Una crítica sobre el teatro y sus limitaciones
Desde hace unas semanas se está representando en “La Casa
Recurso” el montaje Neva, del dramaturgo chileno Guillermo Calderón. Es una
creación colectiva de los actores Carla Valdivia (Olga Knipper), Vanessa Vega (Masha)
y Walter Ramírez (Aleko). La acción
transcurre en una tarde de invierno de 1905 en San Petersburgo, donde las tropas están reprimiendo
violentamente a obreros que salieron a las calles para reclamar pacíficamente
unas mejores condiciones de trabajo. En medio de todo este caos, hay dos
actrices y un actor en un teatro frente al río Neva queriendo ensayar El jardín
de los cerezos, obra del recién fallecido Anton Chéjov.
El espectador entra en “fila india” al espacio de la
representación: los actores se encuentran ya caracterizados, calentando y
desplazándose por el espacio. Sus voces, la luz tenue y sus movimientos ya nos
dan indicios de la crudeza que la obra va a mostrarnos. Un canto coral que mezcla
la melodía de una canción de cuna con una letra sórdida da inicio a la obra. Lo
primero que me llamó la atención fue la caracterización de los personajes:
todos los actores con maquillaje básico blanco en la cara y vestuarios que nos
llevaban inmediatamente a los primeros años del siglo XX; gracias a la
iluminación, que venía desde el suelo, los personajes causaban el efecto de ser
personajes tétricos, la imagen de ser payasos muertos a punto de dar una
función. La escenografía contaba con lo
necesario, una buena solución y distribución del espacio. Como presentación de
personajes, me pareció una propuesta interesante.
La obra constituye una reflexión crítica acerca del teatro y
sus limitaciones para poder hacer frente a los hechos que están sucediendo en
su contexto, pues no puede dar cuenta del drama público de violencia política
de aquel entonces. Neva está llena de sarcasmos y escenas aparentemente
absurdas, como un intento de representar la muerte de Chéjov para que su viuda
vuelva a tener “inspiración actoral”. Se entendió que esta era la premisa de la
obra en sí misma; sin embargo, el montaje no llegó a explotar del todo los
recursos que tenían.
Para representar una obra, sea de la naturaleza que sea, hay
que buscarle una contradicción para que funcione. Si se tiene una obra absurda,
no se puede actuar absurdamente, pues de esa manera no se puede encontrar una
profundidad –hasta las obras absurdas tienen profundidad- en lo que se representa. Es por eso que si se
tiene una obra como “Esperando a Godot”, por ejemplo, no puede ser que los
actores lo actúen absurdamente. Dado este ejemplo, digo que en el caso de Neva fue
una obra oscura y sarcástica actuada de manera oscura y muy sarcástica. Los
personajes de la obra son grandes, sí, pero si en la interpretación se actúa la
característica, solo estás dando la información al espectador de que eres un
personaje grande. En general, durante la obra los tres personajes oscilaron en
lo que acabo de explicar, actuaban una característica y no un personaje
completo. Incluso vocalmente, debido al desborde de energía que implicaba la
grandilocuencia de la propuesta actoral, los textos se perdían, eran más
gritados que interpretados; sin embargo, rescato que el personaje de Masha fue
el que menos reincidió en ello. Como montaje, le faltó tino en medir la energía
y la información que, con los elementos que tuvo, dio al espectador.
El montaje, a pesar de todo lo mencionado, hizo entender el
mensaje desolado del contexto que nos representa. Rescato la crítica hacia el
teatro como un arte que debería ser un agente que muestre y haga frente a los
contextos con los que convive. Me quedo con esta idea: el
teatro es y deberá ser siempre un agente político de cambio; habrá que seguir
trabajando por ello.
Stefany Olivos
24 de agosto de 2017
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