Tibio montaje de tragedia clásica
Decepcionante incursión de la actriz y directora Marisol Palacios en el complejo y poético universo del premiado dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill. Estrenado en 1924, Deseo bajo los olmos es un intenso drama con tintes de tragedia griega, ambientado en una decadente y olvidada granja de Nueva Inglaterra, en el que la ambición por poseer tierras y los amores obsesivos son los grandes protagonistas. Pero la presente adaptación, a cargo de la experimentada Giovanna Pollarolo, con una vasta experiencia cinematográfica, parece no ser la más adecuada para conducir a los espectadores por ese terrible viaje que atraviesan los personajes, capaces de realizar los actos más brutales y reprochables. Los tibios aplausos al concluir la función, son síntomas ineludibles de este nuevo traspiés en el teatro comercial, esta vez en el Teatro Británico.
El viejo Efraín Cabot no se lleva bien con sus hijos Peter, Simón y Eben. Los dos primeros prefieren huir a California a buscar oro, mientras que Eben decide quedarse para heredar la granja. Sin embargo, el viejo Cabot se casa con una joven arribista, la sensual Abbie, quien llega a la granja dispuesta a quedársela. Pronto, la atracción entre los jóvenes terminará en tragedia, cuando el futuro hijo de Abbie encuentre un desgraciado final. Se trata de una historia dura y cargada de emociones, pero que no llega a calar en el espectador debido principalmente, a una simplificación del argumento y en especial, de la resolución final que llega sin fuerza y veracidad, inclusive causando algunas risas en el respetable. El admirable diseño escenográfico, muy cuidado y funcional, poco contribuye para lograr la atmósfera y el vendaval de pasiones que el texto exigía a gritos.
En el primer acto se encuentra, sin duda, lo mejor de la obra, gracias a la química lograda por los enérgicos y carismáticos Alberick García y Emilram Cossio, como Simon y Peter, respectivamente, a quienes ya habíamos visto juntos en La Chunga. Los problemas empiezan con la llegada de la bella Tatiana Astengo, quien se queda corta al retratar la ambigüedad y osadía de Abbie. Alberto Herrera, como el viejo Cabot, tiene más suerte en escena que el Eben de Omar García, en este triángulo amoroso ciertamente desdibujado. Las palabras que recita la pareja protagónica y las emociones que ambos dicen sentir, no calan ni conmueven lo suficiente para llegar a entender el sacrificio final.
Por último, mucho se ha hablado y escrito del desnudo, frontal y total, de Astengo en la obra. Para algunos, se trata simplemente de una astuta estrategia de marketing; para otros, una estilizada imagen que contribuye a entender las motivaciones de los personajes. Pues ni lo uno ni lo otro: si el conflicto entre Abbie y Eben se percibe apurado y forzado, resulta innecesario para ella el despojarse de sus prendas. Tal como lo mencionara la colega Gabriela Javier Caballero, este Deseo bajo los olmos sirve únicamente para acercarnos al universo de Eugene O’Neill, desde el cuidado y cómodo palco del teatro comercial; y para esperar con paciencia una nueva puesta en escena que le haga verdadera justicia al autor, acaso desde la muy superior (en lo que va del año) y aguerrida trinchera del teatro alternativo.
Sergio Velarde
14 de mayo de 2013
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