“Aunque quieran, no la quebrantarán”
Sinapsis, este maravillo tránsito que sucede a cada momento
en nuestro cerebro, salto repetitivo de una a otra neurona, que crea nuestra
memoria; cuando se piensa así, es muy
impersonal. La sinapsis no se hace presente en la razón cuando sucede, pero sí
un olor de tierra mojada, la avena de la madre en la mañana, una sonrisa amada,
un dolor descomunal. Pero, ¿qué pasa cuando a nosotros, que somos las neuronas
del Estado (país), nos quieren bloquear la sinapsis, no quieren que nos comuniquemos
entre nosotros? Obstruyen esos saltos eléctricos con periódicos chicha, ahora
mejor camuflados, pero en esencia chicha; TV basura que “es como la pasta básica de cocaína sumamente adictiva, más en mentes
jóvenes” como dice Marco Aurelio Denegri; nos niegan términos de memoria
como “la época del terror” o “el conflicto armado”, frases que instituciones
del Estado niegan, todo hace parecer que el Estado quiere provocar amnesia
colectiva, pero al contrario de lo que dice un padre de la patria ligado con la
aún incógnita señora K, no nos dará Alzheimer por leer. Muchos estamos en
búsqueda de nuestra memoria y aquí es donde entra el teatro como un recurso
valioso para ella.
El maestro Mario Delgado discursaba “...Si el teatro es una reserva ecológica, el fin último y el medio del
mismo son el cuerpo y la voz del actor. El cuerpo y la voz del hombre como
última reserva. Mientras haya un cuerpo y una voz, ese cuerpo y esa voz van a
necesitar otro cuerpo y otra voz para comunicarse. Ninguna máquina de la más
alta y sofisticada tecnología va a poder suplir la necesidad de ese diálogo.
Aun cuando los seres humanos "hayamos evolucionado hacía otro cuerpo"
producto del desarrollo genético y biológico, el hombre necesitará ese diálogo
luminoso que a los seres humanos los hace más humanos”. Y este dialogo vivo
despierta nuestra memoria y nos ayuda a sanar y visibilizar eso que muchos
poderes intentan ocultar, pues un pueblo sin memoria es más manipulable. Alan
volvió a ser presidente, la dinastía Fujimori tiene mayoría en el congreso, se
vuelve a concesionar una mina y la población no importa, más de 69 mil muertos
o desaparecidos según la CVR, pero nada de esto importa, si la memoria no
cobija estos datos, nuestra memoria que hace que esto sí importe.
Existen muchos esfuerzos de actores y directores por visibilizar
los hechos ocurridos en las “Decanas del conflicto armado” o “La época del
terror”, que desangró nuestra sociedad, que aún no logran sanar sus heridas,
pues no hay paz sin justicia y cada vez la justicia se ve más lejana, cuando el
tiempo, el olvido y la sociedad no quieren despertar la memoria o simplemente
la evaden. Pero aun así, la persistencia de artistas que hacen de este oficio
un vehículo de transformación y sanación, quienes como artesanos logran plasmar
momentos cotidianos, esos instantes que
hacen que una pena personal se vuelva un dolor nacional que en algunos casos
encuentran a un espectador testigo. Peggy Phelan define a un espectador-testigo,
como “aquel espectador que presencia un
hecho de una manera, fundamentalmente, ética; siente el peso de aquello que
observa y asume una posición frente a ello” y así, la contemplación pasa a
reflexión y con suerte a la acción de compartir la memoria.
Teatro y memoria es una necesidad en una sociedad donde
hablar de los ausentes, como diría Gabriel Gatti, “es hacer referencia a individuos sometidos a regímenes de
invisibilidad, a hechos negados, pruebas
silenciadas, a cuerpos borrados” y el Cusco no es ajeno a esta necesidad.
Puestas como “Cuando suenan los Jiwayros”,
obra del susurro que con violín, cantos y acciones, nos muestra momentos del
terror: que por un simple libro rojo, la suerte estaba echada y la vida
sentenciada, en una bella puesta de Tania Castro; “Hamlet Machine” (versión peruana de la obra de Heiner Muller,
contextualizada en las décadas de los 80 y 90), fuerte y violenta, con un espíritu punk
que llena de acciones el escenario y entre dientes suelta el texto con rabia: “Yo
no soy Hamlet”, una puesta escénica de Cristian Astigueta; y también “Al otro lado”, obra ganadora del
Festival de Dramaturgia Sala de Parto del 2016, escrita y dirigida por Claudia
Mori, que toca el tema de los desaparecidos. Estas son maravillosas señales de una Memoria Viva que aunque quieran, no
quebrantarán.
Miguel Gutti
No hay comentarios:
Publicar un comentario