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martes, 31 de octubre de 2017

Crítica: CIUDAD CUALQUIERA

El caos dentro

Personas que se buscan para aliviarse o verbalizar su crisis a raíz de una depresión activa, movilizadora, urgida de desahogo. Ciudad cualquiera habla de la liberación y evidencia los intentos desesperados por conseguirla.

A pesar de la temática, el tratamiento no repara en una historia fúnebre, sino una puesta encendida y lúdica, con chispazos melancólicos. Ante un hilo dramático denso aparece otro cargado de gags que generan contraste y rompen la emoción precedente. En ese vaivén el desarrollo pierde equilibrio, debido a que algunos personajes se convierten en elementos distractores y se apartan de ser entendidos como personas con un conflicto.

En este sentido, la interpretación es irregular. Por su parte, Marcello Rivera y Vanessa Vizcarra se encargan de construir personajes tangibles, que nacen a partir de detalles significativos como un ligero cambio de voz o energía, particularidades muy concretas que les permiten atravesar el ejercicio del cambio circunstancial en forma fluida.

Por otro lado, Giovanni Arce y Andrea Luna se encasillan en la construcción de caricaturas que uno identifica fácilmente, pero en este caso, dificultan la conexión e identificación con la línea dramática de sus caracteres.  Finalmente, Oscar Meza practica ambas construcciones. Esta combinación de tonos impide la armonía global de la puesta y acalla sensaciones que podrían liberarse sinceramente, incluso dentro de aquellos personajes que se consideran cómicos, o con mayor histrionismo.

La escenografía plantea lo indefinido, la generalidad, lo cualquiera y su presencia enmarca con fuerza este mundo imaginario. Adquiere mayor protagonismo en cuanto se juega con la altura, el riesgo, la espacialidad entre los personajes y el imaginario que estos construyen a partir de la nada. Los actores le dan valoración al vacío que tienen alrededor y abren campo a nuevas convenciones que parten del puro imaginario. La utilería, por su parte, funciona como pequeños puntos de color y forma que definen a la diversidad de caracteres que pisan el escenario y adquiere mayor complejidad cuando entre el elenco intercambian personajes.

Ciudad cualquiera tiene en su final la virtud de conmover, demuestra que cuando se carga el escenario de sinceridad las escenas crecen, el caos libera y el lenguaje se expande. Por otra parte, cuando no, el escenario se aparta y las sensaciones quedan truncas.

Bryan Urrunaga
31 de octubre de 2017

lunes, 30 de octubre de 2017

Crítica: LAS MUJERES DE LOS NAZIS

Las damas en el Tercer Reich

En 2006, el dramaturgo argentino Héctor Levy-Daniel decide realizar una investigación sobre el nazismo, pero centrándose en el papel que jugaron las mujeres en dicho periodo; el resultado: Las mujeres de los nazis (2008), puesta en escena que fue estrenada como una trilogía, con historias diferentes protagonizadas por elencos independientes, a cargo de tres directores distintos, uno de ellos, el mismo autor. Actualmente, la pieza viene presentándose en el Teatro El Olivar, con la única dirección de la novel Daniela Lanzara y la participación de tres actores para todos los cuadros. Así, nos internamos en un misterioso tren, en donde Magda Goebbels (Denise Arregui), la esposa del ministro de propaganda nazi, se encuentra con su ex amante judío (Roberto Ruiz), ambos sin saber hacia dónde se dirigen. Luego, conoceremos a Irma Grese (MaCla Yamada), joven mujer alemana que torturó y ejecutó a judíos en los campos de concentración, así como también los puntos de vista de su verdugo (Ruiz) y de una doctora prisionera (Arregui). Finalmente, escucharemos a la sobrina del mismísimo Hitler, Geli Raubal (Yamada), que a su vez fuera su gran amor.

Si bien es cierto que los tres cuadros que conforman la puesta poseen estructuras dramáticas distintas, sí que comparten el hecho de nunca juzgar a estas mujeres, siendo algunas de ellas responsables de actos aberrantes y otras, víctimas de atroces circunstancias. En "La inquietud de la señora Goebbels", la dinámica entre la dama y el amante es poética y surreal; en "La convicción de Irma Grese", pesan las impactantes declaraciones de los personajes más que sus acciones en el escenario; y en "El dilema de Geli Raubal", se percibe la genuina confusión de la muchacha entre los diferentes tipos de amor que siente por un lado, hacia su tío y por el otro, hacia su chofer. En las tres historias, las mujeres nunca son juzgadas pero son también víctimas del horror y la perversión que los mismos nazis ejercieron en el Tercer Reich. A destacar, en todo caso, el papel y la actuación de la madre de Geli en manos de una notable Arregui.

Resulta un mérito evidente el de la directora Lanzara, el darle una sobria unidad a la trilogía original de Levy-Daniel, con contados elementos escenográficos y un buen diseño de luces, apoyada en un trío de actores de lujo, quienes interpretaron sin tacha a este puñado de controvertidos personajes pero sin excesos de ningún tipo. Acaso el mensaje proyectado al final, haciendo evidente el paralelo entre aquella época y la actual, tan llenas de discriminación e injusticia, pueda lucir algo explicativo e incluso innecesario; sin embargo, aquel detalle no le resta méritos a una obra de fina escritura, brillante interpretación y estilizado montaje, muy a pesar de su chocante contexto, como lo es Las mujeres de los nazis. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
30 de octubre de 2017

Crítica: EL PRIMER CASO DE BLACK & JACK

Starsky y Hutch con la chica de los años 20

Comedia del absurdo que rompe muchos esquemas pero divierte, pues juega con el estilo de las antiguas series de detectives de los años 80. Es el resultado de la creación colectiva entre la directora Paloma Reyes de Sá, Carol Hernández y los actores Manuel Gold, César García y Jely Reategui. Bajo la producción de Gestus, la puesta en escena va los martes y miércoles en el Teatro Julieta y refleja nuestra sociedad peruana, exponiendo lo ridículo que podemos ser, muchas veces, al tratar de ser quienes no somos. Otros temas que aborda son el machismo, el feminismo y una burla a la doble moral. Black (Gold) y Jack (García) son dos hombres desempleados y con nada en común, pero terminan involucrados en un caso de mafia, al lado de la sexy bailarina Yesica (Reátegui), pues por cosas del destino encuentran una misteriosa maleta.

El montaje consta de tres ambientes sencillos, adornados con colores primarios, oscuridad y luces de neón, caricaturizando las escenas con sumo cuidado en los detalles. Hay un atinado uso del narrador, quien además de describir las acciones en sus pensamientos, las compartía con el público (los testigos), que no paraba de reír al visualizar las acciones descritas. Los jocosos gags integran hechos de la realidad y del contexto social actual. Y curiosamente, los momentos en los que los actores permanecen en silencio, sin realizar otra acción que la de fijar la mirada al público, logran que este estalle de risa.

En cuanto a las actuaciones, resalta la participación de Reátegui, pues si bien es un personaje secundario, este logra ensamblar la historia con fuerza, astucia y personalidad calculadora, manteniendo sensualidad y energía de principio a fin, a pesar de los zapatos altos; el maquillaje fuerte y sus maniobras en el pole dance hicieron que su disfrute en la actuación fuera notorio. Por su parte, Gold destacó por su energía y carisma a las que nos tiene acostumbrados, corporalmente muy humorístico; y García, dotando a su personaje de características precisas para lograr convencer al público.

El primer caso de Black & Jack cumple su objetivo al considerarse una “comedia prohibida”, ya que se suman escenas sexuales, desnudos y términos soeces, siendo adecuada para un público juvenil y adulto. El mensaje que rescato de la obra es el de apreciar la amistad y la lealtad; así como el arriesgarlo todo por ellas. Gracias por la función.

María Victoria Pilares
30 de octubre de 2017

sábado, 28 de octubre de 2017

Crítica: EL ARCOÍRIS EN LAS MANOS

Después de toda tempestad, sale el arcoíris

“¿Sabes por qué esa bandera está llena de colores? Es por ese arcoíris que siempre perseguimos y siempre se nos escapa”, mencionó una mujer transgénero llamada Vandrea (un inmejorable Miguel Álvarez), mientras señalaba la bandera gay que colgaba en el escenario, dentro de uno de los montajes más sorprendentes, atinados y logrados del año: El arcoíris en las manos, escrito por Daniel Fernández y dirigido por Dusan Fung, cosechó numerosos comentarios positivos de público y crítica durante su temporada setiembre-octubre en el Centro Cultural Ricardo Palma de Miraflores. Es por ello que queda ya poco por agregar a las diversas reseñas que ha generado esta obra, premiada con el tercer puesto en el Concurso Nacional “Nueva Dramaturgia Peruana 2015” del Ministerio de Cultura y producida por Imaginario Colectivo.

Por ejemplo, para Pepe Santana, como anota en su Advenedizo Digital, las fortalezas de El arcoíris en las manos se debilitan con los monólogos explicativos que acompañan la sentida historia de una joven mujer transgénero, que responde al nombre de Marita (un sorprendente Miguel Dávalos), que desea estudiar contabilidad en un instituto, luego de haberse dedicado a la prostitución. Sin embargo, este detalle particularmente no desmereció el ritmo de la puesta, en gran parte por el notable desempeño actoral, que aprovechó dichos momentos para dirigirse al público y mantenerlo a la expectativa de la historia. Así, los espectadores comprendimos un poco más a los personajes que rodean a Marita, como su madre (una excelente Tatiana Espinoza), quien con total naturalidad le recriminaba por su conducta a la vez que le exigía dinero; o como su amante (un convincente Eduardo Ramos), quien luego de verla siempre a escondidas se muestra ante los demás como el “macho” empedernido, además de pedirle dinero también; o como su hermana (una delicada Mariajosé Vega), una auténtica buena para nada, pero noble muy en el fondo a su manera.

Así también, como lo mencionó nuestra colaboradora Stefany Olivos, El arcoíris en las manos representó en realidad, la lucha de cualquier persona, cuando es afectada por una de las sociedades más intolerantes y pacatas, como lo es la limeña. Mérito de Fung el de llevar a buen puerto el valiente texto de Fernández, contando solo con cinco actores de excepción, tres tarimas, un catre y un micrófono. El arcoíris en las manos no solo fue una pertinente y necesaria puesta en escena en tiempos actuales, sino que se convirtió, por derecho propio, en uno de aquellos bienvenidos espectáculos teatrales que aparecen luego de la feliz convergencia de escritura, dirección, producción y actuación de primer nivel. Entre lo mejor del año.

Sergio Velarde
28 de octubre de 2017

jueves, 26 de octubre de 2017

Crítica: ENCARCELADOS

Esos trajes naranjas

Desde que su foto promocional apareció, con todos los presos posando encadenados con los trajes naranjas, la puesta en escena de Encarcelados parecía de manera consciente alejarse por completo de retratar la atroz situación de los presos en nuestro país como teatro testimonial, para convertirse acaso en la versión más “americanizada” de un drama carcelario. Ese dichoso color naranja podía transformar la obra ya sea en una versión teatral masculina de la serie de culto Orange Is the New Black, o simplemente ser un detalle superficial que no le aporte nada al montaje final. Pues ni lo uno ni lo otro: Encarcelados, estrenado en el Teatro Auditorio Miraflores por solo tres fechas, fue un tímido e irregular producto teatral que se queda en el camino al tratar de mostrar el horror de estar privado de libertad.

Presentada por Abuelo Producciones y con la dirección de Renatto Argüelles, Encarcelados sí que fue la versión encubierta de la premiada cinta española Celda 211 (2009), con líneas argumentales prácticamente idénticas, como la presencia de un policía encubierto (Jorge Luis Rivera) que debe intentar sobrevivir dentro de un peligroso pabellón sin levantar sospechas; hasta detalles triviales, como el aspecto del líder carcelario (César Gabrielli), muy similar al personaje que interpretó el actor Luis Tosar en la película mencionada. Pero lo que la cinta de Daniel Monzón logró en emoción y suspenso, no se percibe en el montaje de Argüelles, ni con un policía de rehén (apenas mostrado o siquiera mencionado), ni con la inexorable toma del pabellón por las fuerzas del orden, ni con la presencia de una pareja “moderna” (Franco Coloma y Christian Pacora), ni con la aparición del hermano del policía (el mismo Argüelles) que le revelará un terrible secreto al protagonista.

La nula tensión que se desprendió del montaje, con interminables conversaciones que dilataron con muchos tropiezos la trama, delató por igual la débil dirección y el irregular rendimiento actoral. Para los que vieron la primera escena (ya que varios espectadores entraron inexplicablemente ya iniciada la función), el final se adivinaba fácilmente. De continuar presentándose en el futuro, los responsables de Encarcelados deben replantear varios aspectos esenciales de forma y fondo en su puesta en escena, para lograr así fluidez y ritmo, al igual que prescindir de personajes y acciones que no sumen al drama. Pero especialmente, Encarcelados debe esforzarse por ganar una personalidad propia, más allá de aquellos uniformes naranjas.

Sergio Velarde
26 de octubre de 2017

Crítica: YEROVI, VIDA Y MUERTE DE UN PÁJARO CANTOR

El lado humano de Yerovi en escena

Como cierre del ciclo “Leonidas Yerovi – 100 años después”, Aranwa presenta “Yerovi, vida y muerte de un pájaro cantor”, con la dramaturgia de Celeste Viale, nieta del poeta, y dirigida por Jorge Chiarella. La obra nos trae a escena momentos importantes de la vida adulta de Yerovi, mostrándonos también aquellos asuntos amorosos que fueron la principal causa de su asesinato.

La pieza ha logrado tejer  la ideología de la época, la situación de las mujeres, y sobre todo, la de los poetas como Yerovi en el Perú de la post guerra. Desde la vestimenta hasta los argumentos que se usaban en el juicio al asesino nos daban un contexto claro, una forma de pensar específica de aquella época: mujeres subyugadas, pensamiento machista predominante, la idea de que el éxito estará fuera de país... lo que lleva a preguntarme ¿hasta qué punto ha cambiado la sociedad peruana?  Por otro lado, la dramaturgia cuenta con la perspectiva de Yerovi tanto como personaje como una figura omnipresente que comenta hechos sucedidos luego de su muerte, lo que le daba pequeños giros al ritmo de la obra, convirtiéndose en una obra impregnada con la personalidad que el poeta refleja en todos sus escritos.  Es admirable cómo es que a nivel dramatúrgico se ha logrado construir una pieza que logra saltar entre las perspectivas de los personajes tan atinadamente, sin saturar al público con la información que cada uno va dando.

Cada personaje era interesante de ver en escena. Hubo un cuidado exquisito en su construcción, tanto en apariencia física como en el mundo interno y en el modo de pensar. Es en casos como este, que vemos personajes realmente bien construidos, en los que podemos ver y disfrutar de  acciones orgánicas en escena que nos conectan inmediatamente a la obra. Vimos a un Yerovi (Janncarlo Torrese) ilusionado y ambicioso, una madre (Daniela Rodríguez) – y padre – conservadora que hace todo por que se haga justicia por la muerte de su hijo, un juez y amigo de Yerovi (Neskhen Manueño) que con un alto grado de ética profesional apoya a su madre en el proceso del juicio, un Sánchez (Alfonso Dibós) apasionado e incontrolable, y un agradable y variado etcétera.  Incluso los personajes con pocas apariciones en escena tenían un “no sé qué” pintoresco, una particularidad placentera de ver. Sin embargo, el acento del personaje  asesino de Yerovi,  Sánchez,  tuvo momentos frágiles en los que la propuesta de acento chileno se perdía, o incluso a veces por el acento no se lograba entender lo que decía. En estos casos, el uso de acentos debe estar al servicio del actor, no ser un obstáculo para la representación.

El escenario circular permitió una multiplicidad de desplazamientos en el espacio que se logró explotar al máximo. Hubo una consciencia fina del espacio reflejada no solo en la posición de los personajes, sino en su corporalidad: incluso de espaldas podíamos notar lo que le pasaba a cada uno de ellos. Hubo una precisión técnica en el manejo de las luces, la música y los cambios tanto de vestuarios como de utilería que aportaban al ritmo de la obra. Definitivamente la dirección fue atinada y cuidadosa en cada detalle, incluso en el saludo final de la obra se encargaron de respetar la misma limpieza en el manejo del espacio.
Un detalle importante dentro del desarrollo de la imagen de Yerovi que se muestra en la obra es la figura del padre, un hecho clave que parece ser el gatillo de todas las decisiones que Yerovi va a tomar, luego de enterarse de que no lo va a reconocer como hijo. La obra comienza con Yerovi regresando de ir a visitarlo, siendo a la larga un impulso para lograr el éxito. Sin embargo, la figura del padre ausente se traducirá en el vacío que Yerovi intenta llenar: ya sea viajando a Argentina, ya sea en sus aventuras amorosas. Es interesante una de las conclusiones a las que la obra llega: se juega con la figura del padre y el asesino como causas principales de su muerte.

Esta obra no es un elogio a Yerovi, como alguno podría pensar. A través de los saltos temporales entre hechos de la vida del autor y escenas del juicio luego del asesinato, tenemos la presentación de una visión cercana al Yerovi humano, con errores, ilusiones, cargas y traumas que cualquier persona, famosa o no, podría tener.

Stefany Olivos
26 de octubre de 2017

domingo, 22 de octubre de 2017

Crítica: CORIOLANO

Pertinente adaptación en épocas incaicas

Coriolano, una de las tres tragedias romanas de William Shakespeare y además, de las últimas piezas que escribió y acaso, una de las menos conocidas, fue llevada a escena por el incansable colectivo Aqualuna Teatro, siempre de la mano de su director Ricardo Morante, quien ya se había aproximado al universo del Bardo Inglés con la estimable Todos somos Julieta (2015). ¿Por qué montar ahora Coriolano? Basta solo con conocer su argumento: basada en las Vidas paralelas de Plutarco (una colección de biografías de personalidades griegas y romanas), la trama se centra en Cayo Marcio Coriolano, un soberbio general romano, que debe ceder a las truculencias políticas de turno para conseguir así la aceptación de la voluble población y así hacerse del poder. Aplicada la historia a nuestro contexto político y social actual, las explicaciones salen sobrando.

Coriolano, que ya había sido adaptada para televisión y para cine (debut como director del notable actor Ralph Fiennes en el 2011), fue presentada en escena por Morante con formato de drama histórico pero adaptado nada menos que a nuestra etapa incaica; su mayor acierto entonces, fue que su puesta no lució forzada en ningún momento. Es así como el enfrentamiento de este militar inca Cayo Mayta Coriolano contra los chancas; las intrigas de los curacas para acusarlo de traidor, amparados en la actitud despectiva del guerrero hacia el pueblo; la ambición de la madre, quien le aconseja a su altanero hijo disimular y fingir para así conseguir el voto favorable de gente que no le importa; y el triste final, con Coriolano vencido por la traición, la doblez y especialmente, por su propia soberbia, lucen en escena coherentes y fácilmente identificables con nuestra realidad actual. En tiempos de conflicto, sí vale la falsedad con tal de ganar.

El montaje de Morante, con todos los actores dentro de la caja negra y vestidos del mismo color, jugó con los vestuarios y accesorios andinos, como ponchos y chullos, para diferenciar a los múltiples personajes que encarnó el elenco. En los roles principales, Daniel Zarauz, Cecilia Tosso y especialmente Paco Varela, asumieron con dignidad sus personajes, bien secundados por Pedro Olórtegui, Paul D´Arrigo, Víctor Barco, Patricia Moncada y Caroll Chiara. La temporada de Coriolano, en el Teatro Auditorio Miraflores en co-producción con La X Productora, no solo reafirmó el magisterio de Shakespeare en la actualidad, sino que resultó absolutamente pertinente para demostrar que la clase política (la nuestra y en general) no ha cambiado demasiado, así pasen los siglos.

Sergio Velarde
22 de octubre de 2017

sábado, 21 de octubre de 2017

Crítica: ¿DE QUIÉN ES EL MARIDO?

El difícil arte de hacer comedias

Una comedia suele ser una primera opción para el público cuando se trata de ir al cine o al teatro. En este caso, tenemos en la cartelera limeña la recién estrenada obra ¿De quién es el marido?, bajo la dirección de Jonathan Oliveros. Esta comedia de enredos se está presentando en el Teatro Auditorio Miraflores.

Cada obra exige un ritmo particular y único para que funcione. En el caso de las comedias, es el ritmo el elemento que, si no funciona o se cae, la convierte en un drama, incluso en algunos casos puede provocar cualquier cosa menos risa. En este caso, la puesta comenzó con una buena viada: la música y la presentación de los personajes requerida para un buen inicio de obra. Sin embargo, esta empezó a dilatarse progresivamente, en lugar de coger un ritmo dramático propio de una comedia de enredos. Empezó a resultar predecible desde que se dio a conocer el conflicto. Cada vez que aparecía nueva información para enredar la situación, no había una progresión en la urgencia de los personajes. Los actores no manejaron el hecho de que cada punto de tensión que se revelaba tenía que constituir un escalón más cerca del clímax. No había sorpresa en la recepción de cada nueva información por parte de los actores, lo que provocó que la obra se vuelva repetitiva, incluso se hacía pesada de ver, pues la reacción de los personajes era la misma, por lo que resultó abrumador hasta cierto punto. Debió haber una noción de progresión, una acumulación en los personajes que mantuviera al público a la expectativa, al punto de dejarnos con la sensación de un “Uy, y ahora ¿qué más viene?”. Por otro lado, el final de la obra fue un giro de la historia que, si bien funciona como buen remate de comedia, en el caso de este montaje no se pudo apreciar al cien por ciento por la falta de ritmo que ya mencioné.

Si hablamos de la construcción de personajes, cada uno funcionó correctamente para la obra: a pesar de que varios eran claramente estereotipos, no abusaron negativamente de ello. Sin embargo, el personaje de Juana (Paola Vera) me pareció el menos definido de todos: ella trabajó cierto modo de hablar en el que proponía un “dejo” en el que las vocales cerradas (i, u) las reemplazaba por las vocales abiertas (a, e, incluso o). Esta característica no era constante, a veces se olvidaba de este detalle y el personaje – incluyendo la forma de hablar-, se desdibujaba en situaciones álgidas donde desbordaba energía. Por otro lado, rescato el personaje de Gonzalo (Elihu Leyva), quien funcionó como buen contrapunto en la obra: él era quien levantaba el ritmo de las escenas. Hubo un cierto grado de “conformismo” en la construcción de los personajes. Si bien no abusaron de los clichés, tampoco aprovecharon para darles detalles particulares. No por el hecho de que sea una comedia se debe quitar la oportunidad de dar detalles reales incluso al personaje que menos aparezca en escena.

He podido reconocer que hay una tendencia a “vender” las comedias teatrales por el elenco que lo conforma, dándole importancia a la fama que los actores puedan tener, o dando a entender que los actores  son el mayor atractivo de la obra, en lugar de promocionar la puesta en escena en sí misma. Es como una invitación a ver actores, dejando en segundo plano la creación escénica. En el caso de ¿De quién es el marido?, me hubiese gustado ver a los actores más comprometidos con lo que sucede en escena y con el ritmo que una obra como esta requería.

Stefany Olivos
21 de octubre de 2017

jueves, 19 de octubre de 2017

Crítica: LA DAMA DEL LABERINTO

El otro misterio

La dama del laberinto, en temporada en el Centro Cultural Ricardo Palma, no persigue la seriedad de una investigación periodística, ni trata de dar luz a la ensombrecida muerte de un hombre obsesionado, sino que se mueve por el terreno de la comedia de situaciones, combinando en las escenas personajes realistas con caricaturas gruesas y optando porque la interrelación entre ambos, sea entretenida.

En este sentido la obra es irregular, los constructos clichés en algunos personajes nos distancian del hilo dramático fundamental, que es la resolución de un misterio, y vuelven el escenario incómodo, vacío o hasta grosero. Hacia el final, cuando los cabos se unen y la periodista nos induce al descubrimiento, se genera la sorpresa,  como si de repente se escuchara un sonido estridente o se sintiera un susto, no como parte de un proceso sostenido.

A pesar de que algunos actores se esfuerzan por darle a las escenas nuevos matices desde lo interpretativo, la distancia entre ellos es muy grande y no conllevan juntos las escenas con fluidez, son tan solo empresas individuales que no pueden progresar, porque hace falta la escucha y la reacción.

Por otra parte, el vestuario es ágil y dinámico, se encarga de adentrarnos en las diferentes épocas y contextos con verosimilitud. A pesar de que en los momentos de ruptura temporal se evidencie su presencia, este adquiere un poder expresivo, pues nos recuerda que estamos dentro de un caso periodístico. Con la iluminación no ocurre lo mismo, no tiene función discursiva ni estética, es incluso perjudicial. Una luz dura, cenital, que oculta los ojos del actor y no nos permite conectar con lo que le está ocurriendo.  

La musicalización está desperdiciada, un piano sobre el escenario que sirve de mesa para la utilería y que no añade atmósfera significativa cuando suena, porque no se tejen las sensaciones a su alrededor.

La dama del laberinto es formalmente enredada y difícil de desentrañar.

Bryan Urrunaga
19 de octubre de 2017

Crítica: RECUERDOS CON EL SEÑOR CÁRDENAS

La vida continúa

Tengamos presente una cosa: las heridas sanan con el tiempo, pero hay cicatrices que siempre nos acompañarán; dependerá de nosotros si avanzamos o decidimos quedarnos.

“Recuerdos con el señor Cárdenas” es una obra ganadora del VI Concurso de Dramaturgia, escrita y dirigida por Patricia Romero Figueroa, que viene presentándose en el Centro Cultural de la Universidad de Lima. La trama hace mención a los hechos reales que sucedieron en el Perú en la década de los 80 y de cómo estos marcaron la historia de muchos peruanos. La historia del señor Cárdenas es una pieza autobiográfica que parte de los recuerdos de la misma autora, que nos muestra distintos pasajes en la vida de Laura, la niña (Luciana Monteverde, Zoe Arévalo cuando corresponde) y la adulta (María del Carmen Sirvas). En el transcurrir de la historia nos conectaremos con el lado paternal y cómico del señor Cárdenas(Alberto Herrera) y de la dulzura e inocencia de Laura niña, además de todos los personajes que conforman esta gran obra, como la esposa del señor Cárdenas (Martha Figueroa), la encargada de velar por el bienestar de su familia; el criado Cirilo (Lolo Balbín), el encargado de la casa; Veneno y Gastón (ambos interpretados por Víctor Prada), el amigo y el  hermano de la familia, respectivamente. Cada personaje  se hará presente para revivir sucesos que marcaron la vida de Laura, haciéndonos entender el porqué aún ellos no se han ido y porque ella los puede ver.

El drama de la puesta se concentra en la crisis emocional que Laura padece desde niña, debido al atentado en Tarata que lastimosamente ella y su familia presenciaron. A pesar del tiempo transcurrido, y ya con 30 años de edad, ella siente que no puede renunciar a muchas de las vivencias que le ocurrieron en aquella época. Es así que su “papapa” y las personas que ella quiere, aparecerán de la nada a conversar y cuestionarla para que entienda de una vez que debe hacer algo por su vida. Laura, al final, entenderá que es tiempo de dejar a los suyos para que descansen y empezar a emprender un nuevo camino sin miedo.

Lo que gusta de la obra es el mensaje reflexivo y conmovedor que nos deja la autora, el de aprender a desprenderse no solo de lo material y lo más importante: perdonar para seguir avanzando y así ser mejores. Sobre los recursos que se usaron, como el canto a capela, las canciones antiguas o los poemas, estos estuvieron acordes con la obra. Cuentan con un gran y talentoso elenco, hay mucha química en el escenario, ya que supieron sumergirnos en aquella época. Ante todo, mi admiración por la pequeña actriz que le da vida a la Laura niña, por su gran trabajo y naturalidad; pero en especial al señor Cárdenas, que supo reflejar el amor paternal  y las ocurrencias con las que más de un espectador rió. También a destacar a Lolo Balbín, quien además representó el papel de un provinciano arrepentido del daño que hizo. Muchas gracias por tan bella función.

María Victoria Pilares
19 de octubre de 2017

jueves, 12 de octubre de 2017

Crítica: CASA DE PERROS

La auscultación de las raíces

Casa de Perros, de Juan Osorio, nos sitúa en un pueblo al norte de Perú en tiempos de reforma agraria, y le escarba la tierra hasta evocar los cimientos podridos de donde ha crecido. Más que una parábola política sobre la corrupción del poder, es una pieza anacrónica que nos permite deambular entre la historia, tocar la llaga y sangrar, para por fin luego restaurar y dejar ir.

La dirección de Jorge Villanueva se encarga de hacernos sentir la historia a partir de sus atmósferas. Transmite el caos de una fiesta, su asimetría, arritmia y alegría; y la deja morir de a pocos hasta encontrar el silencio y estatismo, de donde parte una escena rígida, densa, cargada de emociones contenidas, como el encuentro de un hijo que espera una misa por la muerte de su hermano y encuentra a su padre indiferente y desmemoriado. Un trabajo minucioso del director que se distancia del texto para concentrarse en los estímulos sensoriales alrededor de cada momento.

Lo onírico juega un rol trascendental, el pasado que reencarna y atormenta como una pesadilla tangible sobre el escenario. Un coro de mujeres muertas por los celos y un hermano asesinado, que no han dejado de vivir en el pueblo, en el remordimiento de los vivos y que por momentos los observan, les hablan, los aterrorizan. Unos perros, ya muertos, que ladran y ladran, porque aún lejos avisan el mal presagio que deviene. Imágenes y sonidos que significan.

Una interpretación correcta y fluida. Aunque cabe decir que a pesar de la solidez con que se entiende, desde lo lógico y cerebral, cada contradicción y objetivo de los personajes de este pueblo, las interrelaciones, en su apartado emocional y sensorial, son aún irregulares. Lo esquemático de algunos actores impide que desarrollen la inestabilidad en la que se encuentran sus caracteres, la débil reacción no permite progresar una escena cargada de tanto sentimiento. Uno de los momentos más emblemáticos, a mi parecer, es cuando el personaje de Ana, una mujer árida como la esencia de la tierra que pisa, se descarga con nosotros sobre la maldición de su vientre y de repente se quiebra para volverse el alma de una fiesta, en una danza visceral, macabra y alegre, una sensación que soy incapaz de comprender y me abre paso al purismo de sentir.

Una iluminación expresiva, destacada por sus contrastes, tanto de sombras como de color, personajes en solitario a contraluz o amorfos con la mezcla desordenada del naranja y del azul. Luz dura por el calor o tenue por la intimidad. Una iluminación orgánica. Asimismo, la composición musical de Benjamín Bonilla, a veces potente y grave para hostigarnos de tensión; otras, delicada para suavizar aún más el romanticismo. Diegética, con los músicos que construyen la jarana o la marcha fúnebre y extradiegética, en la búsqueda de sensaciones. Un viaje aparte.

Casa de perros es una obra necesaria porque habla de la dignidad humana, de lo que nos duele o debería dolernos, porque nos ayuda a entender de qué está hecho nuestro suelo y por tanto, nuestro interior; porque propone un lenguaje que nos obliga a la apertura de los sentidos, un teatro exigente, como debe serlo.

Bryan Urrunaga
12 de octubre de 2017

Crítica: UN GUERRILLERO SINGULAR

La singular historia de Max

El Club de Teatro de Lima acaba de estrenar Un guerrillero singular, del dramaturgo Sergio Arrau, bajo la dirección de Juan Carlos Díaz Therán.  La obra nos presenta un conjunto de ideologías que lograron impactar y redefinir la política de su contexto, una situación para nada distante de nosotros; todo esto apoyado en un lenguaje lleno de ironía y humor negro. En ese sentido, la obra nos cuenta la historia de Max, un hombre de teatro víctima de sus propias ideas extremistas. Sus creencias delirantes  provocan que su salud mental poco a poco vaya perdiendo estabilidad, provocando la ruptura definitiva con sus amistades y personas cercanas.

La obra no parece tener la intención de ubicarnos en algún contexto temporal determinado. Por la estética presente en la escenografía – el uso de un tocadiscos y el vestuario- me evocaba el siglo XX. Sin embargo, en ella usaron libros cuyos títulos y empastados pertenecían al siglo XXI. Aunque como ya mencioné, el texto no hace referencia ni retrata una época específica, es importante cuidar los detalles como el uso de ciertos libros muy actuales, al mismo tiempo que se utiliza un tocadiscos. En general, noté poco cuidado en el manejo de recursos como la musicalización y las proyecciones de imágenes. Hubo imprecisión tanto en la entrada como en la salida de dichos elementos, lo que provocaba que inmediatamente se evidencie el error. Es una ley universal que si una obra va a usar recursos tecnológicos, tiene que haber un manejo preciso del elemento. Por otro lado, la idea de usar proyecciones para evidenciar los momentos de delirio de Max, acompañado de un uso de luces sicodélicas, fue una buena convención.

La obra nos muestra  la diferencia de concepción en la idea del burgués, personas enamoradas de una ideología que pretenden hacer revolución desde la intelectualidad y la comodidad de sus casas, versus la idea del obrero, quien busca más radicalmente que la revolución llegue a costa del uso de la violencia como último recurso. El principal conflicto de la obra radica en dicha diferencia, lo que provoca que personajes como Max, un burgués, luego de ver a uno de sus amigos en el bando obrero, se cuestione acerca de qué tanto está haciendo él frente al contexto en el que vive y desde su modo de pensar. De este modo, tenemos personajes que son víctimas tanto de un contexto político extremo como de su propia ideología. Todas estas premisas  fueron claras gracias a la información incluida en el texto. Sin embargo, los personajes no llegaron a transmitir el subtexto que implica una situación como esta. Los actores mantuvieron un nivel de energía un poco desbordante, sobre todo el personaje de Max. Sí, era un personaje notoriamente elocuente, pero eso ya me había quedado claro gracias a cómo se relacionaba con los demás personajes; no era necesario “actuar” la característica. Me quedé con ganas de ver a un Max realmente trastocado, con más especificidad, no vi un viaje de personaje claro. El ritmo de la obra caía por momentos debido a que los actores estaban desconectados, parecía que el hecho de ser una comedia provocaba una tendencia a sobreactuar en ciertos momentos. En los momentos de ruptura con la realidad, cuando Max alucinaba, fue atinado interpretar personajes grandes. Sin embargo, en algunos momentos los actores se quedaban con esta energía desbordante para momentos en los que no estaba la convención de ruptura.

Estos elementos me distrajeron del trasfondo que la obra claramente nos quiere dar. Sin embargo, creo que el problema principal pudo ser que no estaban concentrados del todo, se notaba. La propuesta en general es interesante, funcionará mejor cuando se ajusten el manejo de elementos técnicos y la concentración actoral. Es necesario enfocarse en los matices que hacen que los momentos se diferencien claramente, de modo que el ritmo de la obra va a terminar de aclararse y consolidarse.

Un guerrillero singular es una obra cuyo contexto no está tan alejado de nosotros. No podemos ser ajenos al contexto político que nos rodea. Miremos, asimilemos y aceptemos que siempre habrán posiciones diferentes a las nuestras; el mantenernos enteros a pesar de vivir en una situación tan desigual es una tarea con la que tenemos que aprender a lidiar. De esta obra me quedo con esta conclusión: no se trata de desligarnos de nuestro contexto sociopolítico, se trata de no dejarnos dañar por ello, se trata de tomar una posición al respecto y mantenernos enteros a pesar de todo, una tarea en la que se trabaja un día a la vez.

Stefany Olivos
12 de octubre de 2017

miércoles, 11 de octubre de 2017

Crítica: ¿QUÉ HICISTE DIEGO DÍAZ?

Querer no siempre es poder

“Que el miedo no limite lo que puedes lograr en la vida, que más bien sea un impulso.” (Odín Dupeyron)

Después de estar dos meses alejada del mundo de teatro, regreso con esta fresca y divertida historia acerca de lo qué hizo Diego. ¿Qué hiciste Diego Díaz? escrita y dirigida por Cristian Lévano, con Sergio Velarde, Henry Sotomayor y Alejandra Chávez. Asistencia de dirección, Kelly Estrada; producción, Lenny Morante y AC Winaray. Temporada en Casa Cultural Mocha Graña, los viernes, sábados y domingos a las 8:00 pm.

Esta obra tuvo varias temporadas desde su estreno en la AAA en el 2007, hasta el 2013 en el Club de Teatro de Lima. En esta oportunidad vuelve durante todo octubre en el teatro Mocha Graña. Para esta temporada los actores cambiaron, salvo el que le da vida a Diego Díaz, que sigue siendo el mismo desde la primera función. La historia empieza con la entrada de Alguien (Alejandra Chávez) y Otro (Henry Sotomayor), los que no saben exactamente quiénes son y qué están haciendo en un teatro. A través de su búsqueda, ambos serán interrumpidos muchas veces por el frustrado artista Diego Díaz (Sergio Velarde), quien a su vez les explicará lo mal que lo están dejando y es así que, mediante juegos, bailes, talk-shows y varias frustraciones, estos personajes recrearán pasajes agridulces de la vida de Diego y de lo que realmente está buscando mostrar a los demás.

El inicio que tuvo la obra fue un poco confuso, pero funcionó para enganchar al público. Tocaron temas de humor negro con mucho sarcasmo, por ejemplo, hacia los talleres de teatro, que últimamente se han convertido en un negocio, jugando además mucho con los tiempos para poder comprender la historia. Sobre el vestuario, me encantó el estilo pop art que usan los actores, igual que la escenografía simple pero elegante. La obra estuvo llena de dinamismo por las coreografías que van desde las canciones infantiles hasta la música de suspenso, entre otras. Sobre las actuaciones, algo exageradas para mi gusto, pero estaban acorde con lo que pedía el director: me encantó la química que hay entre los actores y la frescura al soltarse ante el público. Solo una sugerencia: tratar de tener cuidado con los sonidos proyectados en la obra, ya que no iban de la mano con las acciones de los actores. Por otro lado, propuestas como estas no solo te enganchan, sino que te dejan con ganas de más.

Lo que me gustó de la obra fue el manejo sutil de denuncia hacia el mundo del teatro y rescato estas palabras dichas por Diego Díaz: “Al teatro no le importa la condición social, el aspecto ni la apariencia”. Pero lo que me dejó pensando fue cuando el personaje de Otro le responde: “¡Pero a la gente, sí!” Estas últimas palabras son ciertas, porque lo vemos y lo vivimos día a día. Quizás las cosas no funcionaron para nuestro protagonista como él pensaba, pero lo intentó. Tal vez muchos se vean reflejados en él, por no tener el reconocimiento de los demás, pero eso es algo normal. Debemos entender que cada cosa en la vida es un sacrificio, que nada te llega gratis y no es que Diego haya tenido mala suerte, sucede que le faltaron los cimientos para seguir creciendo como actor. Lastimosamente, hoy en día, se abren muchos talleres montajes en donde se les vende sueños e ilusiones a muchos jóvenes, con la finalidad de lucrar y les hacen creer que por salir una vez en escena, ya son actores y eso no es así: las bases de un buen aprendizaje son los cimientos, ya que querer no siempre es poder y que la vida no es un ensayo general, sino que es nuestra única función. Gracias por la función.

María Victoria Pilares
11 de octubre de 2017

martes, 10 de octubre de 2017

Crítica: LAVAR, PEINAR Y ENTERRAR

Un ABC del humor

La cartelera teatral limeña se ha sazonado con una opción de humor negro desde el 28 de septiembre con el estreno de Lavar, peinar y enterrar, obra del dramaturgo español Juanma Pina bajo la dirección de Javier Valdés. La obra es una comedia particular, llena de contrapuntos y repeticiones colocadas estratégicamente, acompañada de códigos absurdos que le daban ciertos matices a la puesta en escena. El mismo nombre de la obra nos da indicios de una suerte de practicidad en el proceder de algunos personajes, como si escucháramos los “tres pasos hacia el éxito” o información de ese tipo. La obra, podemos decir, recorre el terreno de la practicidad como una actitud para poder llegar a conseguir un objetivo.

Lavar, peinar y enterrar es una comedia que explota mucho el contrapunto que se forma entre los personajes. En este caso, debo rescatar la actuación de Alonso Cano, quien tuvo como personaje a Fer, el contrapunto de toda la obra, un personaje que pudo haber caído en un clásico cliché, pero no fue así. Un riesgo que una comedia corre es el hecho de que los personajes caigan en ellos. Sin embargo, si te encuentras con una obra que está en su mayoría conformada por personajes clichés, es necesario explotar dicha característica. Su función era sorprender con reacciones o comportamientos que uno no imaginaría que podría ocurrir en un secuestro. Seamos sinceros, hay obras que no exigen en los personajes mucha profundidad; sin embargo, no podemos permitir la generalidad en escena: no es interesante ver un personaje típico. Mientras más detalle haya en los personajes, cada acción se volverá más interesante. En el caso de Fer, había una cantidad de características que revelaban un comportamiento compulsivo, una personalidad que funcionaba muy bien en comparación de los otros personajes, en quienes no vi una propuesta de personaje tan explotada.  Me hubiese gustado ver una dueña de peluquería con matices al defender lo que era suyo, unos prospectos de policías con más urgencia por conseguir su objetivo. Esta falta de detalles en algunos personajes hacía que a veces la comedia perdiera fuerza y ritmo en escena. Una comedia, si no mantiene un ritmo, puede convertirse en el mayor de los melodramas existentes. Hubo momentos en los que el montaje perdía presencia, el ritmo y la energía bajaban por falta de detalle; sin embargo, no se volvió un espectáculo denso en ningún momento.

Una pregunta que siempre me hago cuando veo teatro es sobre qué nos puede decir dicha pieza en el tiempo de su representación. Lavar, peinar y enterrar  concluyo que nos invita, de manera trillada, a pensar en una pregunta: ¿hasta dónde podemos llegar por defender lo que es nuestro? La obra propone mezclar hechos oscuros con humor, de modo que podemos aceptar como verosímil que la dueña de la peluquería pudo hacer todo lo que hace por defender sus bienes. Nadie sabe para quién trabaja. Y tú, ¿sabes hasta qué punto eres capaz de “Lavar, peinar y enterrar”?

Stefany Olivos
10 de octubre de 2017

domingo, 1 de octubre de 2017

Crítica: DRAMATIS PERSONAE

Inspirándose en medio de la violencia

Tres escritores con ansias de encontrar a la musa inspiradora que les devuelva la fe en ellos mismos se topan frente a frente -en una realidad paralela e imaginaria- con los personajes que intentan crear en sus relatos; todo ello, mientras son testigos presenciales de dos acontecimientos que marcaron la historia del Perú: el atentado de Tarata en 1992 y la toma de rehenes en la Embajada de Japón en 1996.

Este argumento, basado en la dramaturgia de Gonzalo Rodríguez Risco, es la propuesta que trae a las tablas del C.C. “El Olivar” el director Ernesto Barraza Eléspuru, bajo la producción general de Break. Una puesta que reta al espectador a salir de su zona segura y atienda los detalles, con el objetivo de adentrarse en la dinámica –ágil- de los personajes –turbados por sus propios conflictos- y, al mismo tiempo, tratando de evadir las consecuencias de una terrible realidad que parece rebasarlos.

Dramatis Personae (cuyo significado alude a la suma de personajes en una obra o novela) es precisamente, una continua interacción entre los personajes, sus visiones y el mundo real que los rodea. Con un elenco perfectamente acoplado y estructurado: Alexandra Graña, Stefano Salvini y Francisco Cabrera –interpretando a los escritores-, acompañados de Juanjo Espinoza y Malu Gil –interpretando a los personajes que imaginaban los escritores-. Combinado con efectos acertados y juegos de iluminación precisos en cada cambio de escena.

Esta pieza teatral refleja situaciones que podrían darse en cualquier contexto mermado por la violencia. Destacando la incapacidad del ser humano para lidiar con ciertos conflictos personales, lo cual les hace crear una especie de bloqueo que trata de eludir hechos extremos, que también les incumben; sin embargo, prefieren no verlos, sobreponiendo con egoísmo sus necesidades e intereses inmediatos. 

Una obra imperdible, que es capaz de cautivar y generar expectativas en el público sobre lo que viene, mostrando un dinamismo y solvencia contundentes en cada movimiento, en cada palabra y acción de los personajes. Particularmente, considero que en este tipo de montajes, es pertinente enfocar los sentidos, no tanto en comprender desde el primer momento qué está sucediendo, sino en descubrir poco a poco la trama y, de este modo, llegar al final completando una perspectiva del todo en cuanto a la narrativa y a la puesta en sí.

Maria Cristina Mory Cárdenas
1° de octubre de 2017