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sábado, 10 de noviembre de 2018

Colaboración regional: MEMORIA Y TEATRO


“Aunque quieran, no la quebrantarán”

Sinapsis, este maravillo tránsito que sucede a cada momento en nuestro cerebro, salto repetitivo de una a otra neurona, que crea nuestra memoria;  cuando se piensa así, es muy impersonal. La sinapsis no se hace presente en la razón cuando sucede, pero sí un olor de tierra mojada, la avena de la madre en la mañana, una sonrisa amada, un dolor descomunal. Pero, ¿qué pasa cuando a nosotros, que somos las neuronas del Estado (país), nos quieren bloquear la sinapsis, no quieren que nos comuniquemos entre nosotros? Obstruyen esos saltos eléctricos con periódicos chicha, ahora mejor camuflados, pero en esencia chicha; TV basura que “es como la pasta básica de cocaína sumamente adictiva, más en mentes jóvenes” como dice Marco Aurelio Denegri; nos niegan términos de memoria como “la época del terror” o “el conflicto armado”, frases que instituciones del Estado niegan, todo hace parecer que el Estado quiere provocar amnesia colectiva, pero al contrario de lo que dice un padre de la patria ligado con la aún incógnita señora K, no nos dará Alzheimer por leer. Muchos estamos en búsqueda de nuestra memoria y aquí es donde entra el teatro como un recurso valioso para ella.

El maestro Mario Delgado discursaba “...Si el teatro es una reserva ecológica, el fin último y el medio del mismo son el cuerpo y la voz del actor. El cuerpo y la voz del hombre como última reserva. Mientras haya un cuerpo y una voz, ese cuerpo y esa voz van a necesitar otro cuerpo y otra voz para comunicarse. Ninguna máquina de la más alta y sofisticada tecnología va a poder suplir la necesidad de ese diálogo. Aun cuando los seres humanos "hayamos evolucionado hacía otro cuerpo" producto del desarrollo genético y biológico, el hombre necesitará ese diálogo luminoso que a los seres humanos los hace más humanos”. Y este dialogo vivo despierta nuestra memoria y nos ayuda a sanar y visibilizar eso que muchos poderes intentan ocultar, pues un pueblo sin memoria es más manipulable. Alan volvió a ser presidente, la dinastía Fujimori tiene mayoría en el congreso, se vuelve a concesionar una mina y la población no importa, más de 69 mil muertos o desaparecidos según la CVR, pero nada de esto importa, si la memoria no cobija estos datos, nuestra memoria que hace que esto sí importe.

Existen muchos esfuerzos de actores y directores por visibilizar los hechos ocurridos en las “Decanas del conflicto armado” o “La época del terror”, que desangró nuestra sociedad, que aún no logran sanar sus heridas, pues no hay paz sin justicia y cada vez la justicia se ve más lejana, cuando el tiempo, el olvido y la sociedad no quieren despertar la memoria o simplemente la evaden. Pero aun así, la persistencia de artistas que hacen de este oficio un vehículo de transformación y sanación, quienes como artesanos logran plasmar momentos cotidianos,  esos instantes que hacen que una pena personal se vuelva un dolor nacional que en algunos casos encuentran a un espectador testigo. Peggy Phelan define a un espectador-testigo, como “aquel espectador que presencia un hecho de una manera, fundamentalmente, ética; siente el peso de aquello que observa y asume una posición frente a ello” y así, la contemplación pasa a reflexión y con suerte a la acción de compartir la memoria.

Teatro y memoria es una necesidad en una sociedad donde hablar de los ausentes, como diría Gabriel Gatti, “es hacer referencia a individuos sometidos a regímenes de invisibilidad, a  hechos negados, pruebas silenciadas, a cuerpos borrados” y el Cusco no es ajeno a esta necesidad. Puestas como “Cuando suenan los Jiwayros”, obra del susurro que con violín, cantos y acciones, nos muestra momentos del terror: que por un simple libro rojo, la suerte estaba echada y la vida sentenciada, en una bella puesta de Tania Castro; “Hamlet Machine” (versión peruana de la obra de Heiner Muller, contextualizada en las décadas de los 80 y 90), fuerte y violenta, con un espíritu punk que llena de acciones el escenario y entre dientes suelta el texto con rabia: “Yo no soy Hamlet”, una puesta escénica de Cristian Astigueta; y también “Al otro lado”, obra ganadora del Festival de Dramaturgia Sala de Parto del 2016, escrita y dirigida por Claudia Mori, que toca el tema de los desaparecidos. Estas son maravillosas señales  de una Memoria Viva que aunque quieran, no quebrantarán.

Miguel Gutti
Cusco, 10 de noviembre de 2018

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