El
caos dentro
Personas que se buscan para aliviarse o
verbalizar su crisis a raíz de una depresión activa, movilizadora, urgida de
desahogo. Ciudad cualquiera habla de
la liberación y evidencia los intentos desesperados por conseguirla.
A pesar de la temática, el tratamiento no repara
en una historia fúnebre, sino una puesta encendida y lúdica, con chispazos
melancólicos. Ante un hilo dramático denso aparece otro cargado de gags que generan contraste y rompen la
emoción precedente. En ese vaivén el desarrollo pierde equilibrio, debido a que
algunos personajes se convierten en elementos distractores y se apartan de ser
entendidos como personas con un conflicto.
En este sentido, la interpretación es
irregular. Por su parte, Marcello Rivera y Vanessa Vizcarra se encargan de
construir personajes tangibles, que nacen a partir de detalles significativos como
un ligero cambio de voz o energía, particularidades muy concretas que les
permiten atravesar el ejercicio del cambio circunstancial en forma fluida.
Por otro lado, Giovanni Arce y Andrea Luna
se encasillan en la construcción de caricaturas que uno identifica fácilmente,
pero en este caso, dificultan la conexión e identificación con la línea
dramática de sus caracteres. Finalmente,
Oscar Meza practica ambas construcciones. Esta combinación de tonos impide la
armonía global de la puesta y acalla sensaciones que podrían liberarse
sinceramente, incluso dentro de aquellos personajes que se consideran cómicos,
o con mayor histrionismo.
La escenografía plantea lo indefinido, la
generalidad, lo cualquiera y su presencia enmarca con fuerza este mundo
imaginario. Adquiere mayor protagonismo en cuanto se juega con la altura, el
riesgo, la espacialidad entre los personajes y el imaginario que estos construyen
a partir de la nada. Los actores le dan valoración al vacío que tienen
alrededor y abren campo a nuevas convenciones que parten del puro imaginario.
La utilería, por su parte, funciona como pequeños puntos de color y forma que
definen a la diversidad de caracteres que pisan el escenario y adquiere mayor complejidad
cuando entre el elenco intercambian personajes.
Ciudad
cualquiera tiene en su final la virtud de conmover,
demuestra que cuando se carga el escenario de sinceridad las escenas crecen, el
caos libera y el lenguaje se expande. Por otra parte, cuando no, el escenario
se aparta y las sensaciones quedan truncas.
Bryan Urrunaga
31 de octubre de 2017