martes, 18 de diciembre de 2018

Crítica: JUEGO DE ROLES


Jugando a perder

Un dramaturgo ha perdido la inspiración para escribir su siguiente obra, entonces decide involucrar a quienes forman parte de su entorno (su esposa, su amante y su profesor de universidad) en un juego de roles que gira en torno a su propia vida. Cuando todo se sale de control, una historia cargada de perturbaciones empieza a contarse. Bajo esta premisa, la obra Juego de Roles desenmascara más de una cotidianidad.

Escrita por Abel Enríquez y dirigida por Martín Velásquez, la puesta propone un escenario acondicionado con utilería simple que evidenciaba la sala de una casa; allí ocurre la mayor parte de acciones, haciendo los cambios de lugar apoyados en la iluminación. Una de las fortalezas más destacables de la obra es la fuerza interpretativa de su reparto, el mismo que está conformado por Rocío Olivera, Airam Galliani, Gianni Chichizola y el propio autor Abel Enríquez, logrando todos individualizar muy bien las características y personalidades de sus personajes. Ello aunado al hecho de tener que intercambiar roles dentro de la trama, sosteniendo a lo largo de la ejecución el “juego de roles”.

Si bien la propuesta muestra al espectador una dinámica particular propia de la dramaturgia, la teatralidad aparece justamente en los cambios de temporalidad y realidad a los que se enfrentan estos personajes, quienes parecen fundirse entre la realidad y la ficción. Detalles como el intercambio de los cuadros o el quiebre de la cuarta pared enriquecieron el juego escénico. Además, la musicalización denota cierto paralelismo con el trasfondo del texto.

Separar la puesta en dos actos fue pertinente para dejar al público en suspenso sobre lo que iba a ocurrir; sin embargo, por momentos la obra perdía agilidad, recobrando contundencia cuando aparecían los cambios y el juego escénico, amalgamados con el mensaje del texto. De otro lado, Juego de Roles refleja la normalización de conductas revestidas de machismo y violencia, haciendo visible nuestra fragilidad como seres humanos y lo propensos que estamos a dañarnos, ya sea por impulso o por necesidad.

Una obra que nos invita a continuar cuestionándonos acerca de los patrones que es necesario desaprender para construir relaciones más saludables, lo que el obsesionado personaje de esta puesta no logró comprender, envolviéndose en un juego en el que inevitablemente le tocó perder.

Maria Cristina Mory Cárdenas
18 de diciembre de 2018

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