal, sino porque acompaña el ritmo de la obra. Asimismo, deliciosamente se observa cómo el timing está tan cuidado y todo encaja de una manera precisa y directa, como diría Mackie, “justo en el blanco”.

No hay que olvidar a los actores. Es que en escena no se ven actores como tal, y esto le hace honor al pensamiento brechtiano. El elenco está conformado por actores que tienen personalidad. En esencia, la obra no quiere simplemente priorizar el “hacer”, sino que esta propuesta apuesta por mostrar y evidenciar los roles que cumple cada personaje dentro de la historia.

Por un lado, está el encantador Mackie Navaja de la mano de Silva, siendo un aprovechador y encantador que es capaz de sacudir a todo el barrio de Soho. Y seguidamente está Polly Peachum, que para algunos puede ser inocente y virtuosa, pero la señorita Peachum es mucho más que eso; se podría decir que es el personaje que tiene claro lo que sucederá con todos al final, siendo la más astuta, interpretada por María Grazia Gamarra. No hay que olvidar a los padres pintorescos, el señor Peachum y la señora Peachum, haciendo una mención especial, ya que aquellos personajes en los cuerpos de Torres Vilar y Cano se vuelven una dupla totalmente brillante. Kun y Yépez, por su parte, se consolidan como actores completamente versátiles, llenos y dispuestos a evidenciar una denuncia capitalista. 

En general, un montaje que, sobre las tablas, muestra ironía, sátira y una crítica directa hacia las fuerzas autoritarias. Un espectáculo que lleva todo al límite, con una estética brechtiana muy bien cuidada. En esta versión, Gamarra nos convoca a ser espectadores activos, alejados de la ilusión teatral, para pensar en la ópera como un llamado a la acción. Éxodo lo hace una vez más: presenta una puesta de escena muy sólida y osada.

Juan Pablo Rueda

4 de julio de 2025

martes, 1 de julio de 2025

Crítica: BAJO LA BATALLA DE MIRAFLORES


Una batalla moral/ ética: ¿Cuál es la patria?

La obra de Paola Vicente, presentada por El Patio Colectivo, se desarrolla en el contexto de la Guerra del Pacífico y plantea un modo de pensar tal evento desde el lado de protagonistas femeninas, con sus formas de agencia y resistencia. El conflicto se da al interior de una casa, que para tal momento era el ámbito reservado para la mujer, y donde igual se replicaron las luchas que otros libraban fuera. 

Los personajes de Julia (Alexandra Garcés), su madre Doña Clara (Trilce Cavero) y Esperanza (Kattsy Chávez), quien trabaja para ambas, se apoyan y protegen en medio de la que fue una de las fechas más oscuras que se vivió en la capital. Dado tal escenario, surgen tantos problemas como dilemas ante los que deben tomar decisiones difíciles, y que bajo la dirección de Manuel Guerrero se nos presentan cargados de ansiedad, pero también de cierto optimismo. 

En ese sentido, la pluma de Paola destaca por la construcción, muy bien lograda, de personajes femeninos fuertes, pero igualmente comprensivos y nobles. Sumado a ello, la conciencia sobre el impacto y la vivencia de una batalla como aquella debe responder a una sensibilidad e interés por la historia de quienes nos precedieron. 

Asimismo, la dramaturga pone énfasis en los dilemas morales que atraviesan a todos y que, por lo mismo, nos interpelan aún hoy. Nos deja pensando si hubo y si aún existe una patria o, en todo caso, si esta se transforma, presentándose con otro rostro, como algo más para la vida. Por ello, es una obra que deja a todo el auditorio con muchas preguntas y con ganas de seguir revisando la historia, que termina por marcarnos hasta hoy.

Barbara Rios

1º de julio de 2025

domingo, 29 de junio de 2025

Crítica: LA ENTREVISTA y ABUELO


Valorando instantes

La memoria, tan frágil como parece, atesora recuerdos que en algún momento, por más que creamos olvidados, vuelven a nosotros para humedecer nuestro rostro con una lágrima. Quizás sea una frase que resume el tema de estas dos microobras que nos dejan con los ojos inundados, no solo por la temática, también por la interpretación que realizan los actores.

La primera obra fue La entrevista; al iniciar, en esta puesta en escena nos encontramos con Esteban, un reconocido autor, quien es entrevistado por una alumna de periodismo, llamada Lucía. Esta obra, con elementos muy simples en escena, nos brinda esa magia que tiene el teatro de hacernos imaginar objetos y entornos que solo los actores pueden ver, con un excelente juego de luces, nos brinda grandes momentos. Así mismo, los personajes fueron interpretados por Pedro Olortegui y Cielo Abril, respectivamente; experiencia y juventud que logran una combinación que hace sentir el peso de la obra. Ambos, según avanza la entrevista, dejan ver sus discrepancias, las cuales empiezan a perturbar la dinámica; así dejan ver una leve familiaridad con la joven que provoca curiosidad en Esteban, como si la conociera desde tiempos anteriores. Una obra que nos deja una gran lección.

En la segunda puesta en escena, Abuelo, vemos a Antonio junto a su nieto Arturo, personajes que son interpretados por Olortegui y Nicolás Castillo, respectivamente. Un abuelo muy tierno, quien suele jugar junto a su nieto; todo esto se va transformando cuando Arturo empieza a crecer y desea abandonar su hogar. Antonio hace todo lo posible para interrumpir esos momentos en los que comparten las tardes juntos. Intenta alejarlo de los riesgos y de la terrible realidad que se oculta en el exterior, una realidad que Antonio no está preparado para admitir. Sin duda, en la actuación se nota la evolución de los personajes y en ambos se percibe muy claramente su objetivo. Con una escenografía básica pero que toma relevancia, al ser aprovechada en su totalidad, no es solo un elemento decorativo, también forma parte de las acciones de la obra. 

Al ver estas piezas de teatro nos queda una sensación de nostalgia, pero al mismo tiempo nos hace sentir la importancia de valorar cada momento. Sin duda, dos obras cortas con mucha reflexión.   

Javier Gutiérrez

29 de junio de 2025

Crítica: LA FARSA DE PATHELIN


El arte de engañar con elegancia: Pathelin en clave de farsaw

La noche del 24 de junio se presentó La Farsa de Pathelin, una divertida comedia medieval adaptada y dirigida por Claudia Montalvo, que contó con las actuaciones de Lua Rodriguez, Cristina León, Ariana Guerra, Yhanira Noruzka y Mayte Montalva. Desde el primer momento, la obra estableció una relación lúdica con el público, anticipando el tono festivo y exagerado característico del género farsesco.

La escena inicial, con la aparición de la esposa de Pathelin (León), mostró una construcción graciosísima del personaje: su uso del cuerpo y del gesto lograba captar la atención incluso en los momentos de mayor caos. Su dinámica con Pathelin (Rodriguez) fue uno de los pilares de la función: Rodriguez ofreció una interpretación que oscilaba entre la picardía y el absurdo, llevando con gran precisión la gestualidad bufonesca del personaje. Su capacidad para el engaño no solo descansó en el texto, sino en una fisicidad que amplificaba el efecto cómico de cada trampa.

El personaje de la relojera (Guerra) aportó un ritmo particular, construyendo una figura exagerada que encajaba a la perfección con la estética farsesca. Por su parte, la criada (Noruzka) logró algo sumamente difícil: hacer reír desde el silencio. Su manejo del tiempo, la mirada y el cuerpo fue uno de los momentos más celebrados por el público. Finalmente, la abogada (Montalva) combinó elegancia y ridiculez con un equilibrio notable, elevando su personaje a una parodia de solemnidad, en consonancia con el tono crítico de la farsa medieval hacia las figuras de poder.

El uso del gesto fue central en toda la puesta. Los cuerpos de las actrices no solo encarnaban personajes, sino que delineaban situaciones, relaciones jerárquicas y giros argumentales, muchas veces incluso por encima del texto. La dirección de Montalvo apostó por una farsa ágil, visualmente intensa y expresiva, donde el exceso era una herramienta crítica y no solo decorativa.

En suma, La Farsa de Pathelin fue una celebración del teatro físico y del humor inteligente, que recordó que la risa, cuando es bien dirigida, puede ser también un acto de resistencia.

Daniela Ortega

29 de junio de 2025

miércoles, 25 de junio de 2025

Crítica: LA ÓPERA DE TRES CENTAVOS


Teatro para una sociedad en decadencia

En esta ocasión, el director Jean Pierre Gamarra pone sobre el escenario una obra musical bastante innovadora, ingeniosa y, sobre todo, atrevida, en el sentido de que se arriesga a hacer una crítica directa a la situación social y política actual a través del humor. Una obra que resalta no solo por su escenografía bastante elaborada y llamativa, sino también por la historia que se nos narra y las brillantes actuaciones de André Silva, Maria Grazia Gamarra, Leonardo Torres Vilar, Amaranta Kun, Oscar Yepez y Alonso Cano; así como la genial orquesta dirigida por Jaime Batán Ramírez. 

Desde el primer momento se siente el ambiente lúdico, pero que al mismo tiempo intenta ser de tensión. Las indicaciones que se suele dar al público antes de iniciar la función fueron en alemán, traducidas al español, aunque quizás no de manera fidedigna, pero ahí radicaba lo cómico, además que comenzaba a poner al espectador en el ambiente. Esto, sumado al acompañamiento musical, cuya letra no hace más que remarcar que hacer lo correcto a veces te puede traer más perjuicios que beneficios, ponen al espectador en el tono de la obra y todo se va sintiendo como un juego.

La historia nos narra cómo una "ingenua" Polly Peachum (Gamarra) se enamora de un Mackie Navaja (Silva) osado e irreverente que sabe que tiene la sartén por el mango y que la justicia no lo puede tocar. A lo largo de la puesta vamos viendo cómo los distintos personajes se van burlando de las leyes y normas de la sociedad para favorecerse a ellos mismos o a algún conocido -siempre dejando en claro que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia-, como es el caso de Tiger Brown (Yepez), un policía que, lejos de cumplir con su deber, vemos cómo se va desviando y actúa de la misma manera que los demás personajes a quienes, se supone, debe corregir.

Es una referencia directa a la crítica del capitalismo: aparece un Mickey Mouse acompañado de otras dos ratas, lo cual también da un momento como de surrealismo, pues como bien se menciona en el panfleto que reparten apenas uno llega al teatro, no es una obra de teatro que refleje la realidad, sino que es una alegoría de esta, se burla abiertamente de todo y todos. Es una pieza que arranca con lo hilarante que reside en la vida misma, y es como estar en una suerte de carnaval. Aquí no hay finales felices, pero tampoco tragedias; todo es absurdamente injusto, y no hay mejor demostración de ello que el final, en una escena con bastante carga política y una postura clara sobre lo actual.

Es una obra que demuestra que se puede decir y criticar mucho desde la comedia, no hace falta un gran discurso solemne para denunciar injusticias e igual llegar a la gente. Por más puestas en escena de este tipo que se atreven a denunciar sin miedo y mostrar que el arte es político.

Barbara Rios

25 de junio de 2025

domingo, 22 de junio de 2025

Crítica: ¿QUÉ ES UN BESO? y DIARIO DE UNA PERSONA (VIH)SIBLE


En el mes del orgullo

Telón Mestizo, productora a cargo de Victor Lucana, no se detiene. Actualmente viene presentando, en el Teatro Esencia, un díptico teatral en el mes del Orgullo LGBTQ+, conformado por dos puestas en escena bastante diferentes entre sí, pero que comparten personajes que exploran las nuevas masculinidades actuales en distintos formatos; ambas, en medio de una sociedad machista, discriminadora y profundamente acomplejada como la nuestra. Una que es capaz, incluso, de censurar proyectos artísticos que no calcen con las convenciones retrógradas y equivocadas de aquellos que ostentan el poder de turno. Valioso, entonces, el esfuerzo del colectivo de Lucana por continuar la dura tarea de visibilizar aquellas poblaciones reprimidas durante décadas y demostrar que la esencia del ser humano es una cuestión demasiado compleja como para estereotipar.

¿Qué es un beso? es una pieza de formato breve escrita por el muy prolífico Luisito Fernández, que se vale de una sencilla anécdota para ahondar en las estrechas amistades entre varones, más allá de los convencionalismos sociales. Los actores Sergio Delgado y Sebastián Fernández, ambos creíbles y con buena química, interpretan al par de mejores amigos que entran en conflicto cuando se besan por culpa del exceso de tragos. El director Jiro de la Vega propone desde el comienzo un atinado distanciamiento, con los actores como ellos mismos recibiendo al público desde la primera llamada, antes de iniciar la verdadera función; y además, negándole al público (por lo menos, al inicio) el ver el tan mentado beso del título, a través de un curioso juego con títeres. De ritmo ágil, la propuesta luce ordenada y fluida, con ciertos detalles (como el mantel) que podrían prescindirse, pero que funciona como un entretenido episodio de aprendizaje acerca de la amistad y el afecto sincero en el mal llamado “sexo fuerte”.

En las antípodas debería situarse Diario de una persona (VIH)sible, un valioso proyecto testimonial, escrito, producido, dirigido y actuado por Lucana, que se inició en formato breve y que ahora sobrepasa la hora de duración. Puede que esta dilatación del espectáculo se vea reflejada en ciertas secuencias algo redundantes, pero son la fuerza y la energía del propio creador en escena las que compensan cualquier escollo en su ejecución. Lucana narra su propia historia, interpretando a Valentino, un joven diagnosticado con VIH, y sus tirantes relaciones con familiares y amigos, así como su propio aprendizaje en el camino. El elenco, conformado por Lucía Carrasco, Ricardo Adrián, Jesús Rosem, María Laguna y Juan Carlos Mina, acompaña con solidez en sus respectivos papeles, como lo hacen también los músicos en vivo. Se aprecia (y mucho) la valentía de Lucana por exponer su propia historia en escena, sumándose así a la tan necesaria cruzada de enviar un mensaje de tolerancia y respeto hacia una sociedad que se resiste todavía a empatizar con lo que no conoce o no desea conocer.

Sergio Velarde

22 de junio de 2025 

Crítica: ¿BAILAS CONMIGO?


La danza como redención

La danza y el teatro se juntan en esta obra para revelar los misterios de la conciencia de una genial bailarina de cara al final de su carrera. Pero no se trata de un recorrido biográfico, sino de un ejercicio de redención al que se ve sometida por los extraños personajes que la rodean: un joven conserje es el principal cuestionador de sus actos y un coro griego la acompaña en esa búsqueda interior, que se desarrolla entre el pasado y el presente, con movimientos que interpretan las distintas fases de ese descubrimiento de sí misma.

La bailarina Verónica Danzet es el personaje central de la obra; es interpretado por Michelle Gereda, maestra de ballet clásico y danza contemporánea e integrante del Ballet Nacional, que sorprende con su buena actuación. Verla bailar en el Gran Teatro Nacional siempre es fascinante, pero esta vez añade intensidad a un personaje cargado de soberbia por haber llegado a lo más alto y encontrarse en el ocaso de su carrera. Michelle lo consigue conjugando danza y texto. La obra le permite lucir su talento como bailarina y es sencillamente, maravillosa.

Como complemento, Sebastián Cornejo interpreta al conserje que hace reflexionar a Danzet sobre lo que ha sido su vida como bailarina y su relación con otras personas. La interacción con ella se eleva gracias a su experiencia en la danza contemporánea (Dactilares, entre otros) y aunque su personaje no tiene los matices de tensión de la bailarina, Sebastián cumple e interpreta bien su papel.

Una mención especial merece el “Coro Griego”, infaltable en una tragedia como las voces de la conciencia. En este caso, gracias a un dedicado trabajo que revela mucho ensayo, logran una sincronización perfecta en los textos, que fluyen tan claros como sus ágiles movimientos, otorgándole frescura y gran dinamismo a la historia. 

La obra se desarrolla con base en un libreto original de Jorge Pecho, cuyas referencias a fábulas y cuentos infantiles son deliberadamente evidentes para que no haya dudas sobre el mensaje. La acertada dirección general está a cargo de George O'Brien y la música que hilvana toda la historia es de Renzo Torres. Este equipo conduce la obra en un escenario donde lo importante es la expresión de los cuerpos. La luz resalta su armonía, su tensión, su exploración interior y su aceptación.

Fueron muy pocas funciones y merecería una reposición.

David Cárdenas (Pepedavid)

22 de junio de 2025

viernes, 20 de junio de 2025

Crítica: FRAGILIDAD MASCULINA


Resignificando la masculinidad

Fragilidad Masculina es la propuesta teatral a cargo de La Intensa Producción, compuesta por dos historias en formato breve, que confrontan los prejuicios en torno a la masculinidad. Nuestra sociedad todavía continúa en el camino de cerrar las brechas del machismo; así como resignificar los vínculos que se dan entre los hombres, sean estos fraternales o amorosos. Bajo la honesta dramaturgia de Luisito Fernández, el espectáculo se presenta en el Teatro del Juego.   

La primera obra, titulada Shippeados, dirigida por Rodrigo Vargas, nos trae a León y Henry, dos miembros de una banda de rock que son “shippeados” (deseo de los fans por relacionar amorosamente a sus ídolos) por sus seguidoras en las redes sociales, lo cual hace que experimenten más de una situación extraña; en medio de likes, fake news y virales, tendrán que decidir si su amistad vale más que el ego y los prejuicios de la sociedad. Las actuaciones a cargo de Simón V. de V. y Samir Sayac se complementan bien, pues ambos dotan a sus personajes de características muy particulares, como la voz, los movimientos y el juego corporal. Además, el vestuario, la música y el juego de luces enriquecen la puesta, que mantiene una dinámica ágil desde el inicio. 

Por último, Tráfico de Confesiones, dirigida Rodrigo Delgado, nos presenta a dos narcos huyendo de una persecución policial, cuando finalmente parecen estar fuera de peligro, su refugio se convierte en una suerte de confesionario, donde salen a la luz secretos que nos hacen cuestionarnos: ¿de qué huyen realmente? Actúan Renzo Anglas y Jesús Romero, cuyos personajes son el día y la noche, con distintas personalidades y discursos; sin embargo, es interesante ver cómo ambos se transforman a medida que se ven acorralados y sin escapatoria. Con una escenografía sencilla, el juego de luces y los efectos sonoros, la propuesta resalta el significado de la narrativa que plantea el autor.    

Maria Cristina Mory Cárdenas

20 de junio de 2025

martes, 17 de junio de 2025

Crítica: PROYECTO UGAZ


Cuando la verdad es una mochila pesada de cargar

Dos mujeres sobre el escenario, en lo que parece ser una oficina, comienzan a hablar sobre una situación en particular, nada que en un principio parezca serio, pero poco a poco vamos entendiendo que es la reconstrucción de una escena que dará inicio a toda la trama, vamos comprendiendo que se trata del proceso creativo de dos artistas que intentan escenificar la vida de la periodista Paola Ugaz. Así comienza la obra de las dramaturgas y actrices Rocío Limo y Vera Castaño, bajo la dirección de Diego Gargurevich. Una obra que desde el primer instante te deja con la sensación de que no se trata de una puesta en escena más, sino una que nace de la inconformidad, de esas ganas de levantar la voz y demostrar que el teatro puede decir mucho cuando se lo propone.

Con una escenografía sencilla y precisa, Proyecto Ugaz utiliza la tecnología para ayudar a contar la historia de una manera distinta, más ágil y real. Una pantalla de televisor en la que se ve fragmentos de noticias importantes de la época, un ecran donde se proyectan videos de Paola, lo cual ayuda a que el espectador empatice más con ella al enterarse de ciertos aspectos de su vida personal. Vemos a una Paola que asume el desafío de ser madre mientras se enfrenta a los hostigamientos y amenazas por parte de miembros del Sodalicio, una Paola bastante humana en muchos aspectos.

A medida que la obra avanza, se nos muestra cómo el poder y la impunidad muchas veces van de la mano, es una secuencia de injusticias cometidas no solo contra ella, sino también contra otras personas de su entorno, una constante persecución. El hecho de que sea basada en sucesos reales lo hace todo aún más impactante, mantiene al público en contante tensión, pero a la vez se intercala con momentos de cierto alivio; además, que la historia se nos sea narrada desde la perspectiva de dos actrices que están recopilando datos nos ayuda a ubicarnos también en su lugar y tomar cierta distancia de los acontecimientos para no saturarnos, pero igual involucrándonos. Es un recurso bastante ingenioso y que pocas veces he visto antes. Sin embargo, no fue algo gratuito, pues uno de los aspectos que mueve a la obra tiene que ver con que la periodista quería ser actriz cuando era niña, es a partir de ahí que se nos plantea la premisa de entender cómo se relaciona el teatro con el periodismo, una relación que quizás no muchos habían pensado, pero que a medida que la obra avanza se hace cada vez más evidente; de hecho, como dijo la misma Ugaz, no había mejor manera de contar su historia que a través de una obra de teatro. Ambas disciplinas tendrán maneras distintas de contar historias, pero fusionadas logran reconstruir y representar una historia aún más potente.

Proyecto Ugaz es de esas obras que no temen incomodarte al mostrarte las cosas como son, que no temen abarcar un tema reciente que quizás en algunos cause ciertos reparos, un tema que ha ido tomando fuerza con el tiempo gracias a personas como Paola. Una obra de teatro que es una sacudida a la memoria, un llamado a no olvidar lo acontecido para no permitir que vuelva a pasar, así como un llamado a estar atentos a las constantes injusticias que se dan y cómo el teatro aún tiene tanto por decir y para ofrecer.

Barbara Rios

17 de junio de 2025

domingo, 15 de junio de 2025

Crítica: SIGUE LA LUZ, DRAMATURG-IA y TURQUESA


Tres piezas, tres abismos

Recorrimos La Casa Bulbo, donde asistimos a tres obras en formato corto. La primera que presenciamos fue Sigue la Luz, escrita por Lita Baluarte y Daniela Rotalde, con actuaciones de Luciana Blomberg y Melania Urbina.

Esta historia narraba la vida o quizá la muerte de Maca y Daniela, dos amigas atrapadas en un limbo plagado de referencias pop, memorias, sarcasmo y amor. La obra nos arrojó a un espacio donde el tiempo era nebuloso y los recuerdos funcionaban como la única ancla frente al olvido. Con diálogos vibrantes, cargados de ironía y ternura, Sigue la Luz se movía con soltura entre el stand-up y la tragedia, entre Ghost y Keanu Reeves, entre cuencos, chacras y los verdaderos fantasmas de la existencia: la culpa, el miedo y el abandono.

Maca y Daniela no solo dialogaban: se enfrentaban, se confesaban, se traicionaban y se perdonaban con una autenticidad brutal. A pesar de su contexto fantástico, la obra resultaba profundamente humana. En su aparente caos, tejía una reflexión sobre aquello que merece ser recordado, sobre lo que nos mantiene vivos incluso más allá de la muerte: el amor, la amistad y las ganas de bailar una canción más.

El escenario minimalista no necesitaba adornos: lo que brillaba eran las actuaciones formidables de ambas intérpretes, quienes nos llevaron por un vaivén de emociones, narrando la historia con naturalidad y credibilidad. Los cambios de luz eran precisos, y el ritmo mantenía nuestra atención atada, cuidando que no perdiéramos ningún detalle.

Hubo una escena, en particular, que se transformó en un torbellino de memorias sangrientas; una secuencia que condensaba el tono de la obra: belleza, brutalidad y una verdad incómoda. Esta no fue la historia de almas en pena buscando redención, sino la de dos mujeres intentando no soltarse, aferradas a lo que fueron y a lo que aún podían ser.


La segunda obra que vimos fue Dramaturg-IA, escrita por André Portugal y Alfredo Lara, con dirección de Portugal e interpretaciones de César Chirinos y Fiorella Flórez.

En un tiempo en que la inteligencia artificial invade playlists, búsquedas y ahora también procesos creativos, la obra planteó una inquietud crucial: ¿cuánto del arte que consumimos sigue siendo realmente hecho a mano?

La obra presenta a una pareja de dramaturgos enfrentados no solo por un deadline inminente, sino por una crisis ética: ¿usar o no usar inteligencia artificial para escribir una obra encargada? Lo que comienza como una conversación doméstica salpicada de frustraciones cotidianas, la falta de dinero, el colegio del hijo, la precariedad del medio teatral, rápidamente escala hacia un terreno existencial sobre lo que significa ser artista hoy.

El lenguaje fue coloquial, de ritmo natural e intensidad casi televisiva. Las interrupciones, discusiones inconclusas y cambios de tono estuvieron tan bien logrados que por momentos parecía que no estábamos ante una obra, sino frente a una conversación real. Sin embargo, a diferencia de la primera función, las actuaciones, si bien correctas, por momentos no terminaron de sentirse del todo creíbles.

Por otro lado, hubo momentos provocadores como ciertas afirmaciones sobre el público (la gente es idiota) que evidenciaron la intención de incomodar, no de complacer. El golpe final llegó con la posibilidad de que toda la obra hubiera sido escrita por IA, instalando la duda como virus en la mente del espectador. No ofreció respuestas, pero abrió preguntas imposibles de googlear.


La tercera y última obra que vimos fue Turquesa, de Mariana de Althaus, dirigida por Diana Cornetero y protagonizada por Norma Venegas y Simón V. de V. Fue una de esas piezas que no se resuelven, que se quedan suspendidas en el pecho como una hebra suelta que no termina de anudarse.

Con un lenguaje fragmentado y un universo que oscilaba entre el absurdo y la ternura, la obra construyó un limbo en el que dos almas —una que tejía, otra que buscaba— dialogaban sin lograr comprenderse del todo. Y es justamente en esa imposibilidad donde la dramaturgia adquiere su fuerza: en la incapacidad de cerrar el duelo, de hallar destino, de salir de esa casa sin puertas.

El espacio escénico, infinito y repetitivo, funcionó como potente metáfora del purgatorio emocional: un lugar sin tiempo, donde las palabras se disolvían como la bufanda que nadie aceptaba. Ella ¿fantasma?, ¿diosa menor?, ¿condenada? era un personaje difícil de definir; él, un hombre en busca de castigo, exponía una culpa masculina que temía al consuelo tanto como lo deseaba.

La propuesta se sostuvo en el tono tragicómico, donde los personajes no evolucionaban: se desgastaban. Y en ese desgaste, el espectador encontraba sentido. La bufanda, absurda y concreta, se volvió símbolo de ese anhelo profundo: abrigo, permanencia, ternura sin condición.

Sin embargo, la experiencia escénica se vio afectada por algunos factores técnicos. La iluminación, en tonos azules permanentes, generó una atmósfera coherente con la propuesta estética, pero a la vez dificultó la visibilidad y la apreciación plena de las actuaciones. La oscuridad no solo restó expresividad a los rostros, sino que afectó la percepción del espacio: en más de una ocasión los actores tropezaron no queda claro si fue parte de la puesta o resultado de una escenografía poco segura, con cables visibles sobre el piso, lo que rompió momentáneamente la inmersión.

Si bien se percibió un buen trabajo físico, las interpretaciones no lograron la misma contundencia emocional que en las dos puestas anteriores. Las voces llegaban, pero las emociones no siempre lo hacían con la misma verdad. Tal vez fue la iluminación, o tal vez fue el exceso de artificio visual, lo cierto es que se echó en falta un cuidado mayor en los detalles que permitieran disfrutar con más claridad la propuesta.

Turquesa no es una obra que se deje atrapar fácilmente. Es más bien un acto de espera compartida. Un eco. Un intento de decir “no te vayas” antes del inevitable adiós. Pero para que ese eco resuene con toda su potencia, hace falta que el escenario, la luz y los cuerpos se pongan enteramente al servicio de ese susurro.

Milagros Guevara

15 de junio de 2025