miércoles, 29 de enero de 2020

Crítica: PRISIÓN EUFORIA


Gig theatre en Lima

Prisión euforia es uno de los montajes que se han presentado como parte de la XIX edición del festival “Saliendo de la Caja”, organizado por la especialidad de Artes Escénicas de la PUCP. Esta obra explora un género novedoso en nuestro medio: el gig theatre o teatro concierto. Tal y como se explica en el programa de mano, “está construida a partir de exploraciones e improvisaciones sobre la obra ‘Edmond’ de David Mamet, pero ubicándolo en nuestro contexto actual y desde nuestras propias vivencias”. En ella, “tres actores y un músico se cuestionan sobre la represión a la que nos sometemos como ciudadanos de la Lima del siglo XXI.” Dirigida por Daniel Flores, es parte del proyecto de tesis de licenciatura de Renzo Rospigliosi, quien también actúa y comparte el escenario con Diana Chávez y Mauricio Sotomayor. Favio Rojas, también presente en el escenario, es el autor de la componente musical. Ellos conforman Limbo Teatro.

Antes de continuar, es pertinente dedicar algunas líneas al gig theatre. Puede resultar de utilidad para quienes, al igual que yo antes de ver esta obra, lo ignoran todo sobre este género. El gig theatre (gig: concierto, tocada; theatre: teatro) registra su aparición en el Reino Unido (nótese la variante inglesa “theatre”) aproximadamente hace cinco años, y alcanza notoriedad hace tres. A diferencia de géneros como el teatro musical o la ópera, en los que la música está al servicio del teatro o viceversa, el gig theatre se presenta como una colaboración conjunta que ofrece lo mejor de ambos mundos: nos cuenta una historia que se potencia con la experiencia de un concierto en vivo, normalmente de rock y/o música electrónica, acompañado de elementos como vídeo, coreografías, entre otros. Como sucede en este tipo de conciertos, el ambiente es bastante distendido y el público tiene la libertad de sentarse y tomar un trago, ponerse de pie y bailar, sacar el celular, tomar fotos y subirlas a Instagram, a la vez que se involucra con lo que está sucediendo en el escenario.

Al ser el gig theatre un género relativamente novedoso en el mundo (y casi desconocido en nuestro medio), no se cuenta con muchas referencias que permitan guiar “en firme” un proceso creativo como este. Por lo que el mismo Rospigliosi nos comentó, durante el breve conversatorio que hubo después de la presentación, me da la impresión de que embarcarse en este proyecto ha sido un “abrir trocha” no exento de riesgos, y eso es meritorio. La inversión de tiempo (seis meses) y de trabajo dedicados es notable: recordemos que, al ser multidisciplinaria, una obra como esta requiere generar lo equivalente a una puesta en escena y una producción discográfica en simultáneo.

En conjunto, Prisión euforia es por naturaleza muy interesante y arriesgada, aunque pudiendo serlo aún más. El programa de mano la ubica en la Lima del XXI. Quizás la motivación para establecer esta premisa parte del hecho de que los participantes del proyecto han trabajado desde sus experiencias y circunstancias como habitantes de esta ciudad. La obra, sin embargo, es perfectamente localizable en cualquier urbe occidental en este siglo. Si bien el texto de “Edmond” es el hilo conductor, la historia no se nos muestra descifrable. Cada escena (o tema musical) es una postal, una impresión de la escena original o de su interpretación desde el trabajo de exploración actoral. A simple vista, la puesta aparenta ser un conjunto de situaciones que podrían o no estar conectadas. Un poco como lo que sucede con las canciones de un concierto, cada una con su propio bagaje emocional y su propia personalidad. Y, sin embargo, al ser teatro también, el espectador va a buscar naturalmente descifrar la historia que le están contando. Como consecuencia, el espectador invierte toneladas de atención tratando de hilvanar lo que está viendo y entender de qué va todo esto. Por supuesto, este proceso se aligerará si se conoce el texto de “Edmond”. Pero no existen prerrequisitos para ver la obra, de modo que lo que se muestre en escena tendría que ser suficiente. Durante el conversatorio, Renzo Rospigliosi confirma esta impresión al comentar que, en algún punto del proceso creativo se “borroneó” la historia dejando solo lo esencial. Entiendo lo que se buscó hacer y me parece totalmente válido. Sin embargo, entiendo también que el aporte principal del teatro en el gig theatre es precisamente su capacidad de contar una historia que atrape al espectador.

En cuanto al trabajo actoral, la sensación que me dejó fue la de una ejecución en general correcta, aunque bastante externa. No sé si esto se deba a la propuesta misma de concierto, en la que cada escena se presenta como un tema musical y hay una pausa de reacomodo entre ellas. Por supuesto, lo mismo sucede en el teatro tradicional, en donde a veces las escenas tienen una pausa (y hasta un apagón) entre ellas. Sin embargo, aquí el corte y pausa entre tema y tema parecían desconectar del todo a los actores. Y, por lo menos, a este espectador. Son actores eficientes y entran en personaje a la siguiente escena, aunque de forma muy externa para mi gusto. Hubo momentos, sí, en los que había una suerte de abandono ante el frenesí de la acción, y fue maravilloso verlo. Entiendo que la propuesta del género busca transmitir la experiencia de concierto. Siendo así, estemos de acuerdo en que un concierto de rock casi no da respiro al espectador. Y aquí hubo demasiados. Quizás el lugar también juegue un papel importante. Aunque con menos recursos técnicos al servicio del espectáculo, me atrevo a decir que el “Rock and Pez” de la Avenida Benavides (local en el que se ha presentado esta obra antes) es un lugar más propicio que el teatro del CCPUCP para que la dinámica propia de un concierto surta un mayor efecto en el espectador y en los artistas.

En cuanto a la música, mi modesta apreciación es la que puede tener un consumidor promedio. Es evidente la influencia de Brit Pop y de electrónica en los temas, sin caer en lo monotemático. De hecho, fue todo lo contrario. Funciona muy bien el planteamiento de hacer contrastar la intensidad de la escena con la de la música. Como comentó Rospigliosi, se dejó de lado el usar música intensa para escenas intensas y, más bien, se optó por jugar con música que hasta ironizara sobre lo que transcurría en el escenario.

La dirección ha jugado un papel importante aquí, en tanto ha amalgamado de forma acertada ambas artes. Sin mayor información sobre este género, salvo la que se puede encontrar en internet, intuyo que Flores ha confiado mucho en su instinto para saber hasta qué punto explorar en la búsqueda teatral y musical para quedarse con lo que es más relevante. No es fácil hacer algo como eso. Si hubiese algo qué sugerir desde estas modestas líneas, eso sería que vaya más allá en los riesgos que corre escénicamente, sin descuidar la historia que quiere contar.  

En resumen, Prisión euforia es un trabajo muy interesante de ver y, si bien no es para todos los públicos, es muy importante que iniciativas como estas proliferen en nuestro medio. Necesitamos de nuevas ofertas teatrales capaces de cautivar a un público nuevo dispuesto a enganchar con experiencias distintas. Ojalá y los amigos de Limbo Teatro sigan trabajando en propuestas como esta. Si es así, auguro que vendrán grandes cosas.

Notas adicionales:

Para el que quiera investigar un poco más sobre gig theatre, aquí les dejo un enlace con información relevante sobre esta movida en el Reino Unido:

La música de Prisión euforia será lanzada de a pocos en Spotify. Por lo pronto, pueden escuchar “Eres especial”, uno de sus temas, aquí:

Favio Rojas, el músico y autor de todo lo que escuchamos en Prisión euforia, también pertenece al grupo “Ciudad Pánico”.

David Huamán
29 de enero de 2020

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