martes, 31 de diciembre de 2019

Crítica: MI HIJO SOLO CAMINA UN POCO MÁS LENTO

Magistral drama familiar

Desde la lejana Croacia nos llegó el mes pasado una de sus obras más representativas y distinguidas: Mi hijo solo camina un poco más lento del joven autor Ivor Martinić se estrenó con bastante expectativa en el Centro Cultural Ricardo Palma e inmediatamente generó una respuesta bastante favorable de público y crítica, tal como ocurrió durante sus diferentes temporadas en prácticamente todos los países en la que se estrenó. Acaso una comedia dramática con más lágrimas que risas, la cual involucra a una disfuncional familia que gira en torno a una abnegada madre y a su hijo discapacitado, esta pieza puede ufanarse de tener algunos de los diálogos más lúcidos y sentidos, interpretados en esta ocasión de una manera no menos que magistral y dirigidos por la sorprendente mano firme del debutante en estas lides, el joven actor y productor Fito Valles.

Ya desde la entrada al auditorio, con los actores saludando y recibiendo al púbico como si se tratara de su propia casa, se va generando el clima hogareño necesario para que el espectador se interese (y finamente se compadezca) de este muchacho en silla de ruedas llamado Branko (Martín Velásquez), quien solo desea seguir con su vida de manera cotidiana, mientras debe lidiar con el resto de su familia y amigos, todos ellos incapaces de comportarse de manera adecuada, no solo con el joven sino entre ellos mismos, básicamente por sus propios prejuicios y egoísmos. Si bien el disparador del drama es la enfermedad (nunca nombrada) de Branko, la principal fortaleza de la puesta en escena radica en la excelente y precisa composición de cada uno de los personajes, especialmente la de las damas: Andrea Fernández (la madre), Attilia Boschetti (la abuela) y Ebelin Ortiz (la tía) están excelentes, pero sorprenden las jóvenes Andrea Alvarado (la hermana) y Mónica Ross (su amiga), quienes resultan entrañables y conmovedoras. Por su parte, los caballeros Carlos Victoria (el abuelo), Sandro Calderón (el tío), José Miguel Arbulú (el padre) y Renato Medina-Vasallo (el amigo) no desentonan y complementan el notable trabajo interpretativo.

La decisión de Valles de reducir al mínimo los recursos escenográficos, de recitar los actores en voz alta las acotaciones y el mantener siempre visible a todo el elenco sentado alrededor del escenario aun cuando no le toca intervenir, funciona para generar una mayor complicidad entre el público con la historia y generar así contundentes picos dramáticos. Curiosas, eso sí, las reacciones de algunos de los actores que no participan en las escenas, ya sea riendo o conmoviéndose por ellas, cuando las deben haber visto varias veces. Las luces de sala que se encienden en momentos puntuales del drama parecieran interrogar al público si acaso la dura realidad que viven Branko y su familia no merecería, por lo menos, una oportuna reflexión. Mi hijo solo camina un poco más lento, a cargo de Neópolis Producciones, es una necesaria puesta en escena que pide a gritos tolerancia, dignidad y respeto para las personas con alguna discapacidad y que explora con éxito las relaciones humanas, tan complejas como la vida misma.

Sergio Velarde
31 de diciembre de 2019

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