miércoles, 27 de mayo de 2020

Crítica: CAMERINO VIRTUAL (Parte I)


Reflexiones y sensorialidades desde la virtualidad (Volumen I)

Dentro de las propuestas escénicas que se vienen dando durante el aislamiento, un grupo de artistas ha creado “Camerino Virtual”, con la intensión de no dejar de contar historias a pesar de la crisis existente. Distintos dramaturgos, actores, actrices y directores se han sumado al gran riesgo de proponer nuevas experiencias  a través de plataformas virtuales. El espectador tiene la oportunidad de ver tres funciones distintas por día: dos obras y una lectura dramatizada. Las primeras obras en liderar esta temporada fueron Demonios en la piel, 3, 2, 1… Estás ahí y la lectura dramatizada de Cenizas quedan.

Demonios en la piel

Este monólogo, interpretado por Silvia Majo, dirigido por Gabriel Gil y escrito por Eduardo Adrianzén, nos trae un acercamiento sensible al personaje: ¿por qué es actriz? Esta pregunta dispara el desarrollo de la obra. Hay un juego interesante de muchos aspectos que responden a dicha pregunta. Uno de los más interesantes fue el paradójico hecho de encarnar la fantasía (personaje) de alguien más (dramaturgo). Se juega mucho con cómo es que vive y encarga esa conversión actriz – personaje. El monólogo está lleno de estímulos hacia el espectador: desde la dirección, se jugó con recursos como la repetición de frases, matices vocales de distinta intensidad, desplazamientos en el espacio y manipulación de elementos. Estos recursos fueron certeros, pues aportaron a la carga sensorial que la obra poseía. El uso de estas herramientas revistieron el monólogo, de manera que había dos canales de percepción: en primer lugar, la historia contada desde el texto y, en segundo lugar, la historia contada desde el lenguaje visual corporal de la actriz. Majo consiguió apropiarse de aquellos recursos con concentración y precisión, de modo que captaba la atención del espectador en todo momento. El vestuario que utilizó principalmente fue una chaqueta, la cual cumplía la función de una máscara: representaba simbólicamente la transición hacia la encarnación de un personaje; este recurso fue claro desde el principio. Se utilizó una sola cámara que acompañaba a la actriz en todo momento, por lo que se movía casi todo el tiempo. Esto, si bien permitió conectar más de cerca con la performance de la actriz, también provocaba distracción debido a la inestabilidad de las imágenes que captaba el dispositivo. Esto se vio acompañado de una falla técnica, en el que se vio la información de la pantalla del celular por error. Quizá en estos casos sea bueno utilizar un sostén de cámara un poco más estable ya  los celulares son tan sensibles al tacto que pueden jugar una mala pasada. Es importante hacer hincapié en el manejo de las cámaras en este tipo de experiencias, pues son las cámaras las que van a cumplir la función de los ojos del espectador.

3,2,1… Estás ahí

Desde el título de la obra, escrito por Paris Pesantes, se puede intuir una sensación de juego. Cheli Gonzáles y Manu Rodríguez encarnan esta historia –dirigida por Ximena Aguilar-. Todo inicia como un encuentro a través de videollamada, una rutina que parece haber sucedido con frecuencia entre ambos. Sin embargo, hubo recursos que desde el inicio denotaron con especificidad el verdadero contexto de la obra: mientras que a Gonzáles se le ve en su cuarto, en un escenario “real”, a Rodríguez, no. Este último estaba acompañado de una luz muy potente, a lado del enfoque de su rostro solamente. Este recurso fue atinado para denotar que efectivamente pertenecían a dos planos distintos de la realidad: un hermano fallecido, y una hermana que no logra superar su muerte.  En este caso, el uso de la  luz fuerte dentro del encuadre del hermano, fue un recurso simple y correcto. La posición de las cámaras permitía al espectador sentirse cómplice de este encuentro, pues se tenía muy de cerca los rostros de ambos actores. El vínculo que se formó entre los hermanos durante la experiencia fue conseguido gracias a una concentración y conexión que ambos actores lograron: el manejo del texto fue eficiente en ambos. Si bien este fue un encuentro que pasa a la vida o a la muerte como la conocemos, ambos personajes dejan hacia el final una lección muy importante, dentro del contexto que estamos pasando: cada uno, desde su posición, debe continuar la lucha que nos toque vivir; no va a importar la distancia física, pues lo que nos une a nuestros seres queridos va más allá de todo problema o contexto.

Lectura dramatizada de Cenizas quedan

Trilce Cavero y Julio Navarro fueron los actores a cargo de esta obra, dirigida por Silvia La Torre, con la dramaturgia de Diana Gómez. Esta propuesta consistía tanto de narraciones de cada persona como “escenas” del presente de la obra. La caracterización en una lectura dramatizada suele ser un plus, sobre todo si contamos con el hecho de que la cámara puede enfocar partes específicas de quien realiza la lectura. Cavero destacó dentro de la representación debido a que logró una construcción de personaje total: la corporalidad, actitud, caracterización y manejo de objetos que desarrolló fueron impecables. Los elementos que utilizó la actriz eran los necesarios para estimular la imaginación del espectador en cuanto al desarrollo de la historia. En cuanto a Navarro, si bien hubo una construcción de por medio, hubo momentos en los que se notaba cierta desconcentración de su parte. Esto provocaba que en pequeños momentos el texto suene desligado de la interpretación del actor. Este tipo de desconexiones pueden distraer o confundir al espectador. Ambos actores manejaron correctamente los saltos entre momentos de narración y de interpretación de los hechos que iban ocurriendo. Aquel logro le daba dinamismo al desarrollo de la lectura. Es interesante cómo se juega con la imagen de fuego, relacionado tanto a la idea de pasiones como a los desastres que pueden provocar. La pareja supo darle matices a esta imagen, explotándola y estimulando la imaginación del espectador.

Stefany Olivos
27 de mayo de 2020
Foto: Juan Carlos Oganes 

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