miércoles, 8 de noviembre de 2017

Crítica: ¿QUÉ HICISTE DIEGO DÍAZ?

Lo que Diego Díaz nos dejó

La Casa Cultural Mocha Graña nos trajo en temporada durante el mes de octubre la obra ¿Qué hiciste Diego  Díaz?, escrita y dirigida por Cristian Lévano. Durante el mes de noviembre se presentarán cuatro fechas más en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados. La obra refleja  la frustración de un artista emergente encarnado en Diego Díaz (Sergio Velarde). Se nos cuenta la historia de su búsqueda personal por conseguir ser un hombre de teatro; sin embargo, no corre con mucha suerte en el proceso. Toda esta historia la narra con ayuda de “Alguien” (Alejandra Chávez)  y “Otro” (Henry Sotomayor).

Esta es una de las pocas obras que he visto criticar directamente la situación del teatro en nuestro país. La obra, acompañada de un condensado humor negro, nos muestra lúdicamente los típicos juicios que hay en contra de la decisión de dedicarse al teatro como profesión, la situación informal de algunas escuelas de “actuación” que prometen éxito y fama a cambio del dinero de gente ingenua, el teatro absurdamente caro, la gente diva que pertenece al medio, y un largo e indignante etcétera con el que los artistas vivimos día tras día. Por otro lado, se hace constante mención a los estereotipos que existen por parte del mundo actoral: se muestra de manera ligera la noción de un actor corporalmente flexible, el ego actoral, el fanatismo de algunos actores por un tipo de actuación cargada de emociones, entre otras ideas que, a pesar de mostrarse tan ligeramente, definitivamente tienen algo de real actualmente. Dentro de todo el mundo que muestra la obra, donde la parafernalia pesa más que cualquier otra cosa en una pieza teatral, vemos a Diego Díaz como uno de los muchos intentos por seguir una vocación pero que, debido a la poca práctica formal e institucionalizada de la actuación, y a la noción de que el buen teatro cuesta caro, termina quedándose en el lado underground de directores independientes de teatro.

La obra se nos presenta bajo una estética empapada de pop art, unos vestuarios y un  maquillaje impecable que desde el inicio nos introducen al interior de un cómic en escena. Esto permite automáticamente que el espectador acepte la convención de ver personajes que hablan de su situación en la misma historia. Un detalle que definitivamente ayudó a la uniformidad de la estética de la obra fue la música, que con su variedad le daba dinamismo a cada aspecto que la obra trata. Los cambios de tono entre la situación de los personajes y la narración de la historia de Diego Díaz fueron manejados con eficacia, el ritmo de la obra no cayó, los textos montados uno detrás de otro funcionaron para que la comedia fluya. Sin embargo, hubiese querido una mayor rigurosidad en los cambios por los que el personaje de Diego Díaz pasa mientras se cuenta su historia: a veces, cuando se pasaba de un relato de la infancia del personaje al presente, el actor mantenía la misma actitud, lo que no apoyaba completamente el cambio de tono que un salto temporal necesita. Todos los personajes eran ricos de ver, aunque debo decir que la obra tiene material para poder extenderse y desarrollarse incluso mejor. Me dio la impresión de que la obra quedó un poco corta para todo lo que quiso abarcar. En cuanto a los personajes de Alguien y Otro, aunque parecían dos versiones de una misma cosa al principio, se logró ver que cada uno de ellos tenía una particularidad interesante, como si ambos fueran proyecciones diferentes de la mente de Diego Díaz. La propuesta de aquellos personajes era claramente grandilocuente y enérgica; sin embargo, me hubiese gustado ver más matices en el control de la energía en ciertos momentos de la obra. Es necesario dosificarla en estos casos, pues si bien la propuesta es correcta y funciona, si hay tanta energía en la interpretación todo el tiempo, puede saturar al espectador.

Como mencioné anteriormente, la obra me quedó un poco corta para la cantidad de aspectos que mencionaba sobre la situación del teatro. Me dio la impresión de que, por lo corta que fue, no hubo tiempo para que el espectador pueda ahondar  en un tema específico, sino que nos quedamos con una idea macro de los problemas de Diego Díaz con muchas preguntas sin responder.  Una historia como la de Diego Díaz le podría ocurrir a cualquiera, sobre todo en un país donde la informalidad y los prejuicios se hacen presentes en más de un aspecto. Cuando vayan por la calle, o por el metro, observen con atención alrededor y pregúntense: ¿cuántos de todos ellos es un Diego Díaz?

Stefany Olivos
8 de noviembre de 2017

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