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viernes, 16 de noviembre de 2018

Crítica: MI ADORABLE EMBUSTERA


Replantear la comedia

Desde ya hace un tiempo, las comedias presentadas por Liberteatro, con la dirección de Jonathan Oliveros en el Teatro Auditorio Miraflores, cuentan con una gran afluencia de público, incluso con funciones agotadas desde antes del estreno oficial. Todas ellas con ciertas características en común, como por ejemplo, ser adaptaciones de textos clásicos de autores consagrados: ¿Hay que matar a la monja? (2014) de Miguel Mihura, quien renovó la comedia teatral española con obras como “Melocotón en almíbar” (1958), adaptada para la mencionada puesta; Juego de infieles (2016), basado en “No todos los ladrones llegan a hacer daño” (1958) del escritor italiano ganador del Premio Nobel de Literatura Darío Fo; o ¡Un perfecto mentiroso!(2018), versión del éxito “Boeing-Boeing” (1962) del autor francés Marc Camoletti. Sin embargo, cada una de estas temporadas, desde la primera, solo registraron muy buenos aciertos, aunque parciales, que se deberían haber potenciado para los posteriores estrenos; en este caso, los resultados obtenidos en la última puesta en escena de Liberteatro, Mi adorable embustera, bien podrían servir para no descuidar aquellos detalles y replantear sus propios objetivos.

Basada en “Vamos a contar mentiras” del prolífico dramaturgo español Alfonso Paso, Mi adorable embustera siguió el mismo patrón de las puestas ya mencionadas, pero con un desarrollo acaso más accidentado. La historia nos presentó a una aburrida mujer llamada Julia, quien pasa los días inventando mentiras y creando situaciones ficticias, como un simple pasatiempo. Su esposo y el mejor amigo de este no pueden lidiar con semejante conducta; pero las cosas se complican cuando, en vísperas de Año Nuevo, dos ladrones entran a la casa a robar y al ser descubiertos por Julia, estos la chantajean para no ser delatados. Y agregando que el mayordomo, cómplice de los ladrones, yace atado inerte debajo del sillón de la sala. Por supuesto, el enredo está servido y la pobre Julia deberá encontrar la manera de resolver el entuerto. La trama es atractiva, pero lamentablemente el ritmo de la puesta lució errático y por momentos, apurado en su ejecución, pudiéndose haber aprovechado mucho más, por ejemplo, la construcción de personajes y sus respectivas acciones.

En cuanto al elenco, este se mostró irregular: los simpáticos Tito Vega y Renato Pantigozo consiguieron la química y el timing requeridos en algunas secuencias, así como resultaron muy correctos Paola Vera en sus múltiples papeles y el mismo Oliveros como el delicado mayordomo. Los experimentados Cecilia Tosso y Ricardo Morante, como los ladrones,  estuvieron desaprovechados en sus reales posibilidades histriónicas. Pero quien resulta ya imprescindible para los montajes de Liberteatro es la incombustible Katherina Sánchez, quien logró salir airosa en su protagónico, con mucha dignidad, en medio de puertas malogradas, copas derramadas y piezas metálicas volando por los aires. Mi adorable embustera bien podría ser un punto de inflexión para Oliveros, para así esforzarse más en sus futuros montajes, y lograr que la calidad sea proporcional al éxito de público que seguramente logrará.

Sergio Velarde
16 de noviembre de 2018

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