miércoles, 11 de septiembre de 2019

Colaboración regional: YURI, VASOS Y CUCHILLOS

Una mirada

El arte cura, cobija, nos renueve, aviva el recuerdo de cada célula en nuestro cuerpo con memorias más allá de nosotros; memorias de una comunidad, hechos que se vienen repitiendo una y otra vez en diferentes tipos de ciclos; algunos llenos de vida y otros, de sangre que en muchas ocasiones los dejamos pasar o  simplemente cerramos los ojos, creyendo que así no nos afecta, pero el circulo sigue y nos golpea una y otra vez. Por eso, es que trabajos como “Yuri, Vasos y cuchillos” son importantes.

El teatro no es un mero instrumento de usar y dejar, es más bien, un maravilloso camino donde en diferentes hitos vamos mejorando, creciendo, curándonos, intentando ser mejores personas,  sucediendo al andar el camino a consecuencia de la disciplina y el amor al oficio; es por ello que cuando un trabajo está bien hecho, este nos da una flor donde en cada pétalo se puede ver el esfuerzo, la investigación y pasión, y de este modo, nos transmite sentidos y sentimientos que nos hacen reflexionar, cuestionar sin que este sea un acto de moraleja o visión moral.

Yuri, Vasos y cuchillos

Los vasos son símbolos de contención, dentro de nuestro cotidiano, de líquidos y fluidos que tomamos, echamos y escondemos como los pequeños frascos que Yuri llena de sangre y secretos que encierra, con la ilusión de que desaparezca o que nunca hayan pasado. Los cuchillos que están afilados a punto de cortar ante la mínima provocación, no solo a otro, sino que también están dispuestos a cortarnos para dejar escapar la sangre mala, como los primeros doctores haciéndonos una sangría, esos mismo cuchillos, cuidan, protegen, amenazan para que nadie se acerque sin ser invitado.

Los momentos de trasgresión en la obra nos hacen vivir la incomodidad de un bus lleno en hora punta en Lima o cuando el personaje pasa la cerveza de manera impositiva diciéndonos con la mirada “vas a tomar o no”; en otro momento, nos tira la pelota en búsqueda de una posible mejor amiga, nos revela la incomodidad de la capital, la violencia permanente de las calles, los seres maleducados y tiernos que solemos ser, un Perú  que se revela en cada acción que pinta,  situaciones comunes que nos roban sonrisas y (a)tensiones, reafirmando nuestras empatías y antipatías con los personajes.

La inocencia de Yuri puede contar las violencias más intensas y fuertes, con una naturalidad que estremece las fibras más sutiles; si bien la dualidad está presente en ella, pues la fuerza, la lisura, el cuchillo, las chelas, la habitan, también está en ella no dejar de ser una niña que mira el mundo con ojos grandes llenos de esperanza, que cuando se le pregunta: “Yuri ¿cuál sería tu sueño?”, ella responde: “Yo no tengo. Yo solo quiero ser y poder reír para siempre”. Esto la vuelve un personaje completo lleno de matices.

Claudia Mori, actriz, directora, gestora cultural y fundadora de Mamacha Mori, es quien lleva a escena este unipersonal  que a través de los años, sigue creciendo y madurando Y a pesar que  pasa el tiempo, no pierde vigencia, pues la violencia en nuestro país sigue en incremento y casos como los de violencia infantil (física, psicología y sexual), siguen siendo el pan de cada día en  todos los rincones de esta tierra.

Claudia supera la dificultad que representa ser quien escribe, dirige y actúa esta obra, quizá por la necesidad de exponer esta historia siendo una tarea difícil, pues no es solo representar (desde la técnica), sino también es encontrar un nivel de identificación con los personajes que nos dan una vista de Lima (periférica), que toma cerveza de pico, que tira el concho al suelo, que escucha música chica para recordar y olvidar, siendo también una constante preguntarse: ¿Quién soy? Una constante transformación. Av. Perú. ¿Quién es? Es un país, es un lugar, es un sitio, es un mito…  el Perú se olvidó mí.

Miguel Gutti Brugman
Cusco, 11 de setiembre de 2019

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