El difícil arte de hacer comedias
Una comedia suele ser una primera opción para el público
cuando se trata de ir al cine o al teatro. En este caso, tenemos en la
cartelera limeña la recién estrenada obra ¿De quién es el marido?, bajo la
dirección de Jonathan Oliveros. Esta comedia de enredos se está presentando en
el Teatro Auditorio Miraflores.
Cada obra exige un ritmo particular y único para que
funcione. En el caso de las comedias, es el ritmo el elemento que, si no
funciona o se cae, la convierte en un drama, incluso en algunos casos puede
provocar cualquier cosa menos risa. En este caso, la puesta comenzó con una
buena viada: la música y la presentación de los personajes requerida para un
buen inicio de obra. Sin embargo, esta empezó a dilatarse progresivamente, en
lugar de coger un ritmo dramático propio de una comedia de enredos. Empezó a
resultar predecible desde que se dio a conocer el conflicto. Cada vez que
aparecía nueva información para enredar la situación, no había una progresión
en la urgencia de los personajes. Los actores no manejaron el hecho de que cada
punto de tensión que se revelaba tenía que constituir un escalón más cerca del
clímax. No había sorpresa en la recepción de cada nueva información por parte
de los actores, lo que provocó que la obra se vuelva repetitiva, incluso se
hacía pesada de ver, pues la reacción de los personajes era la misma, por lo
que resultó abrumador hasta cierto punto. Debió haber una noción de progresión,
una acumulación en los personajes que mantuviera al público a la expectativa,
al punto de dejarnos con la sensación de un “Uy, y ahora ¿qué más viene?”. Por
otro lado, el final de la obra fue un giro de la historia que, si bien funciona
como buen remate de comedia, en el caso de este montaje no se pudo apreciar al
cien por ciento por la falta de ritmo que ya mencioné.
Si hablamos de la construcción de personajes, cada uno
funcionó correctamente para la obra: a pesar de que varios eran claramente
estereotipos, no abusaron negativamente de ello. Sin embargo, el personaje de
Juana (Paola Vera) me pareció el menos definido de todos: ella trabajó cierto modo de hablar
en el que proponía un “dejo” en el que las vocales cerradas (i, u) las
reemplazaba por las vocales abiertas (a, e, incluso o). Esta característica no
era constante, a veces se olvidaba de este detalle y el personaje – incluyendo
la forma de hablar-, se desdibujaba en situaciones álgidas donde desbordaba
energía. Por otro lado, rescato el personaje de Gonzalo (Elihu Leyva), quien funcionó como
buen contrapunto en la obra: él era quien levantaba el ritmo de las escenas.
Hubo un cierto grado de “conformismo” en la construcción de los personajes. Si
bien no abusaron de los clichés, tampoco aprovecharon para darles detalles
particulares. No por el hecho de que sea una comedia se debe quitar la
oportunidad de dar detalles reales incluso al personaje que menos aparezca en
escena.
He podido reconocer que hay una tendencia a “vender” las
comedias teatrales por el elenco que lo conforma, dándole importancia a la fama
que los actores puedan tener, o dando a entender que los actores son el mayor atractivo de la obra, en lugar
de promocionar la puesta en escena en sí misma. Es como una invitación a ver
actores, dejando en segundo plano la creación escénica. En el caso de ¿De quién
es el marido?, me hubiese gustado ver a los actores más comprometidos con lo
que sucede en escena y con el ritmo que una obra como esta requería.
Stefany Olivos
21 de octubre de 2017
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