Páginas

domingo, 30 de septiembre de 2012

Crítica: A VER, UN APLAUSO

Magistral lección de teatro

El dramaturgo César De María está de plácemes. Hace algunos meses su Laberinto de monstruos tuvo una admirable reposición, a cargo del director Roberto Ángeles, en el Auditorio de la Biblioteca Nacional; y actualmente viene presentándose en el Auditorio del MALI otra de sus obras capitales, A ver, un aplauso, con el mismo director y acaso con resultados aún más notables. Escrita en 1989 y ambientada en nuestro país, el autor nos presenta a dos payasos callejeros, que responden a los nombres de Tripaloca y Tartaloro, y que ejecutan su acostumbrado espectáculo callejero en el Centro de Lima, cuando de pronto aparece la Muerte (en la forma de dos payasitos que pasaron a mejor vida) para llevarse a uno de ellos a causa de la tuberculosis. Teniendo como excusa el escribir un libro sobre la vida del moribundo, los payasitos buscarán la manera de engañar a la Muerte, teatralizando dichos recuerdos y dándole al espectador una genuina lección de vida.

Cada secuencia de la obra encierra un mensaje y una reflexión, especialmente acerca de la profunda crisis económica que afectó (o sigue afectando) a nuestro país y que motivó a que los más humildes hagan gala de su creatividad para sobrevivir. La imagen de la Muerte, omnipresente durante todo el montaje, es opresiva y constante. Momentos notables como la muerte del payaso Fosforito, que engrana el drama y la comedia a la perfección, o historias como la relación de Tripaloca con la bailarina Jelvi resultan entrañables, gracias a la efectiva mano del director que aprovecha cada gesto y cada silencio de los actores para transmitir muchas emociones, desde la desolación más apabullante hasta la alegría más contagiante. Y es que, así como en la vida real, la gran sonrisa pintada del payaso esconde acaso el drama más terrible.

A destacar la presencia del excelente actor Manuel Gold, quien resulta conmovedor y divertido a la vez, aprovechando su timbre de voz y su apariencia física para la creación de su personaje. Ya lo habíamos visto descollar en otras producciones como Karaoke, Los número seis o Demasiado poco tiempo, pero en el presente montaje alcanza niveles de brillantez difíciles de igualar en el papel de Tripaloca, eficientemente secundado por Nicolás Galindo como Tartaloro. Daniela Baertl y Gabriel Iglesias tienen a su cargo el resto de personajes, que acompañan los recuerdos y que ejecutan con gran soltura y precisión. El acompañamiento musical de Carlos Casella y Eduardo Ramos se integra de manera solvente en la puesta en escena. A ver, un aplauso de César De María resulta de visión imprescindible, es un espectáculo completo y compacto, que entretiene y busca la oportuna reflexión del público, tan insensible en los últimos años.

Sergio Velarde
30 de setiembre de 2012

sábado, 29 de septiembre de 2012

Crítica: EL MARQUÉS DE MANGOMARCA

La vigencia de Sergio Arrau

Luego de tres años, regresa a las tablas la divertida obra de Sergio Arrau, El Marqués de Mangomarca, siempre con la dirección de Carlos Rubín y con la actuación protagónica de Reynaldo Arenas. Podemos afirmar que luego del tiempo transcurrido, la obra ha ganado puntos a favor en este nuevo reestreno, pero aún se encuentra en camino de alcanzar los brillos que el descabellado texto promete. El volumen de voz y la dicción de algunos intérpretes todavía dificultan el total entendimiento de las acciones y perdemos gran parte del riquísimo texto de Arrau, quien combina fragmentos de obras clásicas dentro de la historia principal.

La trama involucra a dos parejas: por un lado, el Marqués Abelardo (Arenas), castrado por un perro, y su eterna musa Eloísa (Titi Plaza), quien vive en un convento; y por el otro, don Juan Casanova (Jorge Luis Rivera), un conde de pueblo joven, y su esposa Margarita (Cristina Urueta), quien lleva puesto un cinturón de castidad. Una apuesta entre los varones en cuestión sobre quién seduce a la amada del otro desencadena el drama, que incluye además a personajes secundarios, que queriéndolo o no, se roban cada escena en la que intervienen: la criada celestinesca (Mirta Urbina, quien retoma su papel en gran forma), la disparatada madre superiora y la enfermiza madre de don Juan (ambas interpretadas por la actriz cómica Zelma Gálvez), y un demonio amanerado (Alexander Pacheco).

El teatro Julieta le permite ahora al director tener la caja negra necesaria para definir con precisión los espacios, así como mejorar la estética de toda la puesta en escena en general. El sólido acompañamiento al piano de Jairo Betancourt marca el ritmo de la obra. Difícil olvidar a los notables y enérgicos Jeffrie Fuster y Úrsula Kellenberger, quienes opacaban al resto del elenco en el montaje anterior; en cierta forma, Pacheco y Gálvez se las ingenian para salir airosos de la prueba, además de mantener la homogeneidad de las actuaciones en la presente oportunidad. El Marqués de Mangomarca es un divertido espectáculo que mantiene vigente a un dramaturgo tan especial como Sergio Arrau.

Sergio Velarde
29 de setiembre de 2012

domingo, 16 de septiembre de 2012

Crítica: LA RAZÓN BLINDADA

Escapando a través del teatro

El grupo ecuatoriano Malayerba, uno de los más representativos de Latinoamérica, fue fundado por el actor y dramaturgo argentino Arístides Vargas, quien se vio obligado a exiliarse debido a la dictadura militar. Es por ello que la mayoría de su producción dramática habla del exilio, la soledad y la nostalgia; pero también sus obras tienen un espacio para el humor, como lo pudimos apreciar hace poco en El deseo más canalla y ahora, en la segunda temporada de La razón blindada, ambas a cargo del grupo Panparamayo; esta última obra, dirigida por Marco Otoya y presentada en elgalpón.espacio. Basada en El Quijote de Cervantes, en la historia del hermano preso del autor y en el relato breve La verdadera historia de Sancho Panza de Franz Kafka, La razón blindada nos presenta a dos presos políticos, quienes se juntan todos los domingos al atardecer para contarse la historia de Don Quijote y Sancho Panza.

Vargas nos plantea que la imaginación es el escape para todas nuestras desgracias; el encierro y la continua vigilancia (representada de manera soberbia en video por esos infinitos ojos que lo observan todo) a la que son sometidos Panza (Sandro La Torre) y De la Mancha (Jorge Bardales), son el pretexto perfecto que recrear muy a su estilo, las aventuras del Caballero de la Triste Figura. Y es que aquí nadie le hace daño a nadie; al igual que Cervantes, quien estando preso escribió esta obra capital de la literatura universal, o como lo plantea Kafka, que Sancho Panza es el verdadero autor de las aventuras del hidalgo caballero, que lo utiliza para hacer volar sus fantasía y conseguir así la libertad, fuera de toda razón.

La dramaturgia de La razón blindada es extraordinaria: los pasajes del clásico son deconstruidos a través de geniales vueltas de tuerca, generando delirantes secuencias en la que se lucen los actores Bardales y La Torre, en quienes recae todo el peso del espectáculo. Quedarán para el recuerdo el testimonio de Panza al convertirse en el perro Toribio, maltratado por los humanos; cuando Panza es nombrado gobernador de un país africano e interroga a varios personajes, todos ellos interpretados por De la Mancha; y las divertidísimas pedidas de mano entre el caballero andante y su fiel escudero.

La dirección de Marco Otoya (quien afirma en el programa no sentirse formalmente un director) resulta magistral e intachable. El amplio espacio de elgalpón.espacio es aprovechado del todo, con los actores sentados en sillas móviles en constante movimiento, excepto cuando aparecen los ojos vigilantes. Los diálogos son recitados con total convicción y fluidez, buscando siempre la reflexión con una gran cuota de humor. La razón blindada de Arístides Vargas y presentada por el colectivo Panparamayo nos demuestra, en conclusión, que el Teatro (y su ejercicio) es y será siempre, un recurso natural para huir de nuestros problemas y salvar finalmente nuestras vidas, a través de nuestra imaginación. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
16 de setiembre de 2012

sábado, 15 de septiembre de 2012

Crítica: LA FIACA

Divertidísimo humor gaucho

Varias comedias argentinas alcanzaron desde su estreno gran popularidad en toda América Latina: películas como La nona (1979) y Esperando la carroza (1985) ya son consideradas clásicas en la actualidad y, curiosamente, ambas ya tuvieron su estreno teatral en nuestro país, no hace mucho: Giovanni Ciccia dirigió e interpretó el rol central en La nona (2008) en el Auditorio de la Biblioteca Nacional del Perú; y Alberto Isola dirigió a un magnífico trío de actrices en Esperando la carroza (2009) en el Teatro La Plaza Isil. Y este año se completa la trilogía: La Fiaca (1969), dirigida por Fernando Ayala y basada en la obra escrita por Ricardo Talesnik, con la actuación de Norman Briski y Norma Aleandro, llega a escena de la mano de la virtualmente infalible Asociación Cultural Plan 9, dirigida por Ciccia y estrenada en el Teatro Larco.

Acaso la mayor virtud del montaje sea que el director, sabiamente, no intentó trasladar la acción a nuestra realidad, sino que mantuvo el contexto original: estamos en Buenos Aires de los años 60 y Néstor, un empleado ejemplar, amanece con “fiaca”, es decir, con flojera y dejadez para asistir a su trabajo, lo que desencadena una tensa situación con su esposa (Karina Jordán) y con su madre (Grapa Paola). Esta ausencia provoca una verdadera revolución mediática y laboral, ya que llegan a casa de Néstor, un tímido colega y un representante de la compañía (ambos, Lucho Cáceres), y hasta el mismísimo gerente de la misma (Pedro Olórtegui). La puesta en escena funciona a la perfección, el ritmo no decae en ningún momento y el humor, por momentos bastante cruel, no se siente forzado y el público se identifica con la historia. La obra no sólo busca divertir, ya que también deja clara la postura del autor: ¿somos culpables acaso de querer darnos un respiro ante una sociedad esclavista que no se detiene ni por un momento?

Para que La Fiaca funcione era necesario un actor en estado de gracia, capaz de llenar toda la obra con presencia y carisma, y Óscar López Arias resultó ser la mejor elección. Mención especial para Lucho Cáceres, quien finalmente lograr escapar del repetitivo esquema actoral que le imponen (o se deja imponer), entregándonos dos personajes bien construidos y diferenciados entre sí. La Fiaca es realmente un agradable entretenimiento, le hace justicia a su desternillante versión cinematográfica, la puesta en escena está muy bien realizada e interpretada, como ya es costumbre en todos los espectáculos presentados por la Asociación Cultural Plan 9.

Sergio Velarde
16 de setiembre de 2012

martes, 11 de septiembre de 2012

Crítica: LA MUECA

Invasores en casa

Acaso un primer acercamiento hacia La mueca de Eduardo Pavlovsky, que viene presentándose en la Alianza Francesa de Miraflores, pueda hacernos pensar que se trata de una variación de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, con un grupo de salvajes delincuentes tomando por asalto la casa de una pareja acomodada. Y además, con ecos de películas más contemporáneas como Funny Games de Michael Haneke, o hasta Scream de Wes Craven, con un puñado de jóvenes desquiciados comportándose con violencia y sadismo contra inocentes víctimas, sin motivo aparente. Pero esta “mueca”, a cargo de la interesante y joven directora Jimena del Sante (de quien vimos el año pasado la efectiva Pedro y el Capitán) parece ir por otros derroteros, que son por supuesto, perfectamente válidos, pero le restan el impacto final que este buen texto prometía.

En el primer acto conocemos a los torturadores, a los salvajes que ya están dentro de casa ajena, esperando hacer de las suyas. Y además maquillados como el Joker de Heath Ledger, inspirados (como lo escribe la directora en el programa de mano) en el demente que mató a gente inocente en el cine de Colorado. Pero la tensión pronto pierde fuerza con la caracterización del grupo: los líderes, el Sueco (Juan Carlos Morón) y el Flaco (Claudio Calmet), mantienen un aire de soberbia y altanería sofisticada, que lejos de provocar repudio, causan hasta simpatía. Incluso ternura, con todo y tintes homosexuales. Por su parte, los compinches, el Turco (Ray Álvarez) y Aníbal (Jonathan Oliveros), aportan con sus caracterizaciones el toque cómico, pero que no ayuda a generar ese clímax de suspenso, ya en el segundo acto, al entrar en escena las pobres víctimas, que además no lo son tanto como aparentan.

He ahí el principal quiebre de la obra: la extrema violencia que ejercen los torturadores no necesariamente es gratuita, ya que tiene un fin, un objetivo, incluso moralizador para algunos: pronto las caretas de los esposos caen y ambos se revelan como un par de hipócritas, para luego enfrentarse el uno con el otro. Así, los roles quedan invertidos, hasta un final muy logrado: las víctimas, primero, no quieren que sus torturadores se vayan; y después, la mueca que dejan ver al caer el telón, que resulta muy reveladora.

Por otro lado, el apartado de producción luce muy cuidado y la directora aprovecha el espacio con habilidad. Acaso un problema que debe afinarse con urgencia, sea el trabajo corporal en las escenas de lucha, ya que los actores terminan bañados en sangre luego de una débil golpiza. Eso sí, a destacar a todo el elenco, que cumple a la perfección sus roles. Especialmente, la pareja de esposos, conformada por Paul Ramírez y Úrsula Kellenberger; esta última, acostumbrada a asumir roles extremos con valentía y sin dificultad. La mueca es un montaje recomendable, no del todo perturbador pero muy efectivo, que deja ver las enormes posibilidades que tiene su joven directora.

Sergio Velarde
11 de setiembre de 2012

domingo, 9 de septiembre de 2012

Crítica: EL DOLOR POR TU AUSENCIA

Irregular reestreno nacional

En el 2007, Haysen Percovich dirigió el drama El dolor por tu ausencia de Jaime Nieto, como muestra final de su Taller de Actuación en el Teatrín de la ENSAD. En aquella oportunidad, el director prescindió sabiamente de algunas indicaciones propuestas por el autor, que podían complicar su puesta en escena, en la que se contaban historias paralelas de personajes en búsqueda (y carentes) de amor. Y es que es derecho fundamental de cualquier director acomodar el texto de acuerdo a su visión, y por supuesto, siempre tomando en cuenta que el público merece lo mejor. En la obra en cuestión, acaso una de las más reconocidas y montadas del autor, se exigía, por ejemplo, que los actores declamen las acotaciones en escena y en plena acción, supuestamente para generar la complicidad con el público. Percovich descartó esta indicación (así como la secuencia onírica de uno de los personajes) y consiguió un montaje fluido y conciso. Este año, Vodevil Producciones, que hasta el momento se dedicaba a estrenar obras de corte familiar como Sleepy Hollow, decide estrenar la obra de Nieto, con la dirección de Henry Sotomayor, pero consigue un espectáculo con irregulares resultados.

Sotomayor decide montar la obra respetando la propuesta original, pero falla en afinar las convenciones que decide por voluntad propia enfrentar. Por ejemplo, las ya mencionadas acotaciones afectan indudablemente el ritmo. Pero es más grave cuando éstas no tienen un orden claro: cada uno las dice de diferente manera, algunos en neutro (como el personaje Aura Guío) y otros con la emoción del momento (como el personaje de Sebastián Abad); algunas se cumplen en escena; otras, no; y otras, hacen perder cualquier suspenso (si ya se adelantó que un personaje le da la botella al otro, no hay razón para demorar la acción). El empleo de objetos imaginarios también pudo afinarse: beber vino invisible es una cosa, pero otra es tocar el violín sólo con el arco, y luego soltarlo y que la música continúe sólo porque la actriz aún esté en movimiento. La escena del sueño es dilatada y caótica, y puede corregirse. Algunos ambientes, como el cine, resultan imposibles en su planteamiento, ya que toda la acción se realiza de pie con los actores deambulando por el espacio. Por otro lado, el frío, que supuestamente se nos impone en la escena inicial, se pierde con el vestuario de algunos personajes en lugares al aire libre.

Pero Sotomayor sí acierta en conseguir actuaciones convincentes de todo el elenco, destacando nítidamente Ghío, quien participa en las mejores secuencias, especialmente en su conmovedor monólogo final. Sergio Cano (a quien vimos en Sleepy Hollow y Máquina Hamlet) hace buena dupla con Gustavo Seclén, como la pareja homosexual. Actores de la ENSAD como Angiel Castre, Darío Guzmán, Natalyd Altamirano (quien trabajó con Sotomayor en El eterno recuerdo de un cristal) y Herberth Hurtado (actor en la notable Super Popper) completan el interesante elenco, que escenifica con acierto aquel dolor que sentimos cuando nos abruma la ausencia del ser amado. Este nuevo reestreno de El dolor por tu ausencia de Nieto lo confirma como un texto muy interesante; la dirección consigue excelentes actuaciones, pero el montaje en general pudo ser resuelto de manera más organizada y fluida.

Sergio Velarde
08 de octubre de 2012

sábado, 8 de septiembre de 2012

Crítica: LE PETIT PAN PAN

La diversión está servida

El Grupo de Teatro Puesta siempre se caracteriza por presentar infalibles espectáculos de entretenimiento en clave de claun, tocando temas de moda o conceptos específicos, para luego desarrollar los mismos a través de un laboratorio, en el que se va armando la dramaturgia. Dr. Gen (2007) sirvió para explorar las consecuencias de la manipulación genética; Clauning Perú (2008), abordó nuestro falso nacionalismo; y Estrés (2011), buscó maneras para relajarnos y abordar nuestros problemas diarios desde una óptica más positiva. Este año, y siempre bajo la dirección de Luis Gustavo Gonzales, nos llega Le Petit Pan Pan, una divertida parodia de un restaurante francés, con una variopinta serie de estrafalarios personajes en divertidas situaciones.

Siempre utilizando sus propios nombres o derivados de los mismos, cada actor juega y actúa en escena: Gustav (Luis Gustavo Gonzales) viene esperando a su amor desde hace varios años sentado en la mesa del restaurante y cuando el mozo Nicola (Nicolás Fantinato) le hace ver que ella nunca vendrá, solicita ser mozo y trabajar en ese lugar. Pronto comienzan a llegar los parroquianos: el mismísimo Dr. Freud (Ricardo Del Río) junto a su esposa invisible; la madre pituca (Rosana Ramón) y su engreído hijo (Antonio Reyes), quien cree ser hijo del Conde Drácula; y la soberbia Condesa (Fabiola Tamburini) y su simpática hija (María Gracia Cavero).

Con un ritmo que no se detiene en ningún momento, con un gag por minuto, la obra acaso se siente algo dilatada, pero el trabajo actoral luce impecable y por supuesto, el público es también “víctima” de las bromas de los personajes. Esta séptima aventura del Spa del Humor del grupo Puesta significa también el reencuentro de esa imbatible dupla conformada por Gonzales y Fantinato, a quienes no veíamos desde Dr. Gen. Y es que la mesa está literalmente servida cuando se juntan. Destacar en el elenco también al divertido Freud de Del Río y a la tierna Cavero. Le Petit Pan Pan tiene todos los ingredientes para ser considerada como un acierto más dentro de las temporadas del grupo y es altamente recomendable para todos los estómagos y para todos los gustos.

Sergio Velarde
08 de octubre de 2012

sábado, 1 de septiembre de 2012

Crítica: EL OTRO DESEO

Explorando las emociones

Francisco Echeandía es un director que viene desarrollando una discreta pero limpia trayectoria, enfatizando la exploración de las emociones humanas antes que el desarrollo de historias. Su adaptación de Electra (2011) de Sófloces fue un montaje austero y sencillo, desprovisto de cualquier elemento distractor, que tuvo como virtud destacar a su competente elenco en la búsqueda de las emociones requeridas; por su parte, Jardín de colores (2012) de María del Carmen Sirvas sirvió como un paso adelante en la profundización por parte del director, de los sentimientos, esta vez, entre una mujer y su hija en medio de una tierna historia de amor. Para su nueva obra, Echeandía precisa aún más esta exploración, limitándose a mostrar al espectador una larga conversación entre dos personas (hombre y mujer divorciados), con una gran carga emocional y en tiempo real.

El otro deseo, en versión de Jorge Eines sobre el texto La Música de Marguerite Duras, explora la relación de una pareja que se reencuentra para ultimar detalles de su divorcio, en un hotel en donde compartieron seis meses de su vida en común. Fueron alguna vez íntimos, pero ahora se comportan como extraños. Hablan entre ellos, pero pareciera que no se escuchan. Cada uno ya tiene una nueva vida, pero las heridas aún no están cerradas y sienten una fuerte atracción, pero que ahora es prohibida. Los secretos no tardan en aparecer y las revelaciones causan una fuerte conmoción entre ellos, destacando el fuerte deseo de soledad de ella, y los celos enfermizos de él.

Acaso el mayor acierto del montaje sea el cuidado trabajo de los actores, quienes no sólo valoran las diálogos que interpretan, sino que también los silencios son aprovechados para transmitir la carga emocional. La elección de dos actores tan competentes como Michella Chale (actriz de El deseo más canalla) y Daniel Zarauz (mejor actor por El Oficio Crítico el año pasado) resulta de gran ayuda para entender y compartir las tribulaciones de esta pareja. El último deseo confirma a su director Francisco Echeandía como un hábil conocedor del comportamiento humano.

Sergio Velarde
01 de setiembre de 2012