El otro
misterio
La
dama del laberinto, en temporada en el Centro Cultural Ricardo Palma, no persigue la seriedad de una
investigación periodística, ni trata de dar luz a la ensombrecida muerte de un
hombre obsesionado, sino que se mueve por el terreno de la comedia de
situaciones, combinando en las escenas personajes realistas con caricaturas
gruesas y optando porque la interrelación entre ambos, sea entretenida.
En este sentido la obra es irregular, los constructos clichés en algunos personajes nos distancian del hilo dramático fundamental, que es la resolución de un misterio, y vuelven el escenario incómodo, vacío o hasta grosero. Hacia el final, cuando los cabos se unen y la periodista nos induce al descubrimiento, se genera la sorpresa, como si de repente se escuchara un sonido estridente o se sintiera un susto, no como parte de un proceso sostenido.
En este sentido la obra es irregular, los constructos clichés en algunos personajes nos distancian del hilo dramático fundamental, que es la resolución de un misterio, y vuelven el escenario incómodo, vacío o hasta grosero. Hacia el final, cuando los cabos se unen y la periodista nos induce al descubrimiento, se genera la sorpresa, como si de repente se escuchara un sonido estridente o se sintiera un susto, no como parte de un proceso sostenido.
A pesar de que algunos actores se esfuerzan
por darle a las escenas nuevos matices desde lo interpretativo, la distancia
entre ellos es muy grande y no conllevan juntos las escenas con fluidez, son
tan solo empresas individuales que no pueden progresar, porque hace falta la
escucha y la reacción.
Por otra parte, el vestuario es ágil y
dinámico, se encarga de adentrarnos en las diferentes épocas y contextos con
verosimilitud. A pesar de que en los momentos de ruptura temporal se evidencie
su presencia, este adquiere un poder expresivo, pues nos recuerda que estamos
dentro de un caso periodístico. Con la iluminación no ocurre lo mismo, no tiene
función discursiva ni estética, es incluso perjudicial. Una luz dura, cenital,
que oculta los ojos del actor y no nos permite conectar con lo que le está
ocurriendo.
La musicalización está desperdiciada, un
piano sobre el escenario que sirve de mesa para la utilería y que no añade
atmósfera significativa cuando suena, porque no se tejen las sensaciones a su
alrededor.
La
dama del laberinto es formalmente enredada y
difícil de desentrañar.
Bryan Urrunaga
19 de octubre de 2017
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