Replantear la comedia
Desde ya hace un tiempo, las comedias presentadas por
Liberteatro, con la dirección de Jonathan Oliveros en el Teatro Auditorio
Miraflores, cuentan con una gran afluencia de público, incluso con funciones
agotadas desde antes del estreno oficial. Todas ellas con ciertas
características en común, como por ejemplo, ser adaptaciones de textos clásicos
de autores consagrados: ¿Hay que matar a la monja? (2014) de Miguel Mihura,
quien renovó la comedia teatral española con obras como “Melocotón en almíbar”
(1958), adaptada para la mencionada puesta; Juego de infieles (2016), basado
en “No todos los ladrones llegan a hacer daño” (1958) del escritor italiano
ganador del Premio Nobel de Literatura Darío Fo; o ¡Un perfecto mentiroso!(2018), versión del éxito “Boeing-Boeing” (1962) del autor francés Marc
Camoletti. Sin embargo, cada una de estas temporadas, desde la primera, solo
registraron muy buenos aciertos, aunque parciales, que se deberían haber
potenciado para los posteriores estrenos; en este caso, los resultados
obtenidos en la última puesta en escena de Liberteatro, Mi adorable embustera,
bien podrían servir para no descuidar aquellos detalles y replantear sus
propios objetivos.
Basada en “Vamos a contar mentiras” del prolífico dramaturgo
español Alfonso Paso, Mi adorable embustera siguió el mismo patrón de las
puestas ya mencionadas, pero con un desarrollo acaso más accidentado. La
historia nos presentó a una aburrida mujer llamada Julia, quien pasa los días
inventando mentiras y creando situaciones ficticias, como un simple pasatiempo.
Su esposo y el mejor amigo de este no pueden lidiar con semejante conducta; pero
las cosas se complican cuando, en vísperas de Año Nuevo, dos ladrones entran a
la casa a robar y al ser descubiertos por Julia, estos la chantajean para no
ser delatados. Y agregando que el mayordomo, cómplice de los ladrones, yace
atado inerte debajo del sillón de la sala. Por supuesto, el enredo está servido y la
pobre Julia deberá encontrar la manera de resolver el entuerto. La trama es
atractiva, pero lamentablemente el ritmo de la puesta lució errático y por
momentos, apurado en su ejecución, pudiéndose haber aprovechado mucho más, por
ejemplo, la construcción de personajes y sus respectivas acciones.
En cuanto al elenco, este se mostró irregular: los
simpáticos Tito Vega y Renato Pantigozo consiguieron la química y el timing
requeridos en algunas secuencias, así como resultaron muy correctos Paola Vera
en sus múltiples papeles y el mismo Oliveros como el delicado mayordomo. Los experimentados
Cecilia Tosso y Ricardo Morante, como los ladrones, estuvieron desaprovechados en sus reales
posibilidades histriónicas. Pero quien resulta ya imprescindible para los
montajes de Liberteatro es la incombustible Katherina Sánchez, quien logró
salir airosa en su protagónico, con mucha dignidad, en medio de puertas
malogradas, copas derramadas y piezas metálicas volando por los aires. Mi
adorable embustera bien podría ser un punto de inflexión para Oliveros, para así
esforzarse más en sus futuros montajes, y lograr que la calidad sea proporcional
al éxito de público que seguramente logrará.
Sergio Velarde
16 de noviembre de 2018
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