sábado, 28 de mayo de 2011

Crítica: EL DRAGÓN DE ORO

Conmovedor y logrado mosaico de historias

Luego de deslumbrar hace algún tiempo con La noche árabe, el destacado y multipremiado dramaturgo alemán Roland Schimmelpfennig regresa a la escena limeña con un notable montaje a cargo del grupo Ópalo llamado El Dragón de Oro, ganador del prestigioso Festival de Mülheim 2010. Cinco actores narran, comentan e interpretan múltiples historias, aparentemente sencillas, pero de una complejidad simbólica deslumbrante, alrededor de un restaurante de comida oriental, en la que se dan cita sentimientos encontrados como la soledad, el amor y la desesperanza que afectan especialmente, a los inmigrantes ilegales en el mundo. Somos testigos de la vida de 15 personajes, entre cocineros, azafatas, ancianos, jóvenes, mujeres y hombres que realizan sus quehaceres cotidianos normales, mientras el joven cocinero chino del restaurante sufre un terrible dolor de muelas y ruega por encontrar a su hermana perdida, quien se encuentra coincidentemente demasiado cerca de él.

La propuesta del director Jorge Villanueva aprovecha acertadamente el espacio que ofrece el Auditorio del Goethe Institut, a manera de teatro circular, centrando el espacio escénico en medio con el público en ambos laterales. La cercanía actor- espectador es crucial para darle un toque intimista a la puesta en escena, que logra calar hondo en el público. A pesar de las continuas acotaciones que indican los actores en medio de sus propias escenas y de la elección de intérpretes de características distintas a la de sus personajes, la pieza no pierde ritmo y las historias se siguen con fluidez, creando un ambiente de ambigüedad y alegoría. Y es que en un brillante giro argumental, también aparecen la Hormiga y la Cigarra, quienes integran su fábula de manera muy peculiar al mosaico de caracteres que componen el montaje. Además, cada imagen conseguida produce emociones encontradas, como por ejemplo, la azafata colocando un diente podrido en su boca, que resulta tan conmovedor como repulsivo.

La trama del joven cocinero tiene un trágico final y es allí donde la obra alcanza sus mayores picos de lirismo, en donde cada historia converge de manera coherente, y que nos hace reflexionar sobre lo caótica e injusta que puede ser la raza humana, cuando se deja llevar por sus instintos más básicos. Notables actuaciones de los consumados Carlos Victoria y Graciela Paola (Grapa); de los versátiles Marcello Rivera y Claudio Calmet; y de la enérgica y sorprendente Laura Aramburú; todos ellos intachables, quienes representan a la variada gama de personajes que pueblan este alegórico universo de El Dragón de Oro, bajo la inspiradísima dirección de Jorge Villanueva. Cargada además de un amargo e insólito sentido del humor, esta obra constituye uno de los mejores estrenos de nuestro teatro independiente en lo que va del año. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
29 de mayo de 2011

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