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viernes, 30 de noviembre de 2018

Colaboración regional: OCASO DE UN SUEÑO DE AMOR


García Lorca en Piura

Casi siempre se ha tenido la idea de que hacer la adaptación de una obra clásica es materialmente imposible debido a lo que el texto, y muchas veces la puesta, representan para el público. Nos hemos quedado con la idea de que, por ejemplo, Romeo y Julieta debe estar siempre ambientada en la Europa del siglo XVI y que sus personajes deben vestirse con atuendo ostentosos y hablar rimado. Pero el teatro, al igual que la sociedad, cambia. Los problemas que enfrentó Shakespeare al escribir la obra no son los mismos a los que la sociedad se enfrenta ahora. Sin embargo, ¿por qué nos identificamos tanto? Porque hay verdades humanas universales que nunca cambian, como el amor, la ambición, la mentira, etc. Eso que nos hace ver al teatro como un reflejo inequívoco de nosotros mismos. Las adaptaciones de los clásicos entregan al público la posibilidad de verse a sí mismo en una obra que fue escrita hace 30, 100 o 500 años atrás y darse cuenta que el hombre siempre será el mismo en esencia.

Las obras de Federico García Lorca se han convertido en un paso obligatorio para  conocer la dramaturgia española y mundial, debido a su profundidad y a su conciencia social. La vida del autor en sí misma representa un ícono en las letras desde su literatura crítica y libre de prejuicios hasta su tormentosa muerte a manos del régimen franquista. Textos como Yerma, La casa de Bernarda Alba y por supuesto, Bodas de Sangre han sido representadas innumerables veces y con temporadas y adaptaciones exitosas. En Bodas de Sangre, particularmente, existen dos puntos importantes dentro del texto, que al parecer de algunos entendidos la hacen la obra que es: el amor y sus consecuencias, y el reflejo de una sociedad falsa, que vive del “qué dirán” y es sumamente murmuradora. Sin ambos presupuestos, toda adaptación corre el riesgo de perder su esencia. Piura es una ciudad muy conservadora y a veces “falsamente moralista” por tradición y al igual que el pueblo de Lorca en Bodas de sangre, se ha mantenido así por miedo al cambio, aunque es la segunda ciudad más poblada del país, aún conserva ese misticismo de ciudad pequeña que ha sido aprovechada por literatos como Vargas Llosa para dar molde a sus historias. Es por eso que esta obra se convierte, más que en otras ciudades, en una obra de representación necesaria.

El grupo teatral “Cuarta Pared” puso en escena la obra musical “Ocaso de un sueño de amor”, una interesante adaptación del clásico Bodas de Sangre. La obra fue montada durante los últimos meses del año en diferentes espacios a nivel regional y nacional, teniendo como escenario de su última puesta del año al Espacé Liberté de la Alianza Francesa de Piura, el pasado 24 de noviembre. La obra está bajo la dirección escénica y musical de Robert Masías. Los clásicos personajes de Lorca vuelven a cobrar vida en una obra matizada por música propia y en vivo. Es importante resaltar de la puesta precisamente la presencia de la música y la danza, aspectos que son muy bien adaptados de la versión original. Una musa danzante desde la primera escena aporta a la obra misticismo y fluidez corporal, siendo este un sello característico de las puesta del grupo. El marco musical y los actores cantando desarrollan la obra hasta la mitad a buen ritmo, el cual disminuye hasta antes de la escena de la pelea entre el novio (Juan Pablo Almeyda) y Manuel (Juan Manuel García), convirtiéndose en la mejor escena de la obra debido a que confluyen muy bien la precisión de los movimientos, las luces y la música.

En cuanto a la adaptación dramatúrgica, se puede comentar que “Ocaso de un sueño de amor” es un texto limpio y bien pensado a partir del texto original, aunque con pocos riesgos; con una buena línea dramática, pero que no siempre profundiza en los sentimientos de los personajes, que en la obra de Lorca cuentan con un matiz desgarrador y rallan en la locura, sobre todo en el personaje de la madre del novio. El peso dramático lo lleva el personaje de la novia, muy bien interpretada por Stefany Cienfuegos, que nos ofrece una novia fresca sin dejar de ser profunda y que adopta en mayor parte el peso actoral de la obra. Seguida por García, que interpreta a un Manuel (en la obra de Lorca, Leonardo) bastante orgánico e intenso. A su vez, la madre del novio es interpretada por Jesenia Lazo, una actriz piurana con amplia trayectoria y muy buena interpretación. En cuanto a la dirección escénica, “Ocaso de un sueño de amor” es una obra con presencia y buen ritmo, con un texto sencillo y correcto que pretende ser la propia interpretación de las Bodas de Lorca, pero donde la preocupación social y la “habladuría” del original hacen sentir su ausencia. Cuenta con actores de peso escénico y actores aún en formación que buscan encontrar un matiz en sus performances. Un musical prácticamente pionero en el género en la ciudad y que refleja un crecimiento del grupo y una importante valla para sus trabajos posteriores.

Katiuska Granda
Piura, 30 de noviembre de 2018

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Crítica: APARECEN LAS MUJERES


Que se manifiesten las mujeres

A casi cuatro años del fallecimiento de la dramaturga peruana Sara Joffré, la Asociación de Artistas Aficionados le abre sus puertas a una obra inédita de la entrañable autora, Aparecen las Mujeres, bajo la dirección de Jamil Luzuriaga.

Recreada en el Perú en épocas bien diferenciadas, esta obra cuenta la historia de dos grupos de mujeres: por un lado, unas monjas que se rehúsan a aceptar una nueva ley que decreta que los cuerpos de las religiosas fallecidas sean enterrados fuera del convento; y por el otro, unas bailarinas que intentarán impedir que el café teatro donde trabajan sea clausurado. Aparecen las Mujeres evidenció un montaje correcto y funcional, acorde a las acciones ejecutadas por las actrices, acompañado con efectos de luz que aportaron (sobre todo) en las escenas más intensas.

Con una calurosa y sorpresiva bienvenida al público, se marca el inicio de la obra (planteado desde la dramaturgia). Sin embargo, los cambios de escena se tornaban un tanto confusos, debido a que todas las actrices intercambiaban los roles, entre las monjas y las bailarinas, lo cual dificultaba entender el desarrollo de la puesta hasta cierto punto e incluso la conexión entre ambos grupos de mujeres. Además, algunos cambios de escena –inicialmente- fueron rápidos, sin la suficiente contundencia para transmitir que iba a suceder algo distinto; en ese sentido, considero que se pudieron haber planteado dichos cambios con mayor claridad. De otro lado, el elenco conformado por Ximena Arroyo, Yvonne Ydrogo, Lieve Delanoy, Patty Q. Madueño, Carla Martel y Yasmine Incháustegui, mostró complicidad y acoplamiento en escena.

La propuesta se va tornando contundente hacia el final, donde se condensan las historias de estas mujeres que pugnan por visibilizar sus derechos, su voz, su presencia, si acaso utilizando medidas extremas; pues bien, una vez más el público será el encargado de juzgarlo, si cabe el término. Temas relevantes como la justicia y la manifestación de las mujeres dan cuenta que hoy más que nunca, reivindicar a la mujer en sus diversas ocupaciones y objetivos urge en nuestra sociedad, en nuestras comunidades, en el núcleo familiar.

Un texto de avanzada por parte de Sara Joffré, que a fuerza de repetición nos lleva a continuar reflexionando acerca de la mujer y sus derechos, esos que le son negados muchas veces por la intolerancia, el machismo, la violencia y la injusticia. Que no desmaye ese aliento, esa alegría, esa energía, que el elenco de Aparecen las Mujeres contagió a los espectadores. ¡Aparecieron y fue imposible no verlas!

Maria Cristina Mory Cárdenas
28 de noviembre de 2018

Crítica: CHAMI Y LA CIUDAD DORADA


Una niña valiente

Producto de la creación original del dramaturgo, actor y gestor cultural Gerardo Fernández, llegó la temporada de la obra “Chami y la Ciudad Dorada”, una historia que abordó la complejidad que implica para la protagonista, Chami, el reivindicar sus orígenes andinos en un mundo racista que es reflejado por su primo Bruno, con quien tiene que lidiar muchas penurias. Contó con las actuaciones de Miluska Eskenazi como la Vicuña, Elihu Leyva como el Cóndor, Luis Golding como Bruno y Katherina Sánchez como la protagonista Chami. Esta obra es la primera parte de una trilogía que, como Gerardo comentó al final de la puesta, se estrenará y continuará con el apoyo del Centro Cultural del Británico; de hecho, el espectáculo tuvo una breve temporada en el dicho lugar.

El Teatro Esencia es un espacio de entretenimiento, centro de formación actoral, centro cultural y además, cuenta con un pequeño auditorio donde se presentan sus montajes, lo que genera un ambiente de confianza con lo que se ve en el escenario. Además, Fernández se esfuerza por mantener una fuerte presencia en las redes sociales del trabajo que hace desde su espacio. ”Chami y la Ciudad Dorada” impresionó desde su primera escena, la que funcionó como centro dramático de la historia: Chami, que bajo la luz de la luna recuerda a su abuela y la canción que ella siempre recordará: “Mi linda wawita “. Chami viaja a un mundo imaginario, la Ciudad Dorada, donde atraviesa una serie de aventuras y dificultades con sus amigos el Cóndor y la Vicuña, mientras que Bruno, el antagonista, hace todo por atormentar a su prima.

De todo lo mostrado destacó la música y el canto, ya que se podría decir que la obra tranquilamente pudo haber funcionado muy bien como un musical para niños, con la combinación de música andina con el afro y en especial, destacó la interpretación del poema de Victoria Santa Cruz, “Me gritaron negra” por Eskenazi. La obra duró más de lo que suele extenderse un espectáculo familiar, ya que consistió en dos actos con un intermedio de 10 minutos. Por otro lado, la escenografía y la utilería trataron de imitar una ciudad imaginaria en los Andes. Desde el punto de vista actoral, fue destacable la actuación de Sánchez, que con su carácter extrovertido, llegó a causar mucho humor entre los niños. Los efectos de las luces fueron muy importantes entre las escenas y funcionaron muy bien para resaltar los distintos estados de ánimo por los que atraviesan los personajes en la historia. En resumen, la lección de “Chami y la Ciudad Dorada” fue el rescate del valor de la fidelidad para con uno mismo, aun en circunstancias adversas.

“Chami y la Ciudad Dorada” estuvo en temporada corta en el Teatro Esencia de Barranco entre los meses de agosto y octubre.

Enrique Pacheco
28 de noviembre de 2018

Crítica: SIRENAS Y PESEBRES


Un consejo de sirena

Chaski Q'enti es un grupo teatral formado el 2010 por Ana y Débora Correa, integrantes también de la Asociación Cultural Yuyachkani, que se dedica a transmitir un teatro para público infantil utilizando cuentos y poemas andinos. Chaski Q'enti hace referencia a un ave cordillerana que transmite mensajes y ha presentado otros montajes como “El Mono, el Tigre y una cierta Tortuga”, “Leoncio y el Dr. Veterinario”, “El Retablo de la Historias”, entre otras presentaciones de cuentacuentos en colegios y centros culturales. En esta oportunidad y bajo la dirección de Ana, presentó “Sirenas y Pesebres” un espectáculo que reflexiona sobre la importancia de la verdad en el ámbito familiar. El elenco estuvo conformado por Débora Correa, Hugo Mendoza, César Golac y Ricardo Delgado, inspirado en un cuento del gran poeta José Watanabe (1945-2007).

La función tuvo lugar en el Auditorio del Centro Cultural El Olivar de la Municipalidad de San Isidro. Abordó la complejidad que implica la verdad en una familia y lo difícil de la relación madre-hijo. El protagonista es un niño llamado Leoncio (Golac), muy travieso, jocoso e ingenuo ante todo lo que le rodea. Un día, don Amador (Mendoza), un veterinario, llega a la aldea con la ayuda de un poco amable chofer del pueblo (Delgado), con la intención ayudar a la comunidad con una generalizada problemática de ovejas enfermas. La madre de Leoncio (Correa) le llena de preguntas sobre el mundo, pero también de mucho amor; sin embargo, no suele hacerle caso a sus advertencias sobre los peligros del mundo. Leoncio cree que las sirenas existen y a pesar de la advertencia de su madre y el veterinario, una noche sale a buscarlas al lago y casi muere ahogado, pero fue salvado por don Amador.

Durante la función, destacó el manejo del espacio escénico de Golac, que a través de una serie de movimientos, danzas y cantos, llega a encantar a los niños, quienes empatizan mucho con su personaje, debido a que refleja la ternura de la infancia. Es destacable el gran esfuerzo del equipo de vestuario para recrear a comunes habitantes de cualquier pueblo de los Andes. Al público infantil le emocionó las escenas acompañadas por música en quechua, las cuales trataron de seguir. La escenografía contó con una pequeña muestra de títeres-ovejas, que intervenían entre los diálogos de los personajes y generó carcajadas entre el público. Importante el hecho de haber empleado artesanías reales de sirenas hechas a mano, pues lucían muy bien diseñadas y daban un sentido realista a las escenas. En resumen, “Sirenas y Pesebres” fue una historia que refleja la importancia de la confianza y la sinceridad en una familia y con la comunidad, así como el resaltar el valor de la inocencia de la infancia.

“Sirenas y Pesebres” estuvo de temporada entre agosto a setiembre de este año en el Centro Cultural El Olivar de San Isidro.

Enrique Pacheco
28 de noviembre de 2018

lunes, 26 de noviembre de 2018

Crítica: DESPEGUE


Todos somos astronautas

El grupo Esperanta es una asociación cultural cuyo último estreno ha sido Despegue, una obra que propone un viaje a recordar aquellos anhelos que todos hemos tenido en la infancia. Santiago está a punto de viajar fuera del país para hacer una maestría y dar un paso más en su exitosa carrera, pero en la noche de su despedida un curioso hallazgo entre sus cosas de niño desatará una inesperada aventura por las calles de Lima, que le dará la vuelta a todos sus planes.. La temporada se está dando en el teatro Ensamble de Barranco hasta el 2 de diciembre.

La construcción escenográfica estuvo constituida por elementos que cumplieron la función de situar los cambios de lugares: un gran panel movible, una serie de formas cuadradas versátiles y unos dibujos en cartón que detallaban la convención del cambio de espacio. El vestuario en esta obra cumplió con la labor de redondear la imagen de los personajes debido a la especificidad de selección de prendas y colores. Los cambios de escenografía estaban a cargo de los mismos actores, por lo que se necesita una ruptura clara entre el fin de la escena y la transición a la siguiente. Sin embargo, no había un código de transición claro por parte de los actores, lo que provocaba desconcierto al espectador: establecer una pausa o una postura neutral como convención, le podría haber dado más orden a la puesta en escena.

La propuesta de construcción de personajes no estuvo clara durante toda la obra. Hubo momentos durante la puesta en escena en los que los textos no se entendían o el volumen de voz apenas llegaba a las últimas filas del público. El trabajo y la apropiación de texto no fue constante, no hubo especificidad y se notaba desconexión entre los actores y sus líneas en algunos momentos. El texto fue un problema no solo desde la interpretación, sino también desde la dramaturgia. La obra escrita no contaba con una serie de estrategias variadas para cada uno de los personajes; es decir, lo que cada personaje hacía para lograr su objetivo no contaba con matices propios de la urgencia que se va desarrollando hacia el final. El texto no albergaba justificaciones tan fuertes o variadas para las decisiones que cada  personaje tomaba; por consecuencia, esta inconsistencia se verá reflejada necesariamente en la puesta  en escena, lo que en el caso de Despegue provocó un producto escénico mayormente plano, sin muchos quiebres propios de una historia como la que propusieron tan llena de aventuras.

Hablar de los sueños y de quiénes somos aquí y ahora es siempre necesario. El paso a la adultez siempre causa estragos, preguntas profundas como qué es lo que estamos logrando, qué es lo que somos y queremos ser. Esta obra es un memorándum para poder tomarnos al menos un momento en comprobar si lo que hacemos, desde nuestras circunstancias personales, corresponde a nuestra propia esencia.

Stefany Olivos
26 de noviembre de 2018

viernes, 16 de noviembre de 2018

Crítica: IFIGENIA


Más de 2,400 años después

Aranwa Teatro, Pura Vibra y Radio Filarmonía están presentando Ifigenia de Johann Wolfgang  Goethe. La temporada se está dando en el teatro Ricardo Blume, bajo la dirección de Jorge Chiarella, con las actuaciones de Daniela Rodríguez (Ifigenia), Mariano Sábato (Thoas), Stefano Salvini (Orestes), Joaquín Escobar (Pílades) y José Antonio Buendía (Arkas). Ifigenia, separada de su ciudad natal y destinada a ser la sacerdotisa de la diosa Diana en la ciudad de los Tauros, tiene la labor de sacrificar a todos los extranjeros que llegan a estas tierras. La historia toma otro rumbo con la llegada de su hermano Orestes, a quien no logra reconocer inicialmente, acompañado del fiel Pílades.

El teatro elegido para la representación es de forma circular, de modo que es necesario tener una conciencia espacial de movimientos y desplazamientos por parte de los actores, quienes en este caso lograron estar a la altura de tal rigurosidad. Un ítem importante en una obra como esta es el trabajo de texto, dado que está escrito con una musicalidad particular propia del verso: todos los actores tuvieron un manejo del texto limpio, pues se notó la apropiación y el trabajo minucioso. Era interesante entender las imágenes que el texto de Goethe describe y disfrutar de aquella sonoridad que su texto posee. La construcción de personaje estuvo llena de especificidades en todos los actores, destacando el trabajo de la actriz Daniela Rodríguez: desde  su corporalidad hasta su manejo de texto en escena. El actor Stefano Salvini, si bien realizó un buen trabajo en general, tenía momentos de desborde de energía que impedía entender algunos de los textos del personaje.

Los elementos escenográficos de la obra fueron los justos y necesarios para especificar  el lugar donde se encontraban. Parte de la creación del espacio estuvo a cargo de marcaciones desde la dirección: los actores indicaban dónde era la entrada el templo, dónde estaba la diosa Diana, dónde estaban los aposentos de Ifigenia y dónde se escondían los prisioneros Orestes y Pílades. Estas marcaciones de espacios no recreados en escena le daba profundidad al montaje: la sensación de estar en un lugar espacialmente más grande que el tamaño real del teatro. Los vestuarios de los personajes fueron una selección atinada que apoyaba su construcción en escena de manera realista. En el caso de la iluminación, estuvo manejada de manera precisa, de modo que sirvió para indicar cambios espacio-temporales y crear atmósferas en momentos específicos de la obra. Estos cambios de luces y mezcla con colores como el rojo para momentos álgidos les daban matices a la representación, causaba interés visual a aquellos momentos que el director quería que le pongamos más atención.

Es interesante revisar un texto clásico hoy en día, pues siempre termina dándonos una nueva lección tan vigente como una obra contemporánea. La fuerza de esta mujer en el contexto peruano me remite a cómo es necesario el valor y coraje para exigir respeto para que las mujeres sean realmente escuchadas. Un momento que como público me marcó fue cuando Ifigenia indica que todo visitante extranjero debe ser tratado como huésped en Tauros: ¿hay esa clase de recepción con aquel país vecino que visita nuestro país por necesidad? Lejos de cualquier tema económico-científico, esta obra nos hace volver a qué tanto estamos actuando desde los valores que nos caracteriza como seres humanos: de nada vale los años de avances científicos que este personaje ha sobrevivido, si en cuanto a valores y solidaridad no hay un cambio significativo. Qué sorpresa da comprobar la vigencia de un mito.

Stefany Olivos
16 de noviembre de 2018

Crítica: QUÉDENSE CERCA DE MÍ


Mamá Angélica en escena

Quédense cerca de mí fue un unipersonal de Marisol Frasaida Mamami Aviles, primera producción de Fértil Teatro. La puesta en escena representó la búsqueda de los familiares desaparecidos en los años 80s, bajo el liderazgo de la conocida “Mamá Angélica”, activista por los derechos humanos y fundadora de la Asociación Nacional de Familiares Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP). La obra se basó en historias de mujeres que han sufrido pérdidas de este tipo, utilizando códigos desde la performance hasta el teatro intermedial, dando la impresión de un gran collage escénico que invitaba a un viaje sensorial del espectador a través de lo que la actriz iba contando.

La obra fue realizada en un espacio íntimo, pequeño y sin butacas: la consigna era que los espectadores se sentarían en el suelo y debían moverse  por el espacio según corresponda la convención que la actriz proponía. Para que esto funcione, debió haber determinación y claridad de parte de la actriz al momento de indicar esos cambios; sin embargo, no fue así. El montaje estuvo acompañado de proyecciones de imágenes y videos que, con el movimiento de la gente, no podían ser completamente apreciados: el movimiento del público saboteaba las proyecciones y eso era por un manejo deficiente del espacio. Esto provocaba un distanciamiento con lo que la obra buscaba transmitir: un ambiente íntimo, de reflexión y viaje sensorial.

La interpretación de Marisol Mamani fue contradictoria. Se intentó abarcar una serie de momentos distintos entre ellos, con imágenes y símbolos que por separado eran interesantes. Sin embargo, el engranaje de cada momento fue confuso, de modo que no se percibió una estructura clara en la propuesta de montaje. No hubo cuidado en el trabajo de hilar cada uno de estos momentos que habrían podido funcionar mejor si, desde la interpretación actoral, se hubiese tenido más conciencia de unidad. Existían “códigos” corporales que la actriz utilizaba para iniciar y terminar un momento de la puesta en escena que no fueron constantes y creaban confusión.

El mundo de mamá Angélica estuvo presente, pero sin mucha especificidad. No  se llegó a profundizar en los aspectos que la puesta en escena proponía. Había demasiada generalidad desde la interpretación actoral hasta las situaciones que se representaban. Esto colaboró a que el montaje en sí no tuviese unidad propiamente. La propuesta era interesante; sin embargo, no fue lo suficientemente asumida y concebida escénicamente. Cuando se toman elementos tecnológicos en una puesta en escena, es necesario un cuidado extremo por hacerlo dialogar con los demás elementos dentro de la representación. La música fue un acompañamiento atinado que sensorialmente ayudaba a  general la atmósfera; no obstante, a veces el volumen no dejaba escuchar bien los textos de la actriz.

La puesta en escena, como propuesta, fue un buen aporte temáticamente hablando. No es muy común encontrar a Mamá Angélica como motivación para la creación escénica. Sin embargo, los percances técnicos le quitaron el peso que pudo haber tenido en el público. Esta obra albergó un material que, con más cuidado, puede decir verdades necesarias de ser atendidas acerca de aquel capítulo de la historia que muchos quieren olvidar. Apostemos por seguir indagando aquella cicatriz social que como peruanos nos corresponde a todos curar: el conflicto armado y las consecuencias que hasta hoy van saliendo a la luz.

Stefany Olivos
16 de noviembre de 2018

Crítica: QUITAPESAR


El maravilloso lenguaje del cuerpo

Una sala de teatro, el aroma de un incienso y un grupo de intérpretes preparándose para moverse por el espacio, creando así la complicidad con el público. Quitapesar es una obra en movimiento, dirigida por Ana Chung, la cual está presentándose en el Teatro de la Alianza Francesa.

Esta interesante propuesta cuenta con un elenco de diversas formaciones y ocupaciones; sin embargo, todos tienen un punto de encuentro: el conocimiento y manejo del cuerpo dentro de sus actividades. Es así que Diego Villarán, Fer Escudero, Francesca Sissa, Inés Coronado, Silvia Ágreda y Nico Miranda (a cargo de la música), intervienen en este espectáculo que tiene al cuerpo humano como protagonista. Con melodías acorde a los movimientos, se van creando las siluetas y formas, que permiten al espectador sumergirse en una atmósfera de calma y aparente pasividad.

Integrar el cuerpo y la mente, suele ser un ejercicio poco atendido por los seres humanos, entonces mediante esta experiencia es posible entender al cuerpo, escucharlo y saber que a pesar de los impedimentos o lesiones que sufra, siempre encontrará una forma de expresarse. Combinando la soltura de la danza y la teatralidad propia de una obra (utilizando los sentidos y la voz en ciertos momentos), Quitapesar invita al público a interactuar y ser parte de la creación (desde su disposición), posibilitando la conexión con suma prudencia.

Ejercitar la respiración es otro momento destacado en la puesta, facilitando que el cuerpo (instrumento del hombre para comunicarse) cree una suerte de conciencia del momento presente. Una experiencia necesaria que al principio podría parecer confusa, pero a medida que avanza, va encontrando su naturaleza y razón de ser.

Un ejercicio de comunicación, de reflexión, de relajación y conciencia del cuerpo que nos acompaña. Un momento para entender la importancia de su cuidado y expresión (en movimiento o en calma); en pocas palabras, un bonito recordatorio de ser humanos, tan físicos como emocionales.

Maria Cristina Mory Cárdenas
16 de noviembre de 2018

Crítica: ANTÍGONA EN NEW YORK


La vigencia de Antígona hoy

Antígona en New York es una tragedia moderna  que nos habla de la historia de tres inmigrantes: una puertorriqueña (Anita), “un ruso” y “un polaco”, que llegan a Manhattan para alcanzar el sueño americano. El sistema los ha relegado a vivir en un basural de la ciudad, y tienen como hazaña dar un entierro digno a su compañero, lejos de las fosas comunes. La obra, dirigida por Luly Rede, fue presentada en el teatro Roma, siendo así la sexta temporada teatral ENSAD 2018.

La puesta en escena estuvo compuesta por elementos innovadores y sabiamente engranados desde la dirección: secuencias físicas, donde los actores tenían movimientos específicos, como cuadros donde los personajes realizaban acciones que denotaban la idiosincrasia de cada uno de ellos. La interpretación de los actores estuvo pareja, todos dentro de una estética que nos daba indicios de un mundo representado “distinto”: el mundo de la vida callejera, donde hay personalidades impredecibles  y perfectamente reales. La construcción de esta atmósfera estaba llena de especificidades, sorprendiendo al espectador con la forma de ser de los personajes: personas que incluso habían recibido una formación profesional, pero que se habían adaptado al “fracaso” del sueño americano.

La escenografía sorprendió gratamente debido a la versatilidad de usos de los elementos en escena: una banca que permitía recrear distintos espacios de la ciudad, un poste de luz que por momentos  era manipulado por los actores para ser convertido en el autobús, en el tren de la ciudad. La iluminación permitía denotar los cambios de escena  y de espacios que la historia requería. Un logro de esta puesta en escena es la representación del traslado del cuerpo de John: el manejo de los elementos escenográficos por parte de los actores parecía una obra de prestidigitador para indicarnos la larga distancia y las situaciones en aprietos que puede haber al tener un muerto cargado por la ciudad. El vestuario estuvo al servicio de la construcción de los personajes: daba la impresión de que no podrían usar otra clase de vestuario; eran como máscaras que identificaban el carácter de cada uno de ellos.

El personaje de Anita nos remite a buscar la asociación con el personaje trágico de Sófocles: Antígona. En el montaje es explícita la necesidad de lograr hacer justicia humana al querer enterrar a su compañero John, lo que a la vez se convierte en un motor para luchar por un derecho que incluso remite a lo divino: el poder ser enterrado por sus seres queridos. La obra de Glowacki se basa en la línea moral de la Antígona original y la perfila desde una perspectiva latinoamericana, donde el contexto de la vida callejera le da urgencia y relevancia al deseo de desafiar a las leyes de la cuidad que determina que los vagabundos muertos terminen siendo echados a fosas comunes. La existencia de aquellos tres personajes extranjeros dentro de una ciudad norteamericana encarna aquel regreso a casa que todo ser humano busca, sobre todo luego de emigrar para buscar un futuro mejor. Glowacki se encarga de situarlos en un contexto de vida callejera, de modo que remite a la supervivencia de “un día a la vez”: los planes a futuro de estas personas se remite a sobrevivir y conseguir comida en el día, o conseguir dormir en el lugar más abrigado posible.

Una vez más estamos ante la vigencia de un personaje trágico como Antígona, pero desarrollado de modo tal que adquiere nuevos elementos con significados potentes actualmente. Se logra extrapolar en el texto la misma motivación del personaje de Sófocles, y permite la empatía con un público actual gracias a los temas tratados transversalmente: la discriminación, el poder de la ciudad, la búsqueda del sueño americano, la búsqueda de un vínculo dentro de un contexto tan solitario como es la vida callejera. Todo esto no hubiese sido posible de rescatar sin la mano atinada de la dirección, y sin el trabajo impecable que tuvo esta puesta en escena desde las actuaciones.

Stefany Olivos
16 de noviembre de 2018

Entrevista: ANA CHUNG


DIRECTORA DE LA OBRA “QUITAPESAR”

Oficio Crítico estuvo presente en la función previa al estreno de la obra en movimiento Quitapesar, en el Teatro de la Alianza Francesa. La directora del proyecto, Ana Chung, nos contó algunos detalles de esta particular propuesta.

Quitapesar es una puesta distinta. Cuéntanos, ¿cómo ha sido el proceso creativo?
A.CH.: “Definitivamente, el inicio de la idea partió de esta premisa de sentir que, a veces, ver la danza es como muy difícil de observar, uno no se siente identificado, y yo personalmente, creo que es parte de un desconocimiento de tu propio cuerpo como medio de expresión constante. Además, al sentir que estamos en un momento de mucha violencia física, personalmente creo que parte de un desconocimiento sí –de nuestro propio cuerpo- y de todos los estigmas y tabús que venimos teniendo, a través de la sociedad, de muchas cosas. Nos cuestionamos cómo debería ser un cuerpo. Siento que de ahí parte este querer abrir un poco el lenguaje de la danza, que a través de mi experiencia siento que es muy sanador y que nos conecta mucho, pero al mismo tiempo genera muchos bloqueos,  como por ejemplo decir: “Yo no bailo”, “Yo no me muevo”, ¿no? Entonces, de ahí partimos e invité a este elenco a participar de procesos de investigación y que están en constante cambio. Es así que la obra siempre es distinta, tiene mucha estructura pero tiene mucha improvisación y depende mucho de quienes están a nuestro alrededor. Ellos (el elenco) están en una constante búsqueda y todo el proceso ha sido así: un constante aprender del otro y de sus propios cuerpos. Ahora vamos a tratar de aprender qué pasa con muchos más cuerpos (público)”.

¿Qué le dirías al público que vendrá a disfrutar de esta experiencia?
A.CH.: “Decirles que si sienten curiosidad sobre cómo aproximarnos al lenguaje del cuerpo y tratar de reconocerse a sí mismos en un espacio en el que todos tenemos cuerpo y todos podemos comunicarnos a través de él, vengan a ver qué pasa, a ver qué sienten. Con Quitapesar tratamos que el resultado sea quitar este peso que cargamos nosotros acerca del cuerpo y de algunas ideas que están ahí, dando vueltas, que nos generan muchas enfermedades también. Por otro lado, ahora que hay toda una onda de conectarse con el cuerpo, para saber y entender qué está pasando, entonces tratamos  que la gente salga un poquito más ligera.”

Quitapesar se está presentando los jueves y viernes a las 8:00 p.m. hasta el 14 de diciembre.

Maria Cristina Mory Cárdenas
16 de noviembre de 2018

Crítica: PASO PEATONAL


La ley no tiene la razón

A inicios de noviembre, el Senado de la República en México acabó de aprobar que las parejas homosexuales tendrán los mismos beneficios de seguridad social que las heterosexuales, incluyendo  pensiones de viudez, acceso a atención médica y apoyo en caso de orfandad. Un paso adelante en la validación de derechos del sector LGTBIQ: cada vez existen más agentes voceros de esta necesidad de reconocimiento a nivel mundial. En el Perú, el teatro cada vez más está acogiendo este tipo de temáticas en sus recientes creaciones. La cartelera del teatro del Museo de Arte de Lima (MALI) dio lugar a la obra Paso Peatonal, ganadora en Sala de Parto 2017, bajo la dirección y dramaturgia de Pablo Luna. Alfredo (Claudio Calmet) acaba de enviudar: su esposo Ernesto acaba de morir por cáncer. La ex esposa del difunto, Irene (Ana Rosa Liendo), exige el departamento donde Alfredo y Ernesto vivieron durante su matrimonio, dado que la unión igualitaria no es legal en el país. El reclamo por parte de Irene lo justifica con Valentín (Matías Raygada), el pequeño hijo entre ella y el difunto. La obra transcurre en un solo día, donde se da una conversación acalorada entre los dos adultos de la historia, revelándose verdades y resentimientos por parte de cada uno de ellos.

Paso Peatonal presenta desde el inicio una composición dramatúrgica clara: la presentación de los personajes dejó la información suficiente como para saber la relación entre ellos: una ex esposa, un hijo de aquel matrimonio y el segundo esposo del  difunto en cuestión. La obra transcurre en el lapso de un día, una intensa conversación donde se debate sobre la validez de derechos de los personajes sobre la posesión del departamento. El texto tiene una estructura  clara, pues la intensidad del diálogo está modulada por información que cada vez va agravando la excitación de los personajes.

La escenografía estuvo conformada por elementos necesarios para la representación: muebles de la sala comedor de un departamento, acomodados y con una forma que aportaba a la idea de un lugar hogareño. La iluminación tuvo la labor principal de luz interior, pues para fines de la obra no se necesitaba un efecto especial más allá. Es interesante la representación del paso peatonal en la historia: Alfredo menciona que él y su esposo se conocieron en el paso peatonal cerca del edificio, y en ocasiones es proyectada la imagen de este lugar en el fondo del escenario; este recurso fue casi imperceptible, técnicamente pudo haber tenido más relevancia audiovisualmente dado que, además de ser un elemento importante, es el nombre que envuelve toda la historia. Los vestuarios fueron elecciones que sirvieron para la caracterización de la idiosincrasia de los personajes; si bien no hubo cambios, los indumentos que utilizaron nos daban información del temperamento y el grado de conservadurismo tanto de Alfredo como de Irene.

La construcción de los personajes estuvo pareja y lograda en los tres actores: un manejo corporal específico y una apropiación del texto dramático óptimos. A pesar de ser una obra cuya base es una conversación entre dos personas, el ritmo de la pieza nunca se perdió. Hubo una conciencia en escena momento a momento que causaba en el espectador la sensación de ser un juez que podría determinar quién tiene la razón al final de la obra. La presencia de Valentín, en momentos álgidos y específicos de la conversación, estuvo muy bien lograda, pues servía al desarrollo del drama.

El relativismo de las leyes de amparo a parejas por el hecho de ser heterosexuales es una condición que debe ser cuestionada. A esto entra el cuestionar cómo es que la idea de familia y matrimonio han sido sesgadas por ideologías heteronormativas, que simplemente han perdido vigencia. Esta obra es necesaria para poder poner atención a que la ley tiene que ser tan vigente como el contexto en el que se aplica. Bienvenida sea la segunda temporada en el Centro Cultural Ricardo Palma de Paso Peatonal y otras obras con contenido igual de necesario.

Stefany Olivos
16 de noviembre de 2018

Crítica: DOS HERMANAS


Quien a hierro mata…

¿Qué sucede cuando una mujer descubre que su esposo le ha sido infiel? Peor aún, ¿qué sucede cuando la amante es nada menos que la propia hermana? Pues bien, sospecho que estas interrogantes (y seguramente muchas otras) dieron origen al argumento de la obra Dos Hermanas del autor colombiano Fabio Rubiano. En esta ocasión, bajo la dirección de Edgar Saba, la puesta se está presentando en el Teatro de Lucía.

Con las determinantes intervenciones de las actrices -y hermanas, tanto en la realidad como en esta ficción- Cécica Bernasconi y Sandra Bernasconi, la propuesta planteada por Saba traslada al espectador a un espacio cotidiano, una especie de comedor, en donde se desarrollarán las escenas de forma indistinta. Acompañan a la pieza teatral, la musicalización (al principio un tanto alargada) y el juego de luces.

Si bien la dramaturgia propone un tema casi cliché, como lo es la infidelidad, el plus radica precisamente en la relación que estas dos hermanas, llamadas Olivia y Alís, tienen. Olivia piensa recurrentemente en matar a su esposo, a la amante (su hermana), a los niños incluso; entretanto, el vínculo de las hermanas se verá expuesto sin un orden específico. Cabe resaltar que en escena solo están las dos actrices, quienes tienen el enorme reto de interactuar con otros personajes (que no están físicamente), por lo que rompen constantemente la cuarta pared con el fin de invocar aquellas presencias.

Dos Hermanas es un claro ejemplo de la “comedia de una tragedia”, en palabras del propio autor. El sarcasmo y una cierta dosis de humor negro se perciben en la obra, la misma que está cargada de nutridos pasajes hilarantes –la pelea de las hermanas, por citar uno-. Sortear los distintos momentos de la puesta como las sospechas, la confesión de la infidelidad, los desencuentros, entre otros, fue logrado con mucha destreza y naturalidad por las actrices, quienes hicieron gala de la química y entendimiento que existe entre ellas.

Una puesta divertida, con cambios rápidos y una dinámica peculiar, que le depara un final no muy feliz al infiel (que hasta ese momento solo se había divertido). Merecido o no, será el público el llamado a sacar sus conclusiones.  

Maria Cristina Mory Cárdenas
16 de noviembre de 2018

Crítica: MI ADORABLE EMBUSTERA


Replantear la comedia

Desde ya hace un tiempo, las comedias presentadas por Liberteatro, con la dirección de Jonathan Oliveros en el Teatro Auditorio Miraflores, cuentan con una gran afluencia de público, incluso con funciones agotadas desde antes del estreno oficial. Todas ellas con ciertas características en común, como por ejemplo, ser adaptaciones de textos clásicos de autores consagrados: ¿Hay que matar a la monja? (2014) de Miguel Mihura, quien renovó la comedia teatral española con obras como “Melocotón en almíbar” (1958), adaptada para la mencionada puesta; Juego de infieles (2016), basado en “No todos los ladrones llegan a hacer daño” (1958) del escritor italiano ganador del Premio Nobel de Literatura Darío Fo; o ¡Un perfecto mentiroso!(2018), versión del éxito “Boeing-Boeing” (1962) del autor francés Marc Camoletti. Sin embargo, cada una de estas temporadas, desde la primera, solo registraron muy buenos aciertos, aunque parciales, que se deberían haber potenciado para los posteriores estrenos; en este caso, los resultados obtenidos en la última puesta en escena de Liberteatro, Mi adorable embustera, bien podrían servir para no descuidar aquellos detalles y replantear sus propios objetivos.

Basada en “Vamos a contar mentiras” del prolífico dramaturgo español Alfonso Paso, Mi adorable embustera siguió el mismo patrón de las puestas ya mencionadas, pero con un desarrollo acaso más accidentado. La historia nos presentó a una aburrida mujer llamada Julia, quien pasa los días inventando mentiras y creando situaciones ficticias, como un simple pasatiempo. Su esposo y el mejor amigo de este no pueden lidiar con semejante conducta; pero las cosas se complican cuando, en vísperas de Año Nuevo, dos ladrones entran a la casa a robar y al ser descubiertos por Julia, estos la chantajean para no ser delatados. Y agregando que el mayordomo, cómplice de los ladrones, yace atado inerte debajo del sillón de la sala. Por supuesto, el enredo está servido y la pobre Julia deberá encontrar la manera de resolver el entuerto. La trama es atractiva, pero lamentablemente el ritmo de la puesta lució errático y por momentos, apurado en su ejecución, pudiéndose haber aprovechado mucho más, por ejemplo, la construcción de personajes y sus respectivas acciones.

En cuanto al elenco, este se mostró irregular: los simpáticos Tito Vega y Renato Pantigozo consiguieron la química y el timing requeridos en algunas secuencias, así como resultaron muy correctos Paola Vera en sus múltiples papeles y el mismo Oliveros como el delicado mayordomo. Los experimentados Cecilia Tosso y Ricardo Morante, como los ladrones,  estuvieron desaprovechados en sus reales posibilidades histriónicas. Pero quien resulta ya imprescindible para los montajes de Liberteatro es la incombustible Katherina Sánchez, quien logró salir airosa en su protagónico, con mucha dignidad, en medio de puertas malogradas, copas derramadas y piezas metálicas volando por los aires. Mi adorable embustera bien podría ser un punto de inflexión para Oliveros, para así esforzarse más en sus futuros montajes, y lograr que la calidad sea proporcional al éxito de público que seguramente logrará.

Sergio Velarde
16 de noviembre de 2018

sábado, 10 de noviembre de 2018

Colaboración regional: MEMORIA Y TEATRO


“Aunque quieran, no la quebrantarán”

Sinapsis, este maravillo tránsito que sucede a cada momento en nuestro cerebro, salto repetitivo de una a otra neurona, que crea nuestra memoria;  cuando se piensa así, es muy impersonal. La sinapsis no se hace presente en la razón cuando sucede, pero sí un olor de tierra mojada, la avena de la madre en la mañana, una sonrisa amada, un dolor descomunal. Pero, ¿qué pasa cuando a nosotros, que somos las neuronas del Estado (país), nos quieren bloquear la sinapsis, no quieren que nos comuniquemos entre nosotros? Obstruyen esos saltos eléctricos con periódicos chicha, ahora mejor camuflados, pero en esencia chicha; TV basura que “es como la pasta básica de cocaína sumamente adictiva, más en mentes jóvenes” como dice Marco Aurelio Denegri; nos niegan términos de memoria como “la época del terror” o “el conflicto armado”, frases que instituciones del Estado niegan, todo hace parecer que el Estado quiere provocar amnesia colectiva, pero al contrario de lo que dice un padre de la patria ligado con la aún incógnita señora K, no nos dará Alzheimer por leer. Muchos estamos en búsqueda de nuestra memoria y aquí es donde entra el teatro como un recurso valioso para ella.

El maestro Mario Delgado discursaba “...Si el teatro es una reserva ecológica, el fin último y el medio del mismo son el cuerpo y la voz del actor. El cuerpo y la voz del hombre como última reserva. Mientras haya un cuerpo y una voz, ese cuerpo y esa voz van a necesitar otro cuerpo y otra voz para comunicarse. Ninguna máquina de la más alta y sofisticada tecnología va a poder suplir la necesidad de ese diálogo. Aun cuando los seres humanos "hayamos evolucionado hacía otro cuerpo" producto del desarrollo genético y biológico, el hombre necesitará ese diálogo luminoso que a los seres humanos los hace más humanos”. Y este dialogo vivo despierta nuestra memoria y nos ayuda a sanar y visibilizar eso que muchos poderes intentan ocultar, pues un pueblo sin memoria es más manipulable. Alan volvió a ser presidente, la dinastía Fujimori tiene mayoría en el congreso, se vuelve a concesionar una mina y la población no importa, más de 69 mil muertos o desaparecidos según la CVR, pero nada de esto importa, si la memoria no cobija estos datos, nuestra memoria que hace que esto sí importe.

Existen muchos esfuerzos de actores y directores por visibilizar los hechos ocurridos en las “Decanas del conflicto armado” o “La época del terror”, que desangró nuestra sociedad, que aún no logran sanar sus heridas, pues no hay paz sin justicia y cada vez la justicia se ve más lejana, cuando el tiempo, el olvido y la sociedad no quieren despertar la memoria o simplemente la evaden. Pero aun así, la persistencia de artistas que hacen de este oficio un vehículo de transformación y sanación, quienes como artesanos logran plasmar momentos cotidianos,  esos instantes que hacen que una pena personal se vuelva un dolor nacional que en algunos casos encuentran a un espectador testigo. Peggy Phelan define a un espectador-testigo, como “aquel espectador que presencia un hecho de una manera, fundamentalmente, ética; siente el peso de aquello que observa y asume una posición frente a ello” y así, la contemplación pasa a reflexión y con suerte a la acción de compartir la memoria.

Teatro y memoria es una necesidad en una sociedad donde hablar de los ausentes, como diría Gabriel Gatti, “es hacer referencia a individuos sometidos a regímenes de invisibilidad, a  hechos negados, pruebas silenciadas, a cuerpos borrados” y el Cusco no es ajeno a esta necesidad. Puestas como “Cuando suenan los Jiwayros”, obra del susurro que con violín, cantos y acciones, nos muestra momentos del terror: que por un simple libro rojo, la suerte estaba echada y la vida sentenciada, en una bella puesta de Tania Castro; “Hamlet Machine” (versión peruana de la obra de Heiner Muller, contextualizada en las décadas de los 80 y 90), fuerte y violenta, con un espíritu punk que llena de acciones el escenario y entre dientes suelta el texto con rabia: “Yo no soy Hamlet”, una puesta escénica de Cristian Astigueta; y también “Al otro lado”, obra ganadora del Festival de Dramaturgia Sala de Parto del 2016, escrita y dirigida por Claudia Mori, que toca el tema de los desaparecidos. Estas son maravillosas señales  de una Memoria Viva que aunque quieran, no quebrantarán.

Miguel Gutti
Cusco, 10 de noviembre de 2018

Crítica: LA MUCHACHA DE LOS LIBROS USADOS


Cantos de opresión

Nuevamente, un texto del dramaturgo argentino-ecuatoriano Arístides Vargas nos sorprende en escena. El Centro Cultural Ricardo Palma presenta La Muchacha de los Libros Usados, dirigida por Mariana Palau.

La potente narrativa de Vargas cuenta la historia de una niña, quien es vendida por su padre a un coronel del ejército para casarse con él, prometiéndole no consumar el matrimonio hasta que ella tenga su primera menstruación. La pequeña será sometida a la rigurosidad, viviendo en los cuarteles y siendo tratada como un simple objeto sin voz.

Bajo una acertada dirección, este montaje se construye amalgamando los simbolismos y poéticos diálogos de la narrativa, con canciones ejecutadas en vivo por las jóvenes intérpretes Javiera Lizama y Paula Lizama, quienes aportan con su voz la cuota de sensibilidad y profundidad requeridas para complementar el trabajo actoral. Completan el impecable elenco Luccía Méndez (con una interpretación contundente de la Muchacha), Antonio Aguinaga, Johan Escalante, Sylvia Majo y Juan Carlos Díaz, quienes con magistral destreza sostuvieron a trece personajes de forma casi simultánea y sin salir de escena.

Esta obra contiene un lenguaje particular, en donde se produce una ruptura de la realidad, una descolocación (llevada casi al absurdo) propia de la pérdida, el desamparo, la opresión, la tortura, la pérdida de la valía y la condena de vivir como un ser humano sin voluntad, apareciendo el humor ácido por momentos. Teniendo como eje a la niña, maltratada y vejada por su propio núcleo, intentando explicar una situación inexplicable y dolorosa.

La Muchacha de los Libros Usados, mediante recursos sencillos, conmueve por su fuerza interpretativa (a nivel vocal y actoral), cala hondo en su mensaje y merece sin duda, ser vista y escuchada, para continuar el largo camino de la reivindicación de los derechos de los grupos vulnerables (niños, niñas, mujeres) que de ningún modo pueden verse desamparados.

Maria Cristina Mory Cárdenas
10 de noviembre de 2018

Crítica: ZOMBI


Distopía extrema

El Centro Cultural de la Universidad de Lima viene presentando la obra Zombi, ganadora del concurso de dramaturgia “Teatro Lab”, escrita por Daniel Dillon y dirigida por Carlos Tolentino Giuria.

Ambientada en el año 2041, el texto de Dillon refleja la desolación y extremo de una sociedad, devastada por la proliferación de enfermedades, la destrucción del ecosistema y la consecuente deshumanización de sus habitantes. El canibalismo se convierte en una forma de supervivencia, la ciudad está dividida; entonces, una mujer que vive en la pobreza encuentra a Arón, un joven de buena posición que deambula herido, cargando consigo un estigma macabro (devorar sesos humanos).

Zombi logra un montaje bastante descriptivo, acondicionado en dos niveles: uno, para la zona paupérrima; y otro, que alude al confort de la zona de vivienda. Con un amplio uso de material audiovisual, aunado a un diseño de iluminación preciso, se recrea una distopía futurista en escena. Además, cada elemento de utilería fue aprovechado por los actores.

Actualmente, se están abordando con mayor fuerza en la escena teatral los temas relacionados al futuro que nos espera, desde una perspectiva post-apocalíptica (nada deseable) que parece no ser ajena a las circunstancias que nos rodean (calentamiento global, lucha de poderes, el índice de pobreza que incrementa en ciertos países, entre otros factores). En esta puesta, la idea que propone el texto es la degradación de los seres humanos, cuando no tienen más que esperar de la vida, lo cual hace que la relación entre este joven y esta mujer aparezca como un último recurso para sobrevivir. Los pensamientos (en la obra) son un recurso utilizado por los personajes para recordar quienes fueron y en quienes se han convertido.

El elenco está conformado por Stephanie Orúe, Joel Soria, Renato Medina y José Miguel Arbulú, quienes lograron construir a sus personajes correctamente, manejando el movimiento y juego escénico con solidez. Sin embargo, considero que en los momentos en los que se rompe la cuarta pared, debía desacelerarse el ritmo del texto (teniendo en cuenta que la obra tiene su propia dinámica), ello para mantener el tono intenso y el suspenso que sugiere la propuesta.

Cabe mencionar la iniciativa del proyecto Transmedia, realizado por el Centro Cultural de la Universidad de Lima, que termina de cerrar el engranaje que empezó con la obra, ofreciendo en diversas plataformas digitales el contenido relacionado con la temática futurista.

Maria Cristina Mory Cárdenas
10 de noviembre de 2018

domingo, 4 de noviembre de 2018

Crítica: TARDE PARA ARREPENTIRSE


Tres mujeres en su laberinto

Alan Blasco, joven dramaturgo originario de Veracruz, autor de obras como Psicomanía, Amor, locura y cartera vacía, El Casting y En Línea, estrenó en el 2017 su último montaje, Tarde para arrepentirse, en los teatros del centro histórico de la Ciudad de México. El actor de teatro y televisión, Martín Martínez, readaptó la obra para el contexto peruano, sin perder el espíritu de humor negro sobre los temas controversiales que caracterizan a Blasco. Para esta versión se contó con la participación de jóvenes actrices profesionales, como Claudia Ruiz, Natali Zegarra y Ana Lucía Pérez, que interpretaron a un grupo de amigas con personalidades diferentes en constante conflicto.

El montaje abordó la complejidad de las diferentes personalidades femeninas que comparten un mismo espacio (un departamento) y los sucesos que tienen que atravesar para poder mantener el valor de la amistad a pesar de tantas tensiones. Fueron tres personalidades: en primer lugar, una joven novia de mirada risueña y carácter ingenuo (Zegarra), que está ansiosa por su próxima boda; la chica intelectual del grupo (Ruiz), con tendencia a fumar en exceso, siempre sincera en sus comentarios, cuestionar todo lo que sucede a su alrededor, incluso sus propios logros, y que está tratando de publicar un libro; y finalmente, la pragmática del trío (Pérez), una funcionaria pública sin escrúpulos, superficial y egocéntrica, que practica el doble sentido y la ironía que les hacen daño a sus amigas.

El acto dramático giró en torno a la desilusión de la novia, quien se entera que vive una “feliz” relación ficticia y lo va desentrañando gracias al choque de personalidades, que progresivamente va revelando verdades ocultas, que poco a poco irán abriendo heridas en las historias personales de cada uno de los personajes. La obra fue un reflejo de cómo detrás de personalidades muy definidas, que el espectador puede identificar como mujeres empoderadas y feministas, sí existen complejidades que las hacen vulnerables. A lo largo del montaje, se vio cómo la amistad va erosionándose con peleas y rencores, pero es finalmente la verdad la que reúne a las mujeres y la reconciliación solo es posible luego del dolor. Por otro lado, cabe resaltar el esfuerzo del equipo de vestuario y utilería, por la gran ambientación del departamento con todos sus elementos, así como el vestuario de las actrices, que siendo ropa casual reflejaron muy bien el carácter de sus personajes.

En resumen, Tarde para arrepentirse fue una obra que llevó a la reflexión sobre la complejidad de la lealtad en una amistad y el reto que conlleva ser fiel a los amigos en situaciones de tensión de personalidades. La puesta estuvo en una corta temporada en el mes de setiembre en el Teatro Auditorio Miraflores.

Enrique Pacheco
4 de noviembre de 2018